Nariz de Oro
Nariz de Oro, de Raquel Saiz (texto) y Juliana Bollini (ilustraciones). Pontevedra, OQO Editora, 2010. Cartoné, 25×23 cm., 40 pp., 12.90 €. También en gallego. A partir de 5 años.
Por José R. Cortés Criado.
Érase una vez un niño a una nariz pegada.
Ese es Eduardo, un niño muy serio que no quiere ser ni Eduardito ni Edu, pero que es motivo de burlas de sus compañeros por culpa de su enorme nariz.
Su madre siente lo que ocurre y por ello le cuenta por las noches el cuento del patito feo, pero él no comparte la historia del cisne, porque se siente muy bien siendo como es y no desea transformación alguna, sobre todo cuando descubre que su nariz puede servir para colgar los calcetines, para que se posen los pajaritos, para oler las flores mejor que nadie o meterse los dedos en ella sin ningún esfuerzo.
Como el patito en el cuento de Andersen, Eduardo lo pasa mal, pero termina aceptándose como es, dejando de preocuparse de su aspecto físico y siendo feliz con su hermosa nariz, por eso renuncia a ser cisne, quiere ser narigudo, hecho insólito en los tiempos que corren, cuando someterse a cirugía estética es tarea corriente.
Ser como cada uno es y aceptarse con sus virtudes y defectos es una tarea que se asume con la edad, tratar este tema con los primeros lectores es enfrentarlos a la realidad y ofrecerles alternativas viables a sus problemas desde muy pronto, tal como hace la autora en este libro, donde el humor y las exageraciones se mezclan.
Los textos están escritos en distintos tipos de letra para resaltar gritos, exclamaciones, citas textuales o apodo, contribuyendo con su tamaño y forma a hacer la lectura más amena.
Las ilustraciones, de vivos colores, son de gran belleza. Los personajes y los elementos que completan las ilustraciones están creados con papel, cartón, alambre, tela y materiales de desecho que superpuestos sobre los fondos colorados con lápices y tintas acrílicas configuran unos originales collages. La belleza de los elementos pegados, la viveza de los colores y el percibir que los personajes sobresalen del fondo hacen que el lector fije su atención en ellos e intente tocarlos.