El elegido. The Divine Comedy o la irreductible creatividad

The Divine ComedyBang goes the knighthood.
Divine Comedy Records.

Por Antonio J. Ubero.

Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Y desde luego, quien supo sembrar en el pasado hoy se puede permitir el lujo de hacer lo que le venga en gana sin necesidad de preocuparse por la audiencia que pueda convocar en un recinto de conciertos. Esa libertad creativa, virtud sólo reservada para quienes han sido fieles a un estilo durante toda su carrera, es el sello que identifica a Neil Hannon o su alias, tal y como él mismo proclamó, The Divine Comedy. Y el resultado es un puñado de trabajos –diez para ser exactos, si se cuenta con el EP ‘Fanfare for de Comic Muse’ con el que debutó allá por 1988- en los que sobre el mismo lienzo ha dibujado escenas que reflejan esas pulsiones inspiradoras que proporciona el tránsito por la vida y sus inevitables evoluciones y circunstancias, forjando así una carrera tan versátil como personal que le ha otorgado un lugar de excepción en la escena musical europea de las últimas décadas.
Es difícil, muy difícil, en los tiempos que corren encontrar un músico cuyos trabajos no defrauden a pesar de haber eludido hábilmente ese hamburguesamiento creativo al que me refería en mi anterior artículo. Cada nueva obra del geniecillo de Londonderry es un bálsamo para espíritus acosados por la mediocridad, pues demuestra que aún existe una resistencia activa perdurable frente a la fugacidad de las propuestas de temporada, y con este ‘Bang goes the knighthood’ lo vuelve a demostrar con creces. Ya instalado entre los maestros y con una prolífica actividad artística paralela a su proyecto original, Neil Hannon se permite el lujo de ofrecer una colección de canciones sencillas, directas e impregnadas de un optimismo que parece reflejar el estado de gracia personal y profesional del compositor.
Un espíritu aventurero conduce a Hannon a manejar estilos sin perder la personalidad y así, si en sus tres primeros trabajos ‘Liberation’, ‘Promenade’ y ‘Casanova’ –el quinto, ‘A short album about love’, era una mera extensión de los anteriores, magnífica, eso sí- sentó las bases de un estilo demasiado arriesgado para una época dominada por jóvenes airados de inspiración explosiva que nutrieron la generación del brit-pop, en la que un tipo que sustentaba sus composiciones en instrumentos acústicos acompañados por suntuosas secciones de vientos y cuerdas era, como poco, un bicho raro. Quizás por eso su genio fuese mejor comprendido en el continente que en las incendiadas islas, y Francia se convirtiese en su refugio existencial, aunque sin perder de vista las tierras del otro lado del canal de la Mancha desde la perspectiva, eso sí, del sarcasmo irlandés al que recurre en no pocas ocasiones para elaborar unas letras cargadas de fina ironía en las que priman reflexiones sobre la sociedad moderna y sus convencionalismos. No digo con esto que Hannon fuese despreciado en el Reino Unido pues muchos de sus discos obtuvieron una acogida favorable por parte de la crítica británica, aunque nunca logró el reconocimiento que la calidad de sus composiciones se merecían.
Y prueba de esa dimensión es que Hannon ha puesto su genio al servicio de grandes compositores como Michael Nyman e intérpretes como Ute Lemper, Yann Tiersen, Air, Jarvis Cocker, Vincent Delerm, Charlotte Gainsbourg, Jane Birkin, la cantante de musicales Laura Michelle Kelly y, por último que yo sepa, con Stuart Murdoch, alma de Belle and Sebastian, en su maravilloso trabajo ‘God help the girl’. Una nómina más que apreciable que define la figura artística del compositor irlandés.
Esa distancia prudente de las tendencias musicales periódicas y, en concreto, de la que convivió con sus primeros pasos, permite a Hannon moldear el discurso creativo a su antojo y si el monumental ‘Fin de siecle’ fue digno ejemplo de esa profundidad de registros al hacerse acompañar en esa ocasión por más de cien músicos en un trabajo denso, emocionante y romántico que rompía con la ligereza barroca de sus anteriores trabajos, en su nuevo disco se toma una jocosa revancha con el tema ‘At the indie disco’, en el que repasa la nómina de aquellos grupos que saborearon el éxito en los noventa y que curiosamente han quedado en el rincón de los juguetes rotos, mientras que un outsider como él sigue en la brecha y con plenas facultades para sorprender.
Esta canción marca el tono de un nuevo trabajo cuyo estilo ya avanzaba en su anterior obra, ‘Victory for the Comic Muse’: canciones despojadas del aparato que caracterizaba las de ‘Fin de siecle’ e incluso las de ‘Absent friends’, más sencillas, alegres y con ese toque teatral que siempre ha impregnado sus composiciones, muy cercanas en este caso al musical lo cual me lleva a sospechar que Hannon esté explorando con detenimiento este género y nos regale alguna agradable sorpresa en el futuro (pero esto sólo es elucubrar). Mimbres no le faltan. En cualquier caso, ‘Bang goes the knighthood’ es una obra que recupera las esencias de sus primeros trabajos y sin ser tan sobrio como esa declaración de intenciones que fue ‘Regeneration’ –auténtico homenaje a la soberbia con aroma a amortización de un ciclo- sí que se inclina por una propuesta divertida de estética sesentera con discurso musical diáfano, en el que la instrumentación se reduce considerablemente con respecto a anteriores obras y un mensaje claro y comprensible cargado, eso sí, de dobles sentidos aunque categórico, siendo su máxima expresión ‘I like’, una auténtica exposición de motivos para amar a una mujer.
Sin ser uno de sus mejores trabajos, ‘Bang goes the knighthood’ devuelve a un Hannon en plena forma, capaz de moldear su propuesta musical a su antojo alejado de modas y presiones mercantiles. Un manojo de canciones estimulantes que muestran a un músico desprejuiciado que ofrece al oyente compartir con él la alegría de vivir. Dueño ya de sus destinos –el disco está producido por él mismo y comercializado por su propia discográfica-, The Divine Comedy afronta los retos del futuro con la misma libertad que disfruta desde sus orígenes y, por supuesto, nadie será capaz de prever con lo que nos sorprenderá la próxima vez. Quizás solo él, pero sólo quizás.

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