De exploradores y héroes
Los cazadores de the, de Fernando Sánchez Cabezudo.
Por Mr. Kubik Producciones (www.misterkubik.com)
Sala Cuarta Pared de Madrid (www.cuartapared.es)
Hasta el 31 de julio a las 21h00
Dos hombres, el noruego Roald Engelbregt Amundsen y el inglés Robert Falcon Scott, compiten por ser el primero en llegar al polo sur y uno, de entrada, ya debería preguntarse : y ¿qué más dará ser el primero o el tercero en alcanzar la meta si la dicha es buena?… Sin duda, por contexto deportista, no es ésta la mejor reflexión que se pueda hacer en esta racha bermellón que llevamos, pero es el tema central de esta obra apta para cualquier público en cualquier época del año. De hecho, ser el primero, a comienzos del siglo XX, era aún sinónimo de conquistar un espacio no siempre virgen : la Antártida en este caso desquiciado, ya que estamos hablando de un glaciar poblado de pingüinos. Y aunque para el uterino Fernando Savater, cualquier viaje comienza o se limita al interior, se diría que Fernando Sánchez Cabezudo se adhiere más bien a la opinión de un Jorge Luis Borges según el cual cualquier recorrido es espacial. Y en la misma línea que otros espectáculos anteriores de Mr. Kubic, articula su narración a partir de un espacio concreto ingeniosamente estructurado, esta vez, en plataforma giratoria de madera dividida en dos zonas que representan ora una tierra helada, ora el interior de un hogar. Y así, mezclando la tosca realidad (esa materia tridimensional) con los efectos especiales del sueño (luces de un foco, imágenes proyectadas, música), se suceden, como en un viaje en el tiempo, los diversos episodios de ambas expediciones, alternando escenas de puro verismo con instantes meramente líricos. Los dos actores, Fernando Sánchez Cabezudo y Hernán Gené, se complementan con una armonía deliciosa y gracia a porrones aunque, sin duda, hay que destacar la versatilidad y, por momentos, la belleza del personaje de la osa polar… Este símil estelar me hizo pensar más tarde en lo ingenuo que llega a ser un hombre ávido de ficciones y sobre todo en lo frágil que le vuelve su imaginación. Según Savater, si los grandes exploradores añoran todos “la magia” de su niñez, en sus vidas personales son auténticos desgraciados, a menudo víctimas del hermano primogénito convertido en eterna “vedette de la casa”. Puede ser. En esta obra, nos cuentan dos puntos de vista del explorador. El del terco Scott que sacrificó hasta su propia vida con tal de no ceder ante los imperativos abruptos de la realidad antártica que él ignoró, lo que le llevó, entre otras cosas, a no utilizar perros con trineos sino garbosos caballos mongoles y a empecinarse, hasta su último aliento, en recoger “muestras geológicas” que, más adelante, llegaron a ser unas aportaciones cruciales para comprender la prehistoria de la tierra. O el de un pragmático noruego Amundsen, impelido por su pulsión de conquista que le arrastró sin éxito hasta el polo norte, lo cual le llevó a conformarse después con ser el primero en pisar el suelo más sureño del mundo gracias, entre otras cosas, a su interés por la sabiduría ancestral de los nativos de tales zonas frías o a sus siniestros cálculos de supervivencia. Si Scott perdió su vida y la de sus hombres en el intento, Amundsen pudo contar su hazaña gracias al canibalismo que impuso a su cuadrilla de perros en el viaje de regreso. El uno fue demasiado inteligente, el otro demasiado listo. Para sus respectivos reinos fueron grandes héroes en su día, por el provecho que de su empeño sacaron. ¿Quién se acuerda de ellos hoy ? Es sin duda el mérito de este espectáculo que, al salir del patio de butacas, nos ofreció la posibilidad de contemplar periódicos de la época y testimonios todavía vivos. O eso nos pareció.
En realidad, a mí la obra me pareció muy floja. A pesar del correcto papel de los actores, del acierto del diseño del escenario (con esa plataforma giratoria), considero que sufre de grandes carencias en la distribución de la tensión dramática, que amalgama episodios de diversos registros pero no que terminan de cuajar en ellos, que, no en vano, cae en recursos tópicos y sencillos para salvar situaciones (como el metateatro) y que agota muy pronto sus elementos de intriga.