Crónicas negras II
Por Rubén Sánchez / Fotografías de Pablo Álvarez.
Abracemos el lugar común: el miércoles 14 de julio fue, probablemente, el día de Juan Ramón Biedma en la Semana Negra de Gijón. Lo fue por varios motivos, que en realidad se resumen en uno: El humo en la botella, la nueva novela del sevillano –con alguien de la regularidad de Juan Ramón nunca se puede decir la última- impecable e implacablemente editada en Salto de Página. Me siento en el deber de ser justo, no sólo con Biedma, sino con todos los autores que, como él, asumen sus propios fantasmas como materia prima, a sabiendas de que adentrarse en los recovecos más viscosos del alma y la mente humana –en este caso, de la locura sin psiquiátricos- puede no ser del gusto de todos los lectores. Ni falta que hace. Juan Ramón lo hace, mira al abismo y espera a que éste le devuelva la mirada con la entereza de quien ha encontrado una voz, unas maneras, una mirada que es sólo suya pero a que los demás nos araña. El humo en la botella puede y debe leerse como un texto autoconclusivo, pero es, sobre todo, la quinta novela de una obra entregada a bucear en las sombras de lo sólo aparentemente anormal. Hay, entre todos sus libros, un entramado de vasos comunicantes que horadan sus páginas como los monstruos horadan la Sevilla gótica y ceniza que siempre describe. Es eso que llamamos personalidad. Juan Ramón la tiene.
Por la mañana, en el Hotel Don Manuel, rueda de prensa. Me alegra encontrarle feliz y relajado, cuando hace apenas dos meses que Salto de Página ha lanzado el título. No nos veíamos desde la Feria del libro de Madrid. Entonces los ejemplares casi quemaban, y él ya manifestaba la misma actitud serena y paciente de ahora. Señal de que humo, lo que se dice humo, hay poco. Más tarde, Pablo Mazo, editor, me confirma la entrega con la que El humo en la botella ha sido concebida, por su parte y por la de Biedma. Así debe ser, a juzgar por las encendidas palabras de Paco Ignacio Taibo II en la presentación oficial de la tarde. En lo que a él respecta, estamos ante “la gran novela” de su autor. Orgulloso, presume de hallarnos este año en “la Semana Negra del cambio generacional”, en tanto supone la confirmación de una camada de autores –con Biedma y José Carlos Somoza al frente-, hijos de la hibridación de géneros y contagiados por la oscuridad de estos tiempos que nos ha tocado a todos padecer. Cristina Macía ratifica lo dicho, y para cuando Juan Ramón toma el micrófono confiesa tener poco más que añadir. “El camino de mis novelas acaba siempre en la Semana Negra”, revela. No son palabras gratuitas. Gijón vio nacer el padre de Set Santiago –su primer texto largo, El manuscrito de Dios, obtuvo una mención especial en el Premio de Novela correspondiente al año 2004-, y desde entonces uno tiene la sensación de que sus libros terminan de forjarse no cuando el editor decide meterlos en imprenta, ni en el instante en que su autor, punto final mediante, da por terminada esta aventura, sino cuando son acogidos aquí, entre brumas y verde. Si esto es cierto, El humo en la botella ya está listo. Y como Paco Ignacio Taibo II no es hombre de palabras huecas, corona su admiración otorgándole el Premio del Director –en el mismo acto, Eduardo Monteverde recibe lo propio del director de A Quemarropa-.
Llegados a este punto, van a tener que disculpar la vehemencia con la que he abordado El humo en la botella. Puedo justificarlo. La novela de terror en España se encuentra en estos instantes aquejada de un grave síndrome de freakismo y amauterismo que, contrapuntos como el de Biedma o Somoza –cuando se adentran en estas aguas- hace más evidente. Felicitémonos por tenerles.
La segunda presentación oscura de la tarde corre a cargo de Jesús Palacios, que trae bajo el brazo La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes, del que es editor y, en cierta forma, co-autor. Me explico: el volumen de Valdemar viene a llenar un hueco en el estudio del zombi que, precisamente debido a la saturación experimentada por el tema en los últimos años, era cada vez más acuciante. Tal vacío no es sino el de la presencia del no-muerto en la historia de la literatura, de una forma exhaustiva y, digamos, antropológica. El volumen recoge los cuentos zombi más influyentes desde principios del siglo pasado hasta hoy, pero entre tanto Palacios desgrana un apasionado y riguroso ensayo sobre el tema que lo confirma, una vez más, como el Dr. Zombi español.
“Es el monstruo que mejor sigue encarnando el horror”, sentencia Jesús. Uno, sentado en segunda fila, tiene la impresión de que su alrededor muy pocas personas han captado la importancia de lo afirmado. En estos días, en que el zombi corre el peligro de convertirse en un simple chascarrillo para profanar a Jane Austen o el Lazarillo de Tormes, Palacios quiere devolverle su fuerza asustante. Porque, seamos serios, no tiene ninguna gracia que tu madre, a quien has enterrado con todo el dolor del mundo, se levante para devorarte, y menos aún simpático resulta que la única forma de acabar con su amenaza pase por descerrajarle un tiro en la frente. A ella. A tu madre. Las nuevas generaciones, además, desconocen en general los verdaderos orígenes de la criatura, tal y como advierte Jesús. Muchos jóvenes y no tan jóvenes ni siquiera relacionan la palabra zombi con Haití o con la religión vudú, y algunos, los más, viven convencidos de que George A. Romero lo empezó todo. La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes se desmarca, por estos motivos, del grueso de los libros que hoy crecen como espontáneamente en las librerías. Por lo pronto, se acerca al zombi con respeto, no sea que muerda.
Durante el turno de preguntas, alguien expone a Jesús se teoría: la célebre Gripe Aviar no fue sino una forma de encubrir un brote zombi en China –reminiscencias, por cierto, de Guerra Mundial Z, de Max Brooks, que arranca con idéntica premisa-. Palacios, que no pierde la compostura, niega la mayor, pero Jesús, amigo, a mí no me has tranquilizado en absoluto. Los muertos nos rodean, aquí, en Gijón. Beben sidra, presentan novelas y cantan en el karaoke hasta el amanecer. De vuelta al hotel, caigo en la cuenta de que el fotógrafo que me acompaña, Pablo, se llama igual que el cámara de Rec, y la posibilidad de que un brote infecciono se cierna sobre la Semana Negra es cada vez más una certeza. Sólo espero poder protegerme de ellos, esgrimiendo, tal vez, las obras completas de Proust. Quien sabe si así las hordas de escritores vivientes negros retrocederán aterradas ante tamaño escudo.
Estupenda crónica. Gran trabajo tuyo, de Pablo y de todos
Abrazos
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