“De la influencia de las pasiones”, de Madame de Staël
«Hoy, quien aspire a destacar tendrá que enfrentarse al amor propio de los demás, y le amenazarán con pasarle el rasero cada vez que suba un peldaño por encima de los demás. La masa de los hombres cultivados experimenta una especie de orgullo activo en destruir los éxitos personales. Si hemos de examinar las causas del gran ascendiente del que gozaron en Atenas o en Roma los genios superiores, o de la confianza casi ciega que en ellos depositaron las multitudes, constataremos que nunca la opinión púnlica ha determinado su propia opinión. Por el contrario. su constancia en determinadas convicciones se ha debido a poderes externos a ella, o a la fe que ha demostrado en algunas supersticiones. Bien eran los reyes, que conservaban la gloria hasta el final de su vida, en la época en que los pueblos creían que la realeza tenía un origen divino; bien era un Numa, que invetaba fábulas para que su pueblo aceptase las leyes que le dictaba su sabiduría, confiando más en la credulidad de éste que en la evidencia. Los mejores generales romanos, cuando deseaban la guerra, afirmaban haberla declarado guiados por el vuelo de los pájaros. Así era como los hombres astutos de la antigüedad escondían los consejos de su genio bajo la apariencia de supersticiones, evitando así parecer jueces, aunque estuviesen seguros de tener razón».
«Una reflexión debería guiar a quienes participan en los grandes debates entre los hombres: debemos considerar a nuestros enemigos como personas de la misma naturaleza que nosotros. Aunque nos disguste, incluso los degenerados conservan su humanidad. Y, sin embargo, no nos servimos nunca del conocimiento de nosotros mismos para ponernos en la piel del otro. Se dice que hemos de acosar, humillar, castigar, mas sabemos que estos mismos medios no producirían en nuestra alma más que una exasperación irreparable. Vemos a nuestros enemigos como una cosa física que podemos abatir, y a nosotros mismos como seres morales movidos únicamente por nuestra propia voluntad».