La noche sucks
Por Daniel Ruiz García.
La noche sucks. Blanca Riestra. Alianza Editorial. 256 páginas. 16 euros.
Hay libros que son como la comida rápida: uno los come, sacia el hambre inmediata, pero enseguida los olvida. Sin embargo otros libros son como el buen jamón: se quedan en el paladar, cuesta trabajo desprenderse de ellos, contaminan tu recuerdo hasta tal punto de que eres capaz de rememorar su musicalidad, su contenido, incluso el diseño de la cubierta, durante largo tiempo. La noche sucks, de Blanca Riestra, pertenece a esta segunda categoría. Es un libro, me parece, extraño en su conjunto, pero con considerables hallazgos y que deja un sabor intenso, como de haber leído algo con sustancia.
Entre los hallazgos me quedo fundamentalmente con dos. El primero, más obvio, tiene que ver con la expresividad. La noche sucks está construida sobre un lenguaje que resulta hipnótico, por su capacidad de sugerencia, por sus metáforas, de una gran profundidad plástica, por su extraña prosodia interna, prestada del espanglish y que da a la lectura una cadencia parecida a la que se obtiene con la (buena) música. En un estilo las más de las veces directo, Riestra hace gala de una gran habilidad narrativa y sobre todo descriptiva, dando la vuelta a algunos preceptos clásicos del realismo sucio que se revierten y alcanzan una considerable categoría lírica merced a metáforas de fuerte impacto visual.
El segundo hallazgo tiene que ver a mi juicio con el planteamiento estructural, con el propio propósito y organización de lo que se cuenta. El texto que abre el capítulo “Los pájaros” constituye a este respecto una verdadera declaración sobre la intención literaria de la obra. “Es el instinto del espacio –dice la autora- lo que me guía. Los personajes hormiguean a vista de pájaro”. Porque es una novela que, antes que contar, observa. Construye una región, Alburquerque, Burque, desde una mirada personalísima, que integra incluso a la propia autora, Blanca Riestra, transformada en personaje. En un extraño ejercicio de desdoblamiento, la narradora se reconstruye a sí misma como personaje atrapado en esa ciudad de tránsito, en ese terreno fronterizo, que es Alburquerque, donde la autora permaneció durante varios años dirigiendo el Instituto Cervantes. Aquí es un personaje más, pero hay muchos otros, todos ellos anegados de cierto poso de infortunio, de suciedad, de perdición, y todos ellos traspasados por esa suerte de genética cultural norteamericana de drugstores y de jukeboxs y de moteles que tan precisamente retrataran autores como Raymond Carver (una de las lecturas, curiosamente, que aparecen durante la obra) o Cormac McCarthy. Una de las influencias explícitas de la autora al concebir La noche sucks es 2666, de Roberto Bolaño, pero debo objetar que hay una diferencia importante con respecto a la obra referida. Existe, de acuerdo, cierto escenario compartido, cierta cercanía de sensibilidades en ese territorio de mujeres desaparecidas y desiertos insondables de color rojizo, pero aquí hay una vocación mucho más esteticista, más centrada en el plano, en lo visual. Hay una entremezcla de short cuts pero que no son concluyentes, que no evolucionan hacia un estadio final. En este sentido es una novela bastante postmoderna: es como si Riestra hubiera querido tomar sólo un trozo de la existencia, sin mostrarnos nada de lo que hay antes y lo que vendrá detrás, pero aplicando el foco sobre ese pedazo de vida de forma intensa, vivísima. En La noche sucks no pasa en realidad casi nada, pero en sí misma contiene todo un pedazo de vida que late furioso y envenenado. Un universo sugerente, hipnótico, que resulta difícil de abandonar y que engancha. Sin duda gracias a la habilidad de la autora, sin duda gracias a la potencia de una mirada, la de Riestra, que al cabo es todo lo que se necesita para ser un buen escritor. Una mirada distinta de la realidad. Qué fácil es decirlo, y qué difícil conseguirlo.