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Origen del orgasmo en el sueño

Por Francisco Balbuena.

Vaya por delante que a mí también me gustaría vivir un orgasmo perpetuo, pero que en su carencia lo suplo con la escritura. Sin embargo, hay quienes simulan tamaña empresa en la pantalla pese a la evidente dificultad de conseguirlo. La película Origen (Inception), de nuestro amigo Chistopher Nolan, pretende en definitiva que con su visionado experimentemos un orgasmo, físico y mental, durante al menos dos horas de proyección. Para tal objetivo, este hombre nos sirve su obra a modo de sueño afrodisíaco mientras estamos acomodados en la butaca de la sala de cine. Aunque, como se revelará en el análisis, tal empresa libidinosa es ejecutada con poca cabeza y menos sexo, algo que en definitiva produce insatisfacción.

Esta mamarrachada de film parte pues del gran dogma del cine de estos años de manierismo felador o cunnilinguista: desde el primer plano coger al espectador por sus partes mentales o sensibles al roce, no soltárselas en ningún momento y, a base de agitárselas o manipulárselas, llevarle por medio de un argumento especioso y una trama hilvanada con hilo bramante, o con maroma de bergantín,  hasta el clímax final. Y sin un segundo de respiro. Llegados a ese extremo, en las butacas de la sala los gemidos dan paso a los jadeos. Y ello pretendidamente como resultado de un éxtasis estético o frenesí intelectual buscado por el autor. Pero en verdad como suma y multiplicación de un cóctel compuesto de psicología barata, seudo ciencia de feria y esteticismo de lenguaje assembler. Ingredientes aquilatados tiempo antes en múltiples despachos de las colinas de Hollywood, o al borde de las diversas piletas de las mansiones de Beverley Hills.

En “Origen” a todos los personajes le ha picado la mosca tse tse, todo quisqui vive en el reino de los sueños húmedos. Porque esta película trata de las ensoñaciones, del mundo onírico de nuestra supuesta inconsciencia, de sueños que han construido, reconstruido o destruido la realidad. No obstante, como los tramposos astutos pero desmañados, tal premisa grosera apenas seduce a nadie convenientemente despierto. En repetidas ocasiones su director y guionista, tú, el calenturiento Nolan, nos dices que la realidad no existe, que vivimos en un sueño, es más, que vagamos por sueños que son sueños de sueños. Ahí es nada la idea. Ni Calderón con el príncipe Segismundo llegó a tanto. Pese a que el dramaturgo guardaba muchísima más verdad espiritual y honestidad intelectual que el mendaz del cineasta. Sí, tú, Nolan, que has soñado con volver a Manderley por la alcoba de atrás.

De modo que, llegados a este punto, es obligado preguntarte, Nolan: si la realidad es un sueño, y cada sueño es un mundo soñado, ¿de dónde infieres que hay una base material llamada realidad, un mundo empírico? No podrás contestarlo con solvencia, puesto que entonces toda la tramoya de tu idea argumental se contradiría a sí misma y se vendría abajo, como si se cayese de la cama a las cuatro de la madrugada. Por ende, partes de un principio falso: que los sueños son algo distinto de la realidad, que no son entes reales. Ahora bien, señor Nolan, la filosofía hindú hace décadas que por boca de los hippies pasó a mejor vida de las extravagancias de las pajas mentales orientales.

Porque no es así, señor Nolan. Los sueños, el mundo onírico, son tan realidad como el estado de vigilia. Es más, desde aquí te digo que el subconsciente, del que tanto te sirves para montar tu farfolla fílmica, no existe. Y no existe porque no hay una banco de datos en la mente, o acumulo de vida subrepticia, o una realidad en la alteridad no sentida, o un rinconcito secreto en el alma, que escape a la advertencia simultánea entre la conciencia y el ser. Pregúntaselo a tu psicoanalista la próxima vez que viajes a Manhattan.

Partiendo pues de que Origen, o Inception, o mejor dicho para mi gusto Start & Penetration Zombi, es el desarrollo argumental de una falacia, paso a exponer someramente algunos de sus desopilantes aspectos. Ni qué decir tiene, vaya manifestado esto aquí y ahora, que la película se rige por las normas canónicas del arte del guión. Incluso el protagonista manejará una perinola que da vueltas simbólicas, un fetiche que en la película llaman “tótem”, un accesorio narrativo a modo de leit motiv que recomiendan usar maestros del guión como Michel Chion o Eugene Vale. En efecto, esta historia a base de distintas perinolas borrachas te excita con un nudo de perro y resuelve tu orgasmo con un clímax que parece inacabable, sin embargo, el planteamiento inicial no parte de los juegos preliminares en la erótica, no hay seducción, sino que desde el principio ya está dada la cópula.

Se supone que cuando Dominick Cobb, el rubito Leonardo di Caprio, aparece semiinconsciente tirado en una playa, donde descubre a sus hijos jugando (ojo a esa observación de la llave de la cárcel, porque indica que en esa imagen hay un ansia de escape), es como consecuencia de todo lo que vendrá después. O sea, que estamos asistiendo a un flashforward que da el tono a la narración. Ya estamos en el sueño; es decir, jamás partimos del mundo empírico antes mencionado y que todos más o menos disfrutamos o sufrimos. Es más: jamás llegaremos a él por muchos despertares que tengamos. De modo que con esta artimaña sistemáticamente se nos hurtará el background de lo aprensible y evaluable durante la proyección, e incluso al final de la película. Todo lo relatado, pues, resulta un Mac Guffin, y he aquí la primera trampa del trilero: un fraude de estilo. ¿Por qué, Nolan? Porque si todo en este film es un sueño que explica una pesadilla moral, según tú, es que todo vale, todo disparate argumental te sirve, toda contradicción de tus meninges encuentra su acomodo.

Cabe apuntar también otra aberración de estilo, aunque ésta es de tono menor, que viene dada a los pocos segundos y a la cual casi al final de nuevo Nolan la retoma. Ante Cobb aparece un viejito que es sin duda el espéculo existencial del protagonista. El decorado que los acoge es oriental kitsch, mientras que el maquillaje del actor como anciano se percibe ridículo, como si no hubiese suficientes viejos reales en el mundo que pudiesen interpretar ese papel. No obstante, lo más grave es que su presencia se vale del latrocinio de dos iconos de la cinematografía, como si ello hiciera sendos guiños a los cinéfilos.

Uno es que ese anciano recuerda a Dustin Hoffman maquillado de viejísimo en Pequeño gran hombre, como si en cuarenta años no hubiese avanzado nada el arte del making up. El otro, algo que es de juzgado de guardia, hace referencia al abuelo de las secuencias finales de “2001, Odisea en el espacio”. Porque, querido copulante director, quieres hacernos ver que en realidad el joven Cobb y ese misterioso anciano son la misma persona a lo largo de un supuesto bucle del tiempo. Ahora bien, hay algo todavía más hilarante en este juego de máscaras que te traes: para mí que el abuelísimo es Robert de Niro desmañadamente maquillado. Con tu permiso, Nolan, propongo el espectador la tarea de fijarse bien para descubrirlo.

Por supuesto, el guión canónico exige dos puntos de giro. Y ellos se advierten cuando llegan con toda claridad, de modo que en esos instantes suscitan vergüenza ajena por ser maniobras de distracción tan evidentes. No en vano, la trama se basa en una sucesión de efectos especiales con las dosis bien medidas para la consecución de ese orgasmo de butaca, donde se pierde todo sentido y se delega la voluntad. Acontecen cuando la vertiginosa sucesión de movimientos concupiscentes en forma de plots por acumulación de datos, yuxtaposición de escenarios y asociación débil de personajes da paso por unos momentos  a dos secuencias de falsa relajación. Las incesantes prolepsis y analepsis temporales se suspenden de momento para centrar al espectador, a fin de que, aunque perdido, quiera saber a dónde se le lleva. En este sentido, ¿por qué los personajes, en realidad la mente desdoblada del protagonista Cobb, pululan por un mundo Tse Tse, por un paisaje espiritual tan evidentemente “guionizado” y tan contrapuesto a la naturaleza de su aventura? No lo expones, Nolan, eludes su explicación; simplemente se lo impones al espectador y le sigues empujando hacia el clímax.

Nolan, te pongo el ejemplo de Qué bello es vivir, de nuestro venerado Frank Capra. Esta es una película que también juega con la realidad y la irrealidad, de acuerdo. Pero, al contrario que la tuya, Origen, los plots que acepta el espectador de Capra son convenciones que hace propias porque participa del drama de los personajes, de su esencia vital, no de la imposición fría, distante, artificial y abrumadora de una sucesión de inputs y más inputs. Porque con tu armatoste narrativo de matriuskas soñadoras es como si dijeras a los bobalicones de las butacas: “tomad ese torrente de datos, y aceptarlos como yo os diga aunque no los comprendáis”. Y lo haces así porque eres consciente de la extrema grosería estética y conceptual que te sale para engarzar e incluso explicar sueños de sueños y seudo sueños de seudo realidades.

En Origen no hay exposición de personajes, de peripecias, de relaciones, de sentimientos o de reflexiones, de un arte sutil que trascienda a la artimaña tecnológica. Sino que su metraje se compone del vaciado de una hormigonera de ocurrencias disparatadas en el cráneo abierto del espectador. En consecuencia, lo más sorprendente de este cemento de fraguado rápido es que quienes han pergeñado Origen, aparte del señor Nolan, dan por supuesto que los sueños se rigen por las mismas normas que los juegos de videoconsola, ya que esta película pretende ser una Play Station de pantalla grande. Origen es la precuela para la gran explotación que dentro de unos meses se hará en un videojuego llamado Origen. Y bien saben esos magnates que el espectador inmaduro e indolente lo aceptará, es decir, que entrará en esa farsa de tragar una estética narrativa sin consistencia.

En un momento dado vemos sucesivamente, o casi simultáneamente, persecuciones en coche por una calle lluviosa con suspense de rebajas de verano. Esto se explotará en uno de los niveles del futuro juego. Luego asistimos a ridículas peleas en los pasillos de un hotel entre Arthur (el graciosillo Joseph Gordon-Levitt, que arranca un beso de monjita a Ariadne) y una serie de guardaespaldas bastante torpes e idiotas. Este será otro nivel. Después contemplamos atónitos el asalto a una fortaleza en un paisaje montañoso y nevado que recuerda a alguna película de James Bond, donde muchos especialistas mueren cien veces al menos, y sin dejar cadáveres, como en The Invaders. Este será el nivel superior de la Play Station.

Se supone, según tú, señor Nolan, que la columna vertebral del meollo de tu película se compone de tres sueños encadenados, o dependientes unos de otros. Además sueños de acción, para que todo resulte más emocionante y comercial. Pero, ¿por qué los espectadores hemos de aceptar esos sueños? ¿Por qué sus presupuestos oníricos en escalera, o en cadena, han de ser lícitos? ¿Por qué han de compartirlos sus diferentes protagonistas, o intervinientes, o figurantes? Ah, sí, claro, porque en definitiva no vivimos en un mundo hecho de sueños que hayan confluido, como nos has asegurado repetidamente, Nolan, sino que andamos inmersos en el sueño viciado del protagonista Cobb, individuo que un día espera despertar, y así ser redimido por su propio subconsciente, algo insólito y que helaría la sangre de Wagner. Esto ya te lo habíamos adivinado, pillín… Acabáramos ahí…

Entonces, te pregunto de nuevo, ¿por qué este tipo, Dom Cobb, tiene sueños tan elaborados y tan estructurados argumentalmente dentro de una historia cerrada que le incluye y que es aún mayor, pero sin paradojas, pero sin extravagancias de percepción, pero sin sorpresas y sin anarquía, pero sin deformaciones de los sentidos, pero sin saltos espacio-temporales sin explicación lógica, pero sin pérdidas de identidad, pero sin abandono del yo de ninguno de susa intervinientes, pero tan falto de imaginación onírica, pero tan carente de fantasías inquietantes, pero con un elenco de “actores” tan limitado? Todo ello en contradicción, claro que sí, con el verdadero mundo de los sueños humanos. Porque tienes que reconocer que tu película es un ejercicio artificioso de pretendido psicoanálisis (una seudo ciencia) en envoltura de ciencia ficción (una seudo realidad). Y lo perpetras no sin sentido, sino sin sustancia. Y no me digas que tus efectos especiales y tus golpes de efecto simulan los sueños. Porque no es así; sólo son bocetos de storyboard.

Lo más grave, Nolan, es que tu pretenciosa historia nos la quieras meter por nuestros huecos placenteros como filosofía de gurú arrobado con aromas psicotrópicos. Tú te has dicho al borde de tu piscina mientras ideabas la historia: “como todo está permitido en el subconsciente, al espectador se la meto doblada con psicoanálisis en forma de sueños que se explican en bucle, que son replicantes de otras ensoñaciones replicadas”. Es loable la intención, pero no lo es la forma. Es decir, contar una vida soñada con el método cartesiano, cuando tú mismo, por confesión propia, partes del alef de que sólo te mueves en el ensueño. Y el sueño, te recuerdo, ni mucho menos se rige por normas de guión.

A este respecto, sorprende la velocidad con la que el grupo de protagonistas entra en estado de durmientes y a continuación van derechos al grano del argumento dejado momentos antes en suspenso. Ni Morfeo (no el de Matrix, otra tontería que pretende heredar esta nueva) era tan efectivo. Incluso aparecen dormideros en un país miserable como si fuesen fumaderos de opio, hasta el punto de que se antoja que en Origen todo individuo es el somnífero de su semejante o de su vecino. Ya podrías, Nolan, indicarnos a los insomnes de este lado de la almohada en un make off  el nombre del fármaco que usas para dejar KO en seguida al espabilado de di Caprio y al duro de Ken Watanabe. ¡Y que además siempre concilian el sueño vestidos, los muy cabritos!

Por supuesto, también aparecen dos chicas guapas, y de nombres simbólicos, faltaría más. Una se llama “Mal”, la morena Marion Cotillard. Es la ex, ex, ex, ex de Cobb (depende cada “ex” del nivel de sueños), y es la malísima de la película. En realidad, representa la culpa moral que el protagonista arrastra, no se sabe bien si por su asesinato o por no haberla satisfecho en uno de los mil niveles del mundo Play Station donde sueñan que viven. La otra chica se llama Ariadne, la pizpireta Ellen Page. Para que con tal nombre veamos a las claras que ella habrá de conducirnos por el laberinto mental que tú, Nolan, nos planteas. Aunque en medio de la película a la chica se la ve con un despiste que no la deja orientarse ni para localizar la puerta de un ascensor. Llegado a este extremo, te pregunto yo encarecidamente: ¿dónde acaba el tótem que esta tierna beldad se estaba fabricando a modo de dildo con la reina blanca de ajedrez? En la secuela, “Origen Again”, despéjanos por favor ese morbo, jolines…

Pero qué laberinto tan divertido nos montas, si más bien es un rompecabezas de niños de guardería, esos cuyas piezas son de plastilina. Una de las piezas de difícil encaje de tal puzzle blando es esa ominosa multinacional a la que Cobb sirve con sus hipotéticas habilidades de manipulador onírico, ante la que fracasa en su encargo y de la que teme sus represalias. ¿Dónde está esa empresa, Cobol, a la que no se la ha denunciado ante un tribunal internacional por abusos laborales? Pues ahora haciendo alguna tropelía por el Tercer Mundo. Porque suponemos que los matones que aparecen por Mombasa (una Mombasa ambientada en Tijuana, doy fe) pertenecen a esa corporación, y quieren liquidar a Cobb mientras se halla en uno de sus sueños preclaros. Ah, pero en Mombasa le rescata un Equipo A formado a matacaballo en una sucesión risible de carreras y disparos al estilo Indiana Jones. Entre cuyos miembros se cuenta el aceitunado Yusuf, un hindú llamado Dileep Rao en este ciclo samsara del sueño eterno, la parte oscura que el sindicato de actores ha impuesto en la producción de la Warner.

Aquí al cabo de poco, en esta reunión de soñadores de acción, tiene lugar el primer punto de giro. Ya están todos los chicos dispuestos para iniciar los sueños más emocionantes y  más llenos de efectos especiales que vendrán a continuación. Por cierto, Nolan, los efectos especiales de Origen son muy decepcionantes, muy pobres y muy escasos dadas las capacidades de los programas de diseño actuales. El que la ciudad de París se doble y aparezcan sus mansardas en el cielo, eso ya no asombra ni a los frikis de Star Trek. El que rascacielos semejantes a Torres Gemelas se derrumben a modo de acantilado endeble mientras azotan las olas del mar, eso dejó de producir impacto desde Toy Story. En lugar de catástrofes, sueña con cosas más conmovedoras.

Porque, vamos a ver, Nolan… Tratándose de pesadillas, cualquier maruja amodorrada en el sofá de su salita disfruta en su cerebelo de trucos muchísimo más espectaculares y sorprendentes que los que nos ofreces en pantalla. En comparación, la labor de tu equipo de prestidigitadores informáticos sabe a muy poco, Nolan. Hazme caso; prescinde de ellos para la próxima. Incluso deshazte de tu asesor psicológico o chamán del alma, que te ha engañado. Porque yo te aseguro que aunque al durmiente lo maten en sus sueños no pasa nada. Puede uno perfectamente soñarse en estado de cadáver sin riesgo de no despertar. “Pero es que el protagonista lo teme”. Me dirás. ¿Y qué, Nolan? ¿No será que quien lo teme eres tú; que te da pánico no encontrar el suficiente combustible narrativo de altos octanos para tu aventura de sábanas calientes, de modo que recurres a una auto justificación por boca interpuesta?

En consecuencia,  tu “Origen” es el final triste de la carrera hacia ninguna parte del cine coetáneo a nosotros sus sufrientes espectadores. Nos proporcionas egragópilas que hemos de tragárnoslas de buena fe si no queremos dar por robados nuestros euros en taquilla. Por ejemplo, ahí está la furgoneta, atestada de bellos durmientes, que tarda nada menos que tres cuartos de hora en caer desde un puente a un río. Habrase visto tal suspense diferido, ¿eh, admirado Peckinpah de “Grupo salvaje”? Ahí está el señor Fisher, el ojos fritos de Cillian Murphy, quien a pesar de ser uno de los hombres más ricos del mundo viaja en un pasaje de turista de Ryanair, y sin escolta, para ahorrar, y con azafata que trabaja para el enemigo. Y encima al chaval le manipulan en su asiento y le llenan de cables entre cinco o seis sujetos que van de aquí para allá sin el cinturón de seguridad, y sin que el resto del pasaje proteste. ¡Joder, Nolan! ¿No se te cae la cara de vergüenza por tanta puesta en escena ad hoc?

Ahí, en la misma línea de despropósitos, están los cien mil tiros que no matan al héroe, toneladas de balas que no paran ni a un taxi, como si fuese un tanque. Pero que de casualidad en esa inacabable balacera por las calles se cargan al inquietante señor Saito (hay que cultivar al mercado nipón) y no a nadie más de la furgoneta atestada. Nos dirás: “pero eso es lo que sueña el dueño de ese sueño, que el señor Saito resulte herido muy gravemente, y que su eventual muerte penda sobre la suerte de la misión”. De acuerdo, pero, como ya ha quedado claro, si procedes así juegas con caprichos argumentales que no justificas.

Puesto que tú, como guionista de este consolador, en cambio podrías haber tenido el capricho de que Saito se hubiese convertido en una galaxia, o en un mosquito, o en un calambre de yeso, como diría Borges. Pero no lo has hecho. No porque te haya faltado imaginación y audacia creativa, que también, sino porque tú quieres encajar las piezas del puzzle como te dé la gana. Quieres, Nolan, simular que la película trata de algo muy sutil y delicado, “artístico”, pero que a las primeras de cambio no debe espantar al espectador medio. Lo tuyo es una introspección mental de un solo personaje a través del Mac Guffin de diversas peripecias trepidantes y violentas, supuestos estados REM que cuentan otras cosas para de ese modo atacar el tema principal de soslayo. Es lícito, pero también es muy burdo, sabe a demasiado blockbuster.

Por otra parte, este señor Saito es un tipo curioso. Es un magnate japonés que aparece ahora o después como por ensalmo, como para justificar el siguiente paso en el delirio inconsciente de Cobb. Es un sujeto aparentemente duro pero muy desmañado, tanto que para espiar a una empresa de la competencia se vale de las masturbaciones teóricas de Freud sobre los sueños, encarnadas en Dom Cobb. En lugar de contratar los servicios de una sencilla mujer de la limpieza que abra la caja fuerte mientras barre el suelo y quita el polvo. Yo, al menos, lo hubiese soñado así.

Y ahí está, por último, el simbolismo de los dos niños pequeños de Cobb y Mal, a quienes no se les ve la cara hasta los planos finales, acompañados del bueno de Michael Caine, su abuelo y custodio. Cuando se supone que por medio de ese desvelamiento infantil el perturbado de Cobb de nuevo recupera la realidad y se redime de su pasado. Qué psiquiatra da constancia de eso, ¿eh?, si no hay una realidad empírica que te diga que ese regreso a la vigilia es indubitable. Hitchcock en su Recuerda contó algo parecido a lo tuyo sin tantos aspavientos y con un resultado infinitamente más satisfactorio. Ahí sí Gregory Peck salva al doctor Edwards Jekyll. Sin embargo, el rubito italianino de “Origen” no salva a Dom Cobb; ni mucho menos, y ello por culpa de ti, Nolan, el creador de ese papel tan carente de sindéresis.

Porque esta película titulada Origen, o Inception, o “Sododormitation”, no reflexiona de manera liberadora sobre las relaciones entre la vigilia y lo onírico, en el único campo posible para tal ejercicio de ficción especulativa: el de la metafísica. Para nada. Esta película simplemente es una excitación en el jergón de la consola Wii, la cual ha disfrutado de un precalentamiento de manoseos entre babas de información solapada, antes de un clímax inacabable de golpes y disparos que se extiende desde el segundo punto de giro, cuando los soñadores en pandilla creen que han perdido el control de su sueño compartido. Y así ad nauseam hasta que Cobb atraviese el vestíbulo de un aeropuerto, puesto que todo lo que se vaya proyectando a continuación ya no importa para contar nada relevante, sino para elevar el frenesí, estado que es, al fin de cuentas, lo que más encadena al espíritu humano.

No, Nolan… No dominas el sutil arte de la metafísica, como sí lo hicieron Jean Cocteau o Luis Buñuel, autores que sin efectos especiales y con pocos dólares nos sumergían en mundos poéticos lindantes con la experiencia de los sentidos y de la inteligencia. No, Nolan, no mola tu perinola. Con “Origen” simplemente demuestras que eres un maestro de la duermevela. Es verdad que no nos duermes con tu película, cierto, pero tampoco nos desvelas en aras de la belleza y la sabiduría. Pero tú tranquilo, porque te cabe el consuelo de que el cine aún habrá de degenerar más.

9 thoughts on “Origen del orgasmo en el sueño

  • No he visto la película. Hace dos días leí un artículo de un periodista no cinéfilo que la dejaba bastante bien. Según éste que leo ahora, es como para salir corriendo. No sé. En todo caso hay una duda, una pregunta: ¿un producto tan rematadamente malo merece todo ese derroche de verborrea más o menos graciosilla con que se nos marea?

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  • Por fin una crítica sin el meapilismo al que nos tiene acostumbrados los nuevos críticos digitales. Abrazos, grande.

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  • Esta película se estrena en España precedida por buenas críticas desde USA (un 87% de críticas positivas en ROTTEN TOMATOES, un 9.0 en IMDB ocupando el cuarto lugar en su ranking) y una legión de fans de la película. Me pregunto si todo esto no ha provocado una crítica tan brutal como esta.

    Yo sí he vista la película y creo que el apelativo de mamarrachada es injusto y excesivo. A ratos pensaba que era tramposa, pero según iba colocando piezas del puzzle, creo que el resultado está mejor hilvanado de lo que a priori parece en cuanto se acaba la película.

    Además, escribir 4000 palabras sobre una película tan mala escama.

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  • Señor Francisco Balbuena, ¿ha fumado usted algo raro antes o mientras escribía esto?

    Madre mía!!

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  • «ahí está la furgoneta, atestada de bellos durmientes, que tarda nada menos que tres cuartos de hora en caer desde un puente a un río. Habrase visto tal suspense diferido»… Señor Balbuena, no se preocupe por INCEPTION, no la vea las escasas dos o tres veces que requiere: ya es usted demasiado apresurado, o no escucha bien o no lee bien los subtítulos, y luego no entiende ni jota. En esta pormenorizada crítica no detecta los verdaderos «caprichos argumentales» de la película, sólo confiesa ruidosamente todo lo que no logró entender por despistado, y encima se queja porque Hollywood no vende poesía ni «metafísica». Busque eso en otra industria, señor. Deje la petulancia.

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  • «Vaya por delante que a mí también me gustaría vivir un orgasmo perpetuo».
    A ver, imagino que cuatro mil palabaras no representan la perpetuidad orgásmica que buscas, pero es un orgasmo extenso, al menos no se le podría tildar de «uno rápido».
    Por lo demás coincido con otros, demasiado énfasis en cargarse algo que según tú no vale nada. Parece este uno de los trabajos de Hércules.

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  • Ha pasado tiempo desde el estreno… y esta reposición crítica me da que pensar. Desde luego no hay que negarle al autor su valor de adalid de cruzada anti-Nolan, que no es uno de los directores que más me interese, realmente, y por eso no había visto la película… pero, sin duda, este pequeño feroz librito ( excesivo pero espléndidamente escrito ) contra Origen me va a motivar a verla. Me gusta tener mis propias opiniones, una vez vistas las contrarias y las que, posiblemente, asuma como propias. Desde luego lo que si puedo decir es que el texto que recoge esta entrada si que es un orgasmo de palabras. Incontenible e incontinente, lo cierto es que, aunque a veces uno desea que acabe ya, en otros momentos es un viaje del lenguaje en un espacio abierto de cultura. De todas formas, amigo – y magnífico escritor, por cierto – Valbuena… ¿no le parece que se podría resumir un poco la reseña? Y darle a Nolan la posibilidad de redención sin necesidad de enviarle un exorcista. Aunque, desde luego, un exorcismo es, según la entrada, claramente lo que necesita el director y el film. Saludos.

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  • Perdón, repaso mi comentario – inmodificable ya – y veo que he escrito Valbuena en vez de Balbuena. Mis disculpas. Uno elige el modo de aparecer y me temo que el autor desea ser reconocido con b. En cualquier caso ha sido un error… que no quita que me haya parecido un extraordinario ejercicio literario( un auténtico combate, además ) como entrada, independientemente de que esté o no de acuerdo con el contenido. Eso lo dejo para después. Para pensarlo en un rincón del Café Comercial de Madrid, por ejemplo, lejos de la piscina hollywoodense de Nolan 🙂

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