Airbags para los oídos
El verano empieza en agosto, al menos para quienes como un servidor, dispone de tiempo libre y puede dedicar un rato a escarbar en la discoteca en busca de antídotos contra el embrutecimiento musical que se impone en unas fechas que obligan a abandonar la confortable madriguera, y frecuentar lugares fresquitos donde impera esa medianía; bálsamos pretéritos que, sin embargo, conservan todas sus propiedades salutíferas y aumentan las defensas ante el azote de ritmos estragantes, melodías de establo y letras mendaces.
Es cierto, no obstante, que el sofoco estival no invita al recogimiento y hasta los espíritus más sobrios y recatados buscan evasión en lo evanescente y sencillo, aunque ello no signifique una renuncia al ingenio y a la calidad. Además, es un ejercicio muy saludable aliñar con la banda sonora apropiada los momentos y escenarios que ilustren el asueto, pues de todos es sabido que la música constituye el complemento perfecto para fijar los recuerdos.
Movido por un repentino sentimiento solidario, comparto con el respetable una pequeña selección de las músicas que me he preparado para el retiro, teniendo en cuenta que mi disquero se ha largado de vacaciones y, salvo arrebato fortuito en eventual visita a unos grandes almacenes o feliz hallazgo de disquería en remota localidad, no creo que nutra mi discoteca con nuevos títulos hasta que septiembre venga a rescatarme del reposo con novedades dignas de atención.
Así, sin perjuicio de la detenida revisión a la producción de Elvis Costello, con especial atención a sus gloriosos primeros trabajos, Prince, y en especial The vault, News y The rainbow children, tres trabajos tan curiosos como reivindicables, y Peter Gabriel, incluida su etapa en Genesis, por razones prácticas y porque siempre es un placer, he echado mano de una selección de música que repartiré según se tercie:
Para empezar el día, nada mejor que ese despliegue de elegancia que es Apple Venus, de XTC (Cooking Vinyl, 1999), un compendio del mejor pop que se hizo en los noventa y que sirvió para el regreso de una banda vigorosa tras siete años de silencio; canciones emocionantes con unos sofisticados arreglos y melodías irreprochables. El zumo de naranja-pomelo y unas tostadas de aceite de oliva (del bueno) y sal merecen la compañía sonora de otro de los genios de la música retrospectiva, como es Gonzales, uno de los músicos que mejor ha entendido la estética de los ochenta desde su atalaya del nuevo siglo y así lo corrobora en el chispeante Soft power (Mercury, 2008), uno de esos discos que es difícil no calificar de casi perfectos, con temas propios y ajenos en los que realiza una magnífica lectura del rhythm & blues, el soul o la música disco sin que le rechinen las bisagras ni apeste a naftalina. Para elegir la ropa con la que combatir el calor sin que a uno le miren mal por no enseñar las piernas y airear los pies, es bueno estimularse con un chute de optimismo de la mano de esa comunidad extravagante que se hace llamar The Polyphonic Spree, de quien cualquiera de sus trabajos puede servir, aunque me quedo este verano con The Fragile Army (Good Records, 2007), un disco donde se nota la madurez de la propuesta después de dos luminosos y algo acelerados predecesores, lo que eleva la calidad y propone una perspectiva de la vida que conduce hacia esa felicidad casi pueril que dibuja una sonrisa en quien la escucha; un pop poderoso que sorprende desde la primera escucha por lo bien ensamblada que está la profusa instrumentación manejada por un grupo de chicos vestidos con túnicas multicolores que reivindican la alegría de vivir sin caer en el ridículo. Y para esos días que no está uno para mucho jubileo, lo mejor es acompañar las dosis de analgésicos y protectores estomacales con la música más comedida pero no menos estimulante de Leon Redbone, ese inclasificable alquimista de los estilos que reúne en su excepcional Any Time (Verve, 2001) las pruebas irrefutables de un genio sin paliativos con una paleta que contiene desde blues a jazz mezclados con precisas dosis de pop, para conseguir un paisaje sonoro que eriza el pelo del cogote por su elegancia y ritmo, hasta el punto que terminas bailando con el omeoprazol (genérico, que conste) casi sin darte cuenta.
Ya bajo el sol de agosto, y si hay que coger el coche para no perder ni una gota de vitalidad secretando fluidos incómodos, no hay nada como recurrir a esos viejos amigos que nunca fallan según las circunstancias y el ánimo. Neil Young, The Jayhawks o José Ignacio Lapido proporcionan con su música las dosis necesarias para mantener una conducción atenta y divertida a la vez. Podría ser cualquiera de sus discos, pero puestos a elegir me quedo con el sereno Prairie wind (Reprise, 2005), el preciosista Smile (Sony Music, 2000), y el arrebatado y poético En otro tiempo y en otro lugar (Pentatonia, 2005), respectivamente. Todos ellos contienen auténticas joyas musicales engarzadas en letras con una carga literaria sin parangón, representan con claridad el potencial de unos músicos que no han recibido el merecido reconocimiento por parte de la industria, y garantizan un viaje evocador. Ahora bien, si el tráfico se pone difícil o hay que lidiar con tarantinos del volante, no hay nada como acompañar ese deseo de portar una ametralladora instalada en el capó y con los mandos al volante con los marmóreos ritmos que Rammstein emplea para su irrepetible Mutter, icónico monumento al rock marcial de enormes volúmenes que lleva a la sangre a su grado de ebullición ante esa avalancha de emociones desatadas acompañadas de guitarras lacerantes, estentórea percusión, cuerdas wagnerianas y coros que pugnan por inducir un poco de serenidad, para converger en un conjunto ensamblado como la culata de un Mercedes, pura ingeniería alemana. Y como toda ida tiene su vuelta, el crepúsculo (sin vampiros) pide calma y ese es el territorio perfecto para Branford Marsalis y su bellísimo Eternal (Rounded, 2004); no tengo palabras, sólo hágase la prueba y si se supera sin sentir ni un leve estremecimiento visítese el servicio de urgencias más próximo y compruébese que se sigue vivo. No tan apabullantes aunque no por ello menos indicadas para esos momentos de regreso son las canciones de Esperanza Spalding en su disco homónimo (sin apellido), en el que la joven bajista de Portland nos da una auténtica lección de cómo el jazz es ese lugar universal en el que confluyen todas las culturas mediante su estilo musical y que es perfectamente posible tener 26 años y ser un genio. Advertencia, Esperanza (Hands up, 2008) contiene pizcas rítmicas que ayudan a mantener la atención en la carretera.
Para consumir en compañía, la gama se diversifica, pues si In our bedroom after de war (City Slang, 2007), el magnífico cuarto trabajo de los canadienses Stars, o esa suerte de banda sonora que el ex Belle and Sebastian Stuart Murdoch bautizó como God help de girl (Rough Trade, 2010) pueden servir como buen aperitivo con esa mezcla de desenfado y emoción en canciones animadas y de estribillos adherentes, nada mejor para elevar el ánimo de la concurrencia mientras se consumen unas buenas y frías cervezas que esa recopilación de éxitos que confeccionaron Pet Shop Boys como si prodigios de la costura fuesen, en un concierto en directo que bajo el título Concrete (Parlophone, 2006) reunió junto a la Orquesta de la BBC a adalides del glamur macarra como Rufus Wainwright y Robbie Williams interpretando con estilo canciones por las que no pasa el tiempo. Un alarde de estilo que da el toque de distinción a cualquier reunión desenfadada que se precie, pues nunca canciones tan familiares sonaron con tanto garbo. Aunque para donaire nada mejor que aquellas melodías evocadoras que salían del fliscorno de Chuck Mangione, uno de esos estetas del jazz eclipsados por la envergadura de ilustres músicos como Miles Davis, Chet Baker o Winton Marsalis y que, sin embargo, regaló piezas imperecederas como Feels so good o Bellavia que hoy ocupan un lugar preferente en el imaginario sonoro. Para no preocuparse por los altibajos del compositor (que los tiene), lo mejor es recurrir a una recopilación que publicó Verve en el año 2000 dentro de su serie ‘Finest hour’ y que reúne lo más granado de su repertorio. Y para sorprender está el combo alemán Mardi Gras BB con ese disco inspirado en las películas de acción de serie B titulado Zen rodeo (Universal Jazz, 2002), en el que se reúne un crisol de melodías añejas en sesión continua con Nueva Orleans como escenario, entrelazadas con vigor pero sin pretenciosidad ni estridencias para disfrutarlas sin prejuicios y con un pie marcando el compás.
Cuando cae la noche es el momento de relajarse si no hay un plan mejor que implique la inevitable dosis de democracia sonora. En soledad o compañía y al fresco es posible transitar de lo emocionante a lo bello pasando por lo estremecedor de la mano de McCoy Tyner y su Afro Blue (Telarc, 2007), selección de sus mejores interpretaciones con músicos de lujo, Keith Jarrett y Charlie Haden con su tierna criatura llamada Jasmine (ECM, 2010), o de esos héroes que un día osaron interpretar a los dioses y cuyo fruto ha rescatado el ínclito Fernando Trueba en el imprescindible Clásicos para los amigos (Sony, 2009). Pillar la cama con las notas de ‘Je crois entendre encore’, el aria escrita por Bizet e interpretada por Grover Washington Jr., decorando nuestro cerebro garantiza los dulces sueños. Buenas noches y feliz agosto.