Medio siglo de honestidad con ‘Matar a un ruiseñor’
Por Ángel Domingo.
«Atticus Finch no hacía nada que pudiera despertar la admiración de nadie: no cazaba, no jugaba al póker, no pescaba, no bebía, no fumaba, se sentaba y leía». Así presenta Harper Lee a Atticus Finch, el abogado protagonista de Matar a un ruiseñor, novela publicada en 1960 y premiada con el Pulitzer un año más tarde. Editada por J.B.Lippincott and Company, con 30 millones de copias en su tirada inicial, cumple medio siglo de referente moral frente al racismo.
A través de los ojos de la avispada hija pequeña (Scout) de un hombre corriente (Atticus) vemos cómo éste asume la defensa de un aparcero negro, acusado injustamente de forzar a una muchacha blanca durante la Gran Depresión en un olvidado pueblo de Arizona. Por cumplir su deber con la ley, se enfrenta a sus vecinos, ‘gente de bien’ que presa de sus prejuicios incluso intentará cometer un linchamiento.
“El verdadero arrojo es cuando sabes que tienes todas las de perder, pero emprendes la acción y la llevas a cabo a pesar de todo”, sentencia el letrado sureño.
La novela fue todo un éxito en cuanto se desembaló en las librerías no sólo por su indudable calidad sino por su oportunidad. Salió de la imprenta cuando muchos norteamericanos empezaban a enfrentarse a la discriminación racial, defendiendo el voto negro en los estados del sur y peleando contra la segregación. En esa misma década, Martin Luther King lideraría las marchas que transformaron a la nación más poderosa del mundo.
Cinco décadas después, Barack Hussein Obama es el cuadragésimo cuarto presidente de los EEUU, el libro sigue vendiendo un millón de ejemplares al año y es lectura obligatoria en las escuelas. El planeta, en plena crisis de valores más que de dineros, sigue necesitando a tipos como Finch.
Por su parte, Harper Lee se apartó del mundanal ruido, al igual que muchos otros colegas cuya obra se convirtió en texto sagrado, y vive retirada a sus 84 años en Monroeville (Alabama).
La novela debe gran parte de su inmortalidad a la adaptación que Robert Mulligan dirigió en 1962. Gregory Peck encarnó a Finch con una maestría que le granjeó el Oscar. La película cosechó tres premios de la Academia (guión adaptado y dirección artística, aparte del obtenido por el actor) de un total de ocho nominaciones.
El alegato final del abogado ante el tribunal se ha convertido en una de las escenas más memorables de la historia del cine. El discurso, estudiado por intérpretes de todo el mundo, concluye sin el refrendo de aplausos enardecidos o furibundos abucheos. Silencio, solo silencio. Así nos invita Mulligan a digerir un discurso preñado de reflexiones morales. Para conocer la decisión del jurado, sólo tienen que leer la novela o ver la película.
La novela y la película son muy buenas, él es para caer enamorada fulminantemente. El artículo me ha gustado mucho, no son las pelas solo, son los valores y hacen falta tipos como Finch. La frase del arrojo es estupenda, cuando sabes que vas a perder pero vas a por todas. Otra sureña interesante Flannery O’Connor.