National Galleries of Scotland
Del mismo modo que descubrimos una ciudad a través de sus edificios, sus calles y los lugares que la conforman, en una exposición realizamos un recorrido a través de la vida de un artista, una época o una temática determinada.
Y si bien de niños lo que quedaba en nuestro recuerdo de los lugares visitados era todo aquello que nos parecía más grande, que nos impactaba por su monumentalidad, con el paso de los años vamos descubriendo que lo realmente espectacular no está en los edificios gigantescos ni las esculturas colosales, porque la poesía queda concentrada cada vez con mayor frecuencia en los detalles y en aspectos muy particulares de la creación.
Esta experiencia en poco diverge de lo que nos ocurre cuando nos enfrentamos a la contemplación de un cuadro. Y así la impresión que de niños nos provocaron los grandes cuadros de temática histórica va cediendo el lugar, también con el paso del tiempo, a otras obras de mucho menor tamaño.
Esto es lo que ocurre en las dos exposiciones que acaban de inaugurar las National Galleries of Scotland. Another World analiza exhaustivamente en la Dean Gallery el movimiento surrealista, demostrando que las pesadillas y los irracionales sueños de estos artistas se han convertido en parte integrante de nuestro lenguaje visual diario, formando parte de los códigos de comunicación habituales empleados en los campos del diseño y la publicidad. Para ello muestra obras fundamentales de Salvador Dalí, René Magritte, Joan Miró, Picasso, Max Ernst, Yves Tanguy o Giacometti, muchas de ellas pertenecientes a los fondos de las Modern Art Galleries de Escocia, una de las más importantes del mundo en este periodo, que se exponen en su totalidad por primera vez.
De esta exposición conmueve especialmente Cabeza rafaelesca estallando, de 1951, de Salvador Dalí. A pesar de impresión de monumentalidad de la obra, en este pequeño lienzo de 67×57 cm., el artista se muestra fascinado por la física nuclear, combinando sus observaciones científicas con las influencias religiosas y su admiración por los viejos maestros del Renacimiento y de la pintura académica de escrupuloso detalle del siglo XIX. Y así, en esta pintura la parte del craneo de la cabeza de la virgen se transforma en la cúpula abierta del Panteón de Roma, mostrando un dinamismo compositivo y un virtuosismo técnico extraordinarios que crean una obra de increíble magnetismo.
Por su parte Impressionist Gardens, en el Royal Scottish Academy Building, que tras su exhibición en Edimburgo podrá visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid entre el 16 de noviembre y el 13 de febrero de 2011, es la primera muestra dedicada por completo a esta temática en el Impresionismo. A través de obras de Monet, Manet, Pissarro, Renoir o Sisley, examina los posibles precedentes de estas obras en Delacroix, Corot o Courbet y su impronta en los paisajes de creadores posteriores influidos por esta tendencia en los siglos XIX y XX, como Bonnard, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Klimt o Sargent.
La presencia del jardín como motivo iconográfico en el Impresionismo radica en el interés decimonónico por el concepto clásico de locus amoenus, lugares de placer ligados a nuestra idea de hogar. Las flores y los jardines domésticos de las ciudades o de residencias privadas se hicieron también presentes con fuerza en la producción de los impresionistas, que encontraron en la intimidad de sus jardines particulares el espacio ideal para ubicar su estudio o su taller, para analizar los efectos del tiempo sobre la luz, de la luz sobre el color y de éstos sobre la atmósfera que rodea a plantas, animales y figuras. Además, la introducción de especies vegetales hasta entonces desconocidas procedentes de África, Asia y América y la inauguración de parques reales en varios países europeos contribuyó a afianzar la popularidad de estos jardines, sobre todo en la Francia de la década de 1860.
De entre las obras expuestas destaca Capuchinas dobles, de Henri Fantin-Latour, de 1880, conservada en The Victoria and Albert Museum, que constituye un auténtico jardín en miniatura en el que el artista ha sabido captar exquisitamente la compleja estructura de los pétalos y los brotes, así como el vigor y la impaciencia del crecimiento de la planta creando un momento completamente íntimo entre el espectador y la obra.
Dos propuestas dirigidas claramente al gran público en torno a dos movimientos centrales en la historia de arte moderno que nos demuestran que más que estilos artísticos son un ideario de actitudes frente a la vida. Un refugio para perderse en una de las habituales tardes de lluvia de Edimburgo.
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