«Bar de Anarquistas», de José María Conget
Por Juan Carlos Fernández León.
Tres son las razones que me han impelido a leer y después a reseñar este libro de relatos.
La primera de todas está relacionada con la editorial, con Pre-Textos. Para el que esto escribe es un verdadero placer encontrarse de vez en cuando con un libro de dicha editorial valenciana, ejemplares siempre primorosamente editados, con sus típicas portadas pictóricas, su perfecto y manejable encuadernado, su papel suave, su delicioso olor interno. Y ante todo su política de mercado, en la que prevalece el prestigio antes que la venta, la literatura antes que la comercialidad de la obra, hasta los límites de prescindir del requisito, hoy inevitable y necesario, de la publicidad. La edición de Bar de anarquistas no me ha decepcionado.
La segunda razón tiene que ver con el autor, José María Conget (Zaragoza, 1948), escritor veterano que, aunque viene publicando con cierta constancia desde los 80, yo no había tenido antes la oportunidad de leer nada suyo, novelas, ensayos o libros de cuentos. Su estilo, su sabiduría narrativa, su manejo del lenguaje y los recursos tonales tampoco me han decepcionado.
La tercera razón se enraíza en el mismo título, Bar de anarquistas. También los bares, pero en especial los anarquistas y la acracia me han atraído desde la juventud; me reconozco un acólito a la sombra de sus postulados, tal vez un ácrata aristocratizado, y por ello trato de conseguir cualquier obra, tratado, documento o revista que se centre en la idílica labor desempeñada (por los siglos de los siglos) por estos mesías de su época, anacrónicos y vigentes, idealistas y reales, siempre contradictorios. En este sentido, no he tenido más remedio que claudicar a mi decepción. El contenido de Bar de anarquistas no tiene mucho que ver con el concepto habitual de anarquismo. Es simplemente el título de uno de sus cuentos, que hace referencia a una taberna antigua, de pasado anarquista, donde una pareja se toma una cerveza. En apariencia, solo eso.
Existe aún una cuarta razón, no menos importante que las anteriores. Bar de anarquistas fue finalista del Setenil del 2006, el concurso de los concursos para libros editados de cuentos. Para mí, esto son palabras mayores. Es el concurso más respetable que conozco para el género cuento.
Concibo Bar de anarquistas como un caótico mapa del tiempo, configurado por ocho cuentos o jirones nostálgicos, que necesitan de un buen remiendo para que ganen un sentido unitario. El libro es un puzzle con las fichas destrabadas y en desorden, cuyo punto de fuga o de unión lo constituye la ciudad de provincia, capitales de provincias españolas que nunca se citan, aunque se aporten datos suficientes para su localización veraz. No es tema baladí el espacio en estos cuentos: la provincia configura ineludiblemente la naturaleza de los personajes, los dota de ese ahogo tan reconocible por la escasez de horizontes, los convierte en seres apáticos, plenos del aburrimiento que solo puede manar de un enclave tan hermético como el de una capital de provincias. En muchas ocasiones a los personajes se los percibe resentidos con el espacio que les ha tocado en suertes.
Pero volvamos al puzzle, al mapa del tiempo de Bar de anarquistas. Procediendo a su organización, es decir, desordenando su estructura previa, nos encontramos con la rígida educación religiosa de cuatro mozalbetes con ínfulas de artistas aventureros en Los cuatro rebeldes, niños sometidos a un sistema severo de domesticación, los colegios religiosos de los sesenta. En Domingos de verano, visitamos el verano de cualquier año de los 70, para asistir al proyecto literario de un joven estudiante, ansioso por escribir una novela durante sus vacaciones escolares, que a la postre no es más que un homenaje elegíaco al descubrimiento del propio padre. Tras esta ficha del puzzle podríamos adherir el relato El sol brilla algunos días hacia junio, también inserto en la década de los 70, una serie de experiencias de intercambio, casi picarescas, en Glasgow. Gracias por el café, Clandestinos y Bar de anarquistas poseen una misma vinculación sentimental, son relatos nostálgicos, cuyos personajes, de mediana edad, anhelan otra época y detestan la actual, en la que se asfixian, historias, sin apenas trama, ubicadas en la joven democracia, en los años ochenta, de cuando la lucha política ya ha concluido y donde el amor perdido o el adúltero o el que pudo ser y no fue, son las caras de una misma moneda, la de la frustración y la monotonía. El peculiar mapa del tiempo que es Bar de anarquistas concluiría con Bartolo, un relato humorístico, ya plenamente instalado en la actualidad, protagonizado por el aburrido trabajo del funcionario y centrado, en concreto, en el jefe de un noviciado, en Bartolo, vago y desdeñoso, sumamente reaccionario, una dañosa esquirla del antiguo régimen, que es, al final, castigado por sus empleados.
Bar de anarquistas es un paseo, un itinerario triste, posiblemente autobiográfico, que cruza las cuatro últimas décadas de nuestra historia (la melancólica, la humorística y la política), que es la historia tímida del día a día, en la que apenas brotan hechos de relumbrón, la historia costumbrista y la cotidiana, en la que despunta, sobre todas las cosas, un arraigado y sincero amor a la literatura.
El anarquismo de este libro de relatos hay que buscarlo en el inquebrantable tesón de Conget por escribir bien, con estilo, distanciándose así de las fatuas modas narrativas actuales.
Bar de anarquistas
José María Conget
Editorial Pre-Textos
150 páginas.
12 euros.