Más cultura

Naipes marcados, de Marcos R. Barnatán

Naipes marcados es un libro hecho de reflexiones sobre el mundo y la vida que reviste un carácter notablemente ascético. Es, si se puede decir así, la filosofía moral destilada por un poeta que ha acumulado años, libros y experiencias. Se trata de un moralismo muy peculiar, ya que, tomándole la palabra a Pasolini, Marcos Barnatán, consciente de las limitaciones del moralista, estampa en su libro esta máxima cautelosa: «Los moralistas siempre están mal informados». No parece que sea ese su caso, seguramente porque es el poeta que hay en el autor quien suple la falta de información del moralista.

A veces, las reflexiones surgen sin rodeos, o sea, sin autores interpuestos; otras, proceden de lecturas inspiradoras; hay también casos en los que el autor transcribe una frase aguda, a menudo taladrante, que ha leído en un libro o que ha oído a un autor, y se ha sentido impresionado y acierta a transmitirnos la impresión. La composición de Naipes marcados en forma de collage es, por otro lado, muy propia de los libros de naturaleza religiosa o moral, como se ve en el caso misal romano, que es todo él un inmenso collage o mosaico de textos diversos, en los que lo importante es el mensaje que se quiere hacer llegar al lector, no una simple cuestión de procedencias y autorías, que Marcos Barnatán, por otro lado, nunca omite. Naipes marcados es, según la impresión global que me ha dejado su lectura, una especie de vademécum poético para llevar adelante la vida o, tal vez mejor, para prepararse a morir, ya que el tema de la muerte y el del tiempo son algunos de los temas principales del libro.

En el caso de Marcos Barnatán lo leído, que tanta parte tiene en Naipes marcados, forma parte de lo vivido, incluso de lo intensamente vivido. Desde que lo recuerdo, cuando ambos teníamos dieciocho años —él recién llegado a Madrid de su natal Buenos Aires—, Marcos siempre ha sido un lector, un hombre de infinitas lecturas, un rebuscador de libros, además de autor de libros numerosos  e inspirados de poesía, novela y ensayo. Y esa pasión por la lectura es la misma que desde muy joven puso en escuchar a cuantos dedican su vida a escribir. Pues Marcos no ha querido nunca leer sólo de los libros, sino leer directamente a y de los autores de los libros, lo que puede explicar una sensación que a menudo he tenido conversando con él. He sentido que me miraba como si en vez de mirarme me estuviera leyendo. Su mirada no era tanto una mirada escrutadora o examinadora como lectora. Su forma de mirar era una forma de leer.

Pero no se debe confundir esta pasión por la lectura con la simple erudición. Marcos siempre ha estado muy lejos de querer ser un erudito. En realidad, aprecia tan escasamente la erudición que, en Naipes marcados, dice de ella que es el «polvillo que cae de un libro a un cráneo vacío». La erudición de Marcos es de otra clase. Tiene un carácter moral y existencial, se dirige al conocimiento de la vida y de la muerte. No es erudición, sino sabiduría o la vía que lleva a la sabiduría. Si en Naipes marcados se ven aquí y allá citas de libros y de autores que hablan delante del propio Marcos, ese carácter desprendido o de collage del libro es sólo un instrumento para lo esencial: el intento por desplegar ante el lector las claves de la sabiduría o las que el poeta estima que lo son para llevar adelante la vida.

Se trata, cómo no, de una visión pesimista de la vida. Bien lo revela la comprobación terrible de que «sólo la desgracia puede ser disfrutada en plenitud», según la estampa Marcos en su libro, o como lo sugiere la frase, leída en D’Annunzio, que Marcos se apropia legítimamente y que dice: «No conozco peor epíteto para un hombre que llamarle feliz». Lo que, sin embargo, no impide que el autor haga más adelante estas aclaraciones: «Un hombre dichoso es algo más que un hombre alegre y aún mucho más que un hombre feliz». Hasta tal punto el dolor de vivir se apodera de la existencia que, como observa Marcos en otra parte, «cuando el dolor tiraniza el cuerpo nada existe más allá del dolor». En efecto, el dolor es el gran tirano de la existencia.

La visión que Marcos Barnatán nos ofrece de la condición humana está  hecha con «la mirada retrospectiva del cangrejo», para emplear palabras que Marcos entrevé en Bierce. Está amasada con una melancolía íntimamente ligada a la condición temporal del hombre, a partir de la comprobación o axioma existencial de que el tiempo es «eso que irremediablemente pierdes». De ahí que Marcos considere una prueba de lucidez «ver el presente como una catástrofe permanente».

Esta visión del tiempo y del presente se complementa con la que nos hace contemplar el pasado como si fuera «un país extranjero». Cómo iba a ser de otro modo, si Marcos Barnatán nos advierte que nunca podemos llegar a «ser amos de nuestro propio tiempo». Esta incapacidad humana de ser dueños del propio tiempo le conduce a hacer un descubrimiento muy particular cuando concibe el calendario a partir de esta observación: «Ruskin tenía sobre su mesa de trabajo una piedra sobre la que estaba escrita la palabra: “Hoy”».

¿Qué es entonces para nuestro autor la esencia de una biografía, de la historia del individuo? Escuchémosle: «Hay un comienzo que está borrado y un después que te empeñas en reconstruir. Sabes que todo está muerto y sin embargo no dejas de mirarte en las borrosas aguas del pasado». El hombre, el poeta sobre todo, vive en esa contradicción: la de sentir que todo está muerto, si se compara con la vida que late en sus anhelos, y la de poder sin embargo contemplarse en las aguas del pasado, una aguas calificadas certeramente de borrosas, aguas que tanta inspiración proporcionaron a Marcel Proust y a Murasaki Shikibu.

A partir de estas premisas, nada tiene de raro que el autor vea el mundo «como una sociedad limitada de la que somos todos miembros de número. Sociedad limitada por la rutinaria muerte, claro». Como el tiempo, la muerte también aparece a menudo en Naipes marcados en el centro de la reflexión poética. Marcos la ve, en alguna ocasión, a través del tarot; el tarot, que en un tiempo fue una gran pasión poética de Marcos y que explica tal vez el título del presente libro. La frase a la que aludo dice: «La vidente nos mostró la carta más temida: La Muerte. “Nos espera a todos”, dijo». Naipes marcados es un tarot de esa especie, un tarot en el que la vidente de este nuevo Delfos sentencioso y enigmático destaca el naipe que marca el final de toda partida.

Marcos no ignora ciertas muertes, ciertas especiales aboliciones del tiempo, marcadas ominosamente por la Historia, por lo peor de la Historia, como cuando dice, según una frase leída en Max Ernst, que para los llevados a los campos de exterminio y para los desaparecidos por causas políticas «el tiempo existe en estado de abolición». Y se permite consideraciones como esta que se titula «Aniversario»: «Si Ana Frank hubiera podido festejar hoy su 75 cumpleaños, seguramente serían apenas unos pocos los que conocieran su nombre». Que la muerte, un cierto género de muerte, pueda ser causa de notoriedad, del esplendor que otorga la notoriedad, pone la muerte bajo otra luz que el autor no rehúye, a pesar de que se trata de una especie de luz negra, terrible.

A veces Marcos Barnatán hace, de forma elíptica e indirecta, una reflexión política, generalmente inesperada y luminosa, como cuando dice que «la cartografía es la madre de todas las guerras», o como cuando, a vueltas con la memoria, añade que «Susan Sontag se permitió recordarles a los alemanes del 2003 que su país no podrá ser nunca un país normal, y se felicitó de que esa anormalidad se mantuviera viva en la memoria colectiva». No a los alemanes del 2003, sino a los españoles del 2008, les recordé en un libro aparecido ese año (Recuperar la democracia) hasta qué punto la política alemana y en particular el pensamiento político alemán, al engendrar el materialismo dialéctico y poner las bases a los nacionalismos étnicos afincados en la tierra y la sangre, había sido la causa de la aniquilación de la civilización y la cultura europea que se observa desde finales del siglo XIX al primer tercio del XX, sin que pueda decirse que el proceso haya terminado. Lo mismo, sólo que de forma historiográficamente más detallada, acabo de leer en las primeras páginas del último libro de Stanley Payne que trata de Por qué la República perdió la guerra civil.

Como poeta a la vez que como contemplador de la Historia, Marcos a veces establece sugestivas ecuaciones, como la de Cagliostro y Rasputín, o la de Bin Laden y aquel Eróstrato que incendió el templo de Artemisa el mismo año en que nació Alejandro Magno.

De la idea que el autor se ha formado de la condición temporal del hombre se deduce que el aprendizaje esencial para la vida que podemos hacer, se compendia, como querían los estoicos y los ascetas, en esta frase: «Pierde el miedo a la muerte: entonces serás libre». La vida y la muerte son aprendizajes que van unidos. Lo que remite, de alguna forma, a una frase leída por Marcos Barnatán en Henri Michaux, donde se destaca «el valor que se necesita para ser nada y nada más que nada».

Como consecuencia del interés por indagar la condición temporal del hombre está el interés del poeta por cortejar a la memoria y, también, por saber qué se debe entender por Dios.

En «Tautologismos» se hace una extraña exaltación de la memoria y se llega a proclamar que «la memoria no es lo que recordamos en la memoria». Esa exaltación a veces se le ofrece al autor en la forma, menos tautológica, de un «proyecto para el invierno» como es el de «ordenar las fotos y hacer álbumes». O en la forma de «el alma que canta», como cuando escribe: «La música está siempre presente en toda evocación de la ciudad de mi infancia. Quizá mi verdadera patria». O en la de un sueño que muestra al poeta una escena del pasado con una fecha precisa, o en la evocación de los rojos divanes de un Café que parecen invitar a la eternidad, a una eternidad ilusoria. O en una reflexión tecnológico-filosófica, como cuando Marcos observa que la tablilla de cera que Aristóteles puso en el alma para representar la memoria se ha transformado en el disco duro que sirve para custodiar la incierta memoria del hombre. Esta alusión cibernética se filtra también en otro momento, en el que el autor dice ver la expresión «I love you» como un raro virus cibernético que acaba devorando todo lo que uno tiene almacenado en el disco duro de la vida.

A veces, como ya he anticipado, el tiempo coloca al poeta, al vate diríamos más bien, frente a Dios. El autor dice haber oído a Bioy Casares que «Dios es un monosílabo que arregla todas las cosas». No obstante, define la conversión en términos más misteriosos: «Renunció al tetragama para adoptar el trigrama. ¿Se empobreció algo más que en una letra?» El momento teológico crucial del libro está cuando el autor se pregunta con Canetti: «¿Y si Dios, avergonzado de la muerte, se hubiera retirado de la Creación?». De aquí al Dios de los gnósticos sólo hay un paso. Pero Marcos se libera de la angustia teológica o cree liberarse de ella al enarbolar como hallazgo la idea de encontrarse «con un Dios tan magnánimo que le permitía rezar sin exigirle creer».

Que importa al poeta la cuestión de Dios y de la fe se ve en este otro fragmento, que dice: «Los poetas ya no creemos en los dioses y en los héroes. Por eso ya no cantamos». Pero Marcos resuelve el grave problema del estímulo poético con el recurso al aburrimiento, pues algo así deduzco de la frase leída en Bergamín que Marcos estampa en sus Naipes marcados: «El aburrimiento de las ostras produce perlas». ¿No es el aburrimiento, como pretendía Goethe en un epigrama veneciano, el padre de las Musas? Pero Marcos, de nuevo cauteloso y pesimista, añade, parafraseando a J. C. LL.: «El aburrimiento de las parejas produce adulterio».

Todavía podríamos mencionar otros temas que baraja el autor en Naipes marcados, como puede ser el sentido elitista que demuestra al tratar de los valores de la cultura y, en particular, de los valores literarios, cuando dice, de forma conscientemente incorrecta, que «la democracia casi siempre concede el triunfo al mal gusto» y que el público «cuando admira, envilece». Y aún podríamos demorarnos en otras apreciaciones de naturaleza literaria, como cuando pone de ejemplo de «cleptómana» a alguien que «no podía dejar de apropiarse de todas las metáforas que admiraba».

Pero yo, para terminar, me quedo en esa mezcla de ficción y realidad que es la vida del hombre y tal vez también su muerte, y que, en Naipes marcados, Marcos Barnatán acaricia al revelarnos el gran secreto de que el cuadro de La Gioconda que admiran tantos y tantos japoneses en el Museo del Louvre no es sino una copia del que una sala del Museo del Prado guarda en permanente soledad. Como aquel pirómano que «quemó su cama para que el fuego borrara implacable todos sus sueños», Marcos Barnatán con sus Naipes marcados ha querido quemar las naves de la poesía para, al fin, poder navegar a cuerpo descubierto.

Ignacio Gómez de Liaño

Ateneo de Madrid, 18 de junio de 2010

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *