Hamburguesas y cocidos. A propósito de Joanna Newsom y el nuevo folk
Por Antonio J. Ubero.
Autora: Joanna Newsom.
Título: Have one on me.
Discográfica: Drag City.
No me gustan las hamburguesas. De hecho, odio las hamburguesas. Quizás por ser socorrido alimento de solitarios me traigan ahora recuerdos de mi pasada soledad o sea por su ingesta masiva durante mis años de exilio, hoy no me procuran más emociones que un huevo cocido aunque me fascina el placer que causa su consumo entre las masas. Me parece un alimento clónico, desapasionado, pueril y apresurado, y además engorda. El cocido, sin embargo, tiene personalidad. No hay dos iguales por mucho que los ingredientes esenciales sean los mismos. Es un plato epicúreo y evocador; audaz en su desafío culinario y ecuménico en sus matices. Una experiencia siempre sorprendente a pesar de sus rutinarios fundamentos, que se degusta con atención y se digiere con calma. No todos alimentan el espíritu, eso es obvio, pero incluso el más convencional atesora rasgos que lo distinguen de todos los demás y lo hacen único.
Recuerdo otros tiempos en que mi disquero de cabecera me enterraba en novedades entre espasmos de entusiasmo genuino y mercantil a partes iguales (nunca me he podido resistir ante su fervor, aunque luego le reintegrara muchas de sus sugerencias), y hace tiempo lo veo agostado ante el páramo creativo, cautivo de una impotencia perniciosa para el espíritu y el bolsillo. Y no es para menos, pues salvo evidentes excepciones, el hamburguesamiento de la escena musical en sus más diversas apariencias es un hecho. Amortizadas las pulsiones creativas que florecieron en el cambio de milenio, a base de inundar el mercado de émulos intrascendentes, movimientos con brío como el post-rock, el brit-pop, el grunge o el dream pop, por citar algunos, se disolvieron en un mar de medianía artificiosa del que ni siquiera se salvaron géneros más impermeables como el jazz o el rock canónico (¿Cuántas ‘divas’ del jazz vocal han irrumpido en los últimos años?, por ejemplo) Todo es, pasa y algo queda, pero el mercado se empeña en uniformizar los géneros en beneficio de una audiencia adocenada que se traga cualquier cosa bien empaquetada y acude a la miríada de festivales sin saber lo que van a ver o escuchar, atraídos fundamentalmente por espectros del pasado que se empeñan en justificar la ampliación de la edad de jubilación.
El disquero astuto debe confeccionar un menú para todos los gustos y si bien la carne picada ocupa un espacio preferente, siempre deja un apartado para las delicadezas dedicadas al cliente exigente. Y ahí se encuentran últimamente algunos suculentos cocidos, de entre los cuales me llamó poderosamente la atención el cocinado por Joanna Newsom, esa joven californiana que, con su harpa y adictivas dosis de ingenio, ofrece una nueva dimensión a lo que algunos llaman nuevo folk. Ya tenía alguna referencia de su obra antes de que cayera en mis manos su segundo trabajo, Ys, un arriesgado alarde de ingenio repartido en cinco largas y complejas composiciones cargadas de delicadeza que, si bien recuperan registros del imaginario folk premileniearista, contienen esos matices tan personales que dibujan las fronteras de la identidad y las hacen únicas.
Embelesado por aquellas canciones bellísimas y poliédricas, cuyos innumerables rincones deparaban sorpresas que obligaban a visitarlas una y otra vez para descubrir toda su dimensión, la noticia de su nuevo trabajo vino a justificar una visita al afligido disquero para rescatarlo de la picadora de carne y proporcionarle alivio a la caja, magro pero agradecido. El hombre vio brecha y, además del nuevo disco de Newsom me colocó una macedonia de la que salvé tres discos muy interesantes y que ya comentaré en otra ocasión: The sleeper, de The Leisure Society; I and love and you, de The Avett Brothers; y The courage of other, de Midlake. Cociditos sustanciosos pero no tan opíparos como el de Newson: tres platos bien cargados a precio de ventorrillo.
La experiencia prometía y no defrauda. Si en Ys, Newsom se recrea en los tiempos de sus composiciones, en Have one on me se explaya sin control en 18 temas magníficos, asumiendo los evidentes riesgos que conlleva una obra monumental cimentada en un estilo definido que puede resultar redundante, aunque supera el desafío felizmente a base de belleza y una lograda paleta de tonalidades que sin perder su esencia distingue unas canciones de otras con hermosas y estremecedoras melodías, armonías sin fisuras entre los diferentes instrumentos, largos y precisos desarrollos y un excepcional empleo de la voz cuyas inflexiones se ensamblan a la perfección con cada uno de los acordes o las variaciones melódicas de la composición. El resultado es un poderoso armazón sobre el que distribuye los matices sonoros obtenidos de unos arreglos orquestales sublimes que nunca se imponen sobre los instrumentos básicos, arpa y piano, sino que refuerzan el delicado fluir de unas notas, plácidas unas veces o juguetonas otras, que se adaptan a la perfección a las emociones que la compositora quiere transmitir con sus canciones.
A este cocidito sorprendente no le faltan los garbanzos, ingrediente fundamental que los identifica frente a otros pucheros. Y así, si la voz aguda y nasal de Newsom recuerda de inmediato los trinos de Kate Bush (sobre todo la del magnífico The kick inside), las atmósferas traen recuerdos de Vashti Bunyan, no hace mucho rescatada del olvido con el excepcional Lookaftering, los delirios medievalistas de Dead Can Dance, la sensualidad de Emiliana Torrini en Fisherman’s woman, el funambulismo tecnológico de Sia en Colour the small one o Hanne Hukkelberg en Little things y, cómo no, las esencias estéticas de los pioneros del género como The incredible string band, Steeleye Span, Pentangle o Fairport Convention. Todo ello mixtificado por el genio creativo de la californiana en composiciones con personalidad propia que, sin embargo, no impiden comprobar lo mucho y bueno que ha parido la música popular en las últimas décadas e induce a dar una oportunidad a otras propuestas que han encontrado en esos ancestros una próspera inspiración como Six organs of admittance, Espers, José González, Joker’s daughter o Vetiver.
Una minuta muy variada en la que Joanna Newsom dispone de argumentos suficientes para marcar referencias en un género que resiste las acometidas de un mercado ávido de nuevas sensaciones, a pesar de la abducción de miembros visibles del movimiento como Devendra Banhart, Fleet Foxes o The magic numbers. Es el momento de disfrutar de una música diferente y arriesgada antes de que la maquinaria mercantil le hinque los colmillos, produzca clones inanes y disfrace de perroflauta chic a la inevitable parroquia maleable. Mientras llega ese momento y haya que regresar al pasado en busca de asilo estético, es saludable consumir sabrosos cocidos como el que ha cocinado Joanna Newsom en este memorable Have one on me.