El Conde Lucanor o el arte del buen vivir
¿Por qué volver a El Conde Lucanor?, ¿hay algo nuevo que nos pueda aportar o es un texto aburrido, lleno de consejos antiguos, sin aplicación actual? ¿A nuestros jóvenes les pueden interesar los consejos del ayo Patronio? Por supuesto que sí y no solamente les pueden interesar, sino que pueden extraer sus propias conclusiones acerca de algunos comportamientos humanos. No siempre hay que ser confiados, nos dice Don Juan Manuel; no hay que fiarse de los negocios fáciles; hay que huir de las lisonjas que suenan a hueco; no hay que dejarse llevar por los primeros entusiasmos a la hora de emprender algo nuevo; no hay que vivir de castillos en el aire… y, en fin, una serie de ejemplos y consejos que, sin duda, constituyen un buen equipaje, en esta y en todas las épocas, para viajar por la vida.
Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, dota al castellano de nueva flexibilidad, aunque, no lo olvidemos, sus escritos datan del S. XIV; por lo tanto, el idioma es una primera barrera que hay que superar. De ahí que agradezcamos las adaptaciones o versiones actuales de El Conde Lucanor, que permiten que su actualidad y su fuerza narrativa lleguen, sin perder calidad literaria, a nuestros jóvenes. Ricardo Gómez, en este sentido, nos ofrece una selección de relatos y la adaptación de los mismos que, publicada por Edelvives, e ilustrada con acierto por Javier Zabala, reúne todas las características que ha de tener un texto clásico destinado a los jóvenes. Ricardo Gómez no incluye aquellos relatos que pudieran parecernos sexistas o clasistas y escoge con cuidado aquellos otros que sí son actuales y relevantes: el rey que se deja engañar por unos vividores y se pasea desnudo pensando que va muy bien vestido, la pobre mujer que sueña que tendrá un futuro mejor gracias a su olla de miel que se acaba rompiendo, el hombre que cree que es el más desgraciado del mundo y se da cuenta de que los hay peores; el padre y el hijo que deciden actuar según sus criterios porque si hacen caso a la gente nunca la contentarán, aquellos que se sienten probados por sus superiores y, en suma, un buen ramillete de relatos que mantienen su estructura original, aunque, insistimos, se adaptan, en estilo y lengua, a nuestros días.
Don Juan Manuel, cabe recordarlo, fue el prototipo de noble culto de su época, aunque no descuidó su vida política. Veló, eso sí, por sus intereses personales, lo cual no se refleja en su obra que trata de darnos mejor impresión. Es curioso que Don Juan Manuel escribiera estos textos de carácter moralista, aunque, eso sí, se trata de una moral práctica y utilitaria, por eso decimos que aún son vigentes en muchos casos.
Leyendo El Conde Lucanor también reconoceremos otras fuentes clásicas, como Fedro y Esopo, los apólogos de origen árabe contenidos, por ejemplo, en El Calila e Dimna, las leyendas y tradiciones españolas, las parábolas evangélicas y otros muchos. Su libro, por así decirlo, es una especie de arte de vivir. Don Juan Manuel aporta una moral utilitaria, que responde muy bien su época. Don Juan Manuel muestra una concepción práctica de la vida y trata de enseñar a comportarnos siempre en provecho propio, defendiendo los intereses personales. No obstante, la selección de Ricardo Gómez, insistimos, huye de estos conceptos y se centra en aquellos otros atemporales, por así decirlo, que siguen siendo un buen referente en ese arte del buen vivir. Los relatos que el lector, joven o no, podrá leer en esta versión son clásicos en el más puro sentido del término, porque son eternos y nunca pasarán de moda. Así, puede prevalecer uno de los consejos finales de Patronio: “no busquéis halagos ni os dejéis engañar. Hay personas que, para satisfacer su vanidad, se rodean de engatusadores que les resultan dulces como la fruta más sabrosa”.
El Conde Lucanor de Ricardo Gómez, para terminar, se estructura en 17 capítulos que aluden a unos 20 cuentos. Ha incluido, también, para ensamblar mejor los cuentos una trama argumental entre Patronio, el ayo, y Lucanor, el joven conde que pide consejo, para poder incluir algunas referencias a la época y que los cuentos no queden tan estáticos como en el original, sino que se relacionan entre sí.
Lo que cuenta, en suma, como dice el propio Ricardo Gómez, en una breve semblanza introductoria, es que don Juan Manuel, “tiene la intención de ser un buen escritor, con un estilo claro, cuidado y conciso, que utiliza detalles pintorescos y acertadas reflexiones psicológicas”.
Quizás, gracias a esta adaptación, el lector quiera, en el futuro, acercarse al libro original y leer todos los cuentos para poder extraer sus propias conclusiones. Encontrará muchas ediciones para satisfacer su curiosidad porque El Conde Lucanor sigue siendo materia de estudio para los filólogos e investigadores literarios.
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