Cartas de Abelardo y Eloísa
Eloísa a Abelardo
«Admito, sinceramente, la debilidad de mi alma, pero no acierto a encontrar la penitencia justa con que aplacar a Dios a quien siempre acuso de suma crueldad en relación con este ultraje. Me rebelo contra su disposición y, por lo mismo, le ofendo con mi indignación, que le aplaco por la satisfacción de la enmienda. ¿Cómo se puede llamar penitencia de los pecados –por mucha que sea la mortificación del cuerpo- si el ánimo retiene todavía la voluntad de pecar y arde en los viejos deseos? Es muy fácil acusarse a sí mismo confesando los propios pecados, así como afligir el cuerpo con una manifestación externa de penitencia. Pero es muchísimo más difícil apartar el alma del deseo de las pasiones que más nos agradan. […] San Gregorio lo comenta así: “Hay personas que confiesan en voz alta sus culpas, pero no saben cómo gemir sobre ellas. Hablan alegremente de lo que debería ser lamentado. Por eso, el que confiesa sus culpas y las detesta debe hacer todavía otra cosa: manifestarlas con amargura de corazón a fin de que la misma amargura castigue lo que la lengua acusa por medio del juicio de la mente”».
Abelardo a Eloísa
«Ningún alimento, pues, mancha el alma sino la apetencia del alimento prohibido. Así como el cuerpo no se mancha más que con inmundicias corporales, de la misma manera el alma no se mancha más que con lo espiritual. No hay que temer lo que se haga en el cuerpo si no se arrastra al alma a consentir. Ni hay que confiar en la limpieza de la carne, si la mente se corrompe se corrompe la voluntad. Del corazón depende, pues, toda la muerte y la vida del alma. […] Y puesto que cuerpo y alma están íntimamente unidos en una sola persona, hay que cuidar muchísimo de que la atracción de la carne no arrastre al alma al consentimiento, no sea que mientras se cede demasiado a la carne, ella se hace lasciva, se resiste al espíritu y comienza a dominar cuando debería ser dominada».
Si quieres seguir leyendo, consulta la obra, publicada en Alianza Editorial (2002), Cartas de Abelardo y Eloísa.