Otra muerte del decálogo
Cuentos completos. Fogwill. Editorial Alfaguara, 2009, Buenos Aires, 458 págs.
Por Javier Moreno.
Después de tímidos intentos editoriales por afianzar a Fogwill en nuestras letras creo que puede decirse (a ello favorecen el empeño y la continuidad de algunas editoriales como Mondadori, Periférica y –ahora- Alfaguara) sin lugar a dudas que el autor argentino ha venido a nuestras letras para quedarse. Desde un punto de vista no estrictamente nacional es preciso ponderar la tarea de Fogwill en el descubrimiento y afianzamiento de nuevos autores del otro lado del Atlántico, algo que hace de este autor no sólo un escritor al uso sino un referente inexcusable de toda una generación de novelistas. Fogwill forma parte, junto a Piglia y a Aira, de uno de los tríos más interesantes de la literatura argentina actual. Al igual que a Piglia, a Fogwill (más juguetón y menos solemne) le interesa sobremanera lo social y lo político, algo que acaba permeando hasta sus cuentos aparentemente menos comprometidos con lo histórico como Muchacha punk. A lo estrambótico y chispeante de Aira, Fogwill añade un gusto exquisito por el lenguaje, de modo que hay pocas líneas de este conjunto de relatos donde el lector no sea arrastrado por la fruición que destila la escritura del autor argentino.
Y el peculiarísimo estilo, efectivamente, es el que da cohesión a este conjunto de relatos de temática por otra parte dispersa (como corresponde, en general, a toda agrupación de relatos) cuya (re)escritura se extiende en algunos casos a lo largo de tres décadas. Muestra de ello es Otra muerte del arte, un relato que, junto a otros como Sobre el arte de la novela o Lo cristalino forma parte de uno de los vectores orientadores de la escritura de Fogwill. Hablamos no tanto de la metaficción como de distanciamiento (el famoso Verfremdungseffekt de Brecht), de un autor que habla desde dentro de la ficción, que la construye, la apuntala y revela –si quiera irónicamente- su entramado. Así ocurre, por ejemplo, cuando en Sobre el arte de la novela, afirma El arte de la novela, que parece complejo, resulta, si se lo observa desde lejos, una sencilla combinatoria. Otro de los temas que recorre algunos de los cuentos de Fogwill, lugar común de la literatura argentina postborgeana, es el agitado pasado político del país. Quizás sean éstos los cuentos que peor han envejecido aunque es cierto que, lejos de un realismo ramplón o en su caso más o menos refinado, Fogwill logra entremeter elementos fascinantes como en Los pasajeros del tren de la noche, donde unos soldados que se daban por desaparecidos comienzan a regresar a un pueblo; hecho, en principio esperanzador, que acaba tiñéndose con los matices de lo siniestro. La sexualidad y el cortejo erótico son asimismo leitmotiv de estos cuentos completos. La seducción a partir de una imagen fantástica de la mujer que luego contrasta con la mujer de carne y hueso, el cortocircuito que se crea entre la realidad y el deseo, y el desprejuiciado amoldamiento del personaje a esa falta de decoro entre ambas se repite, con ligeras variantes, en cuentos como La chica de tul de la mesa de enfrente y Muchacha Punk.
Puede hablarse de Fogwill como de una especie de contrafacto de Borges. Si Cortázar decía que, a diferencia de este último, él partía de la emoción para llegar a la idea, en Fogwill ni siquiera está muy claro si hay una idea detrás de cada uno de sus cuentos. Ni falta que hace. Los relatos de Fogwill siguen un itinerario laberíntico, muchas veces digresivo, donde el lector va saltando sucesivamente de sorpresa en sorpresa. De hecho, en el relato que ya mencionamos con antelación Otra muerte del arte (y que puede leerse de alguna manera como una polémica encubierta contra el decálogo del cuento promulgado por Horacio Quiroga), el narrador llega a decir, a propósito de ‘la buena literatura’: Si puntúo bien estoy enfermo de literatura, lo que en mi caso es grave, pues mi desordenada y bastamente superficial vinculación con la literatura provoca que si enfermo de literatura, enfermo de mala, y aún de pésima literatura… La buena literatura, establecía Leopoldo Lamborghini en un texto hoy clásico, no permite apreciar el mal aliento de algunas frases. Es en el relato central (en muchos sentidos) del libro, el que lleva por título Help a él donde resulta más evidente la inversión borgeana. Comenzando por el título, anagrama de El Aleph, el conocido cuento de Borges. Fogwill no pretende en este relato una parodia de la obra de su antecesor. Las drogas y el sexo ausentes en el hipotexto no aparecen en el de Fogwill como boutade sino que conforman la esencia del relato. Siguiendo la teoría polemista de Harold Bloom, puede decirse sin ningún género de dudas que Fogwill resulta tan grande en éste y otros relatos de esta colección precisamente porque ha sabido medirse con la grandeza de su predecesor. Podríamos acabar añadiendo un último hilo de cohesión de algunos de estos relatos. Se trata de la confusión de los planos de la vigilia y del sueño, o de la fantasía y la realidad. Hablamos de cuentos (como Japonés o Restos diurnos) en los que, a través de un juego narrativo de cajas chinas, el lector, desorientado, acaba por perder la referencia que distingue el marco real del ficticio. A fin de cuentas, ¿no iba de eso la literatura?