Doctor, los videojuegos ya no me divierten… ¿Es grave?
Por Daniel Muñoz
Pues sí, como lo oyen: cada día me divierten menos los videojuegos actuales. Suponiendo que existiese una hipotética rama de la medicina dedicada a combatir estas dolencias y profesionales que la ejercieran, supongo que me recetarían algo así como una partidita al Red Dead Redemption cada ocho horas -o, para ser más justos con la realidad, de no más de ocho horas, porque hay que ver lo que engancha el jueguecito de marras- y alternar con dosis moderadas de Bride después de las comidas, para no perder nunca la perspectiva de que, en este mundillo maravilloso, menos es más si se sabe hacer bien.
Pero hasta que la Seguridad Social llegue a dar la cobertura adecuada a casos como el mío, me temo que no me queda más remedio que automedicarme. Si, aunque lo parezca no se me ha ido la olla, y con el calor que hace mientras escribo esto bien podría haber sido. Más al contrario, mi argumentación tiene una base sólida: si al final se ha conseguido llegar al punto en que la sociedad se plantee el debate de si los videojuegos han de ser considerados arte, no creo que estemos muy lejos de mi pequeña ucronía. Y, retomando el hilo tras esta ligera digresión, ahora mismo mi “dieta” de videojuegos se compone de lo que citaba en el primer párrafo, así que, de alguna manera, me estoy aplicando un tratamiento para paliar el aburrimiento infinito que me producen el noventa por ciento de los títulos que salen al mercado actualmente.
Pueden llamarme viejuno iracundo y taciturno si quieren, pero a mí me divertían mucho más los juegos de antes, que no tenían tanta potencia gráfica ni tanta chufla tecnológica a su alcance, y por eso los artesanos -aquellos sí- que los desarrollaban tenían que poner el acento en lo que dominaban: la jugabilidad. Si un juego no era divertido y no tenía un grado de adicción perfectamente medido se comía los mocos, hablando en plata, porque no podía agarrarse al saliente de los acojográficos de mega-ultra-súper-alta-definición ni pamplinas por el estilo. También salía bastante basura, es cierto, pero en una proporción mucho más equilibrada con los buenos títulos.
No me malinterpreten, no quiero decir que no disfrute de la virguería visual como el que más, pero de ahí a que se utilice como refugio de la mediocridad y la producción en serie pulsando el botón de “fabricar videojuego”, eso sí que no. Y sí, yo también estoy de acuerdo en que gráficos sencillos no equivalen a jugabilidad perfecta, a pesar de lo que decía antes; solo hay que tener el valor de plantarse ante cualquier Imagina ser… para comprobarlo. Yo creo que la industria se ha “profesionalizado” demasiado y se ha perdido ese amor por las cosas bien hechas que casa bien con la artesanía y muy mal con la globalización, las ventas multimillonarias y las compañías mastodónticas en las que se ficha al entrar y al salir, y que son las que hoy en día deciden el futuro de esta prodigiosa forma de arte. Una pena.
Menos mal que quedó la serie GTA, que ha entendido muy bien en qué consiste esto de viciarse. Aplaudo tu reflexión.
Pues mira que yo creo que la principial diferencia es que ahora se producen más juegos, y esto implica que también se produce más basura, al abrirse el mercado al público más gente quiere un pedazo de la tarta y asi se produce cada vez más basura. Pero la basura es una constante de la producción del ser humano.
En cuanto a lo de los gráficos, últimamente a alguien debió encendersele la bombilla al pensar que ya que no se puede competir con el qué hacer, se ha de competir con el cómo hacerlo, así influenciables ilusos se pensaran que están ante una renovación cuando realmente están ante la misma basura con una capa de pintura de otro color, y el ejemplo más alarmante es la tendencia del 3D.
No estoy de acuerdo. Los juegos de ahora son muy buenos como han sido siempre, unas cuantos, y como pasa en todos las disciplinas artísticas. Muchas veces lo que nos pasa es que ensalzamos recuerdos y decimos aquello de «en mis tiempos… las cosas iban mejor». Pero no es cierto. Existe la misma proporción de títulos memorables según las épocas.
Aún así, interesante tu reflexión.