Upstream Color (2013), de Shane Carruth
Por Jaime Fa de Lucas.
Shane Carruth la vuelve a liar. Si ya puso patas arriba nuestras neuronas en Primer (2004), una película de bajo presupuesto en la que el tiempo se desdoblaba a su antojo, ahora su segundo metraje parece ser más nítido, más accesible, pero volviendo a deslizar la misma invitación reflexiva hacia el espectador. Upstream Color muestra elementos que la desmarcan del cine convencional, dejando en evidencia a todas esas películas trilladas que recurren a temas muy manidos, al mismo tiempo que cierra la boca a todos aquellos que defienden el “ya está todo hecho”.
Upstream Color presenta el desarrollo y la ruptura de un ciclo –el cual voy a comentar brevemente para no caer en el spoiler–. Un ladrón introduce un gusano en el cuerpo de una mujer, ésta se queda idiotizada y el chorizo le roba hasta la goma de las bragas. El gusano, más tarde, será traspasado al cuerpo de un cerdo con el fin de aliviar a la mujer. El amiguito anélido, que a priori parece un elemento insustancial, despertará nuevas conexiones en los portadores y hará que el rumbo de sus vidas cambie.
Algunos cinéfilos la comparan con El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011) y no van tan desencaminados. Cuenta con una fotografía muy significativa, con planos que intentan capturar suavemente al ser humano y a su entorno, remarcando las virtudes de la naturaleza. Si en el film de Malick los colores eran más agradables, más cálidos, aquí en general son más fríos, lo que da cierta textura a la personalidad algo oscura e inexpresiva de los protagonistas. Ambas películas también se asemejan en su simplificación de los diálogos, lo cual se agradece, ya que el cine es principalmente algo visual y uno no se sienta en la butaca para que le den una charla. En este sentido, Shane Carruth destaca por su capacidad de transmitir sutilmente sin palabras.
Los protagonistas (Shane Carruth y Amy Seimetz), debido a la influencia del gusano en su organismo, tras desprenderse de él, parecen estar más conectados entre sí y también con los nuevos portadores –los cerdos–. El gusano les hace ser más sensibles a lo que les rodea y de alguna manera son capaces de conectar más profundamente con la naturaleza. El ladrón les metía el gusano y les hacía copiar el Walden de Thoreau –libro que defiende la relación con la naturaleza– y hacer anillos entrelazados con las hojas, todo esto para mantenerles entretenidos mientras les robaba.
Si en primera instancia –después de ver el final– me pareció que la película abogaba por una especie de activismo naturalista en la que el ladrón usaba el gusano y el Walden para iluminar a sus víctimas y sacarlas de una vida vacía y materialista, después de leer algún comentario del propio Carruth, parece que no. Resulta que el Walden, así como la unión de anillos que el ladrón les obliga a hacer con las hojas de papel escritas –representando un ciclo–, son referencias involuntarias. Esto es un grave error porque no es posible que algo supuestamente involuntario potencie el mensaje de la película. Carruth se equivoca al usar elementos que establecen simbolismos pero que en realidad quieren parecer insignificantes.
La actuación de Shane Carruth y Amy Seimetz la verdad es que no es nada del otro mundo. Quizás la personalidad fría e inexpresiva de los personajes tampoco ayuda. Hay situaciones en las que, o bien fallan ellos, o bien falla el guión, pues resultan algo inverosímiles. Por otro lado, la banda sonora es excelente, utilizando sonidos algo complicados –ruidos– para formar melodías muy sutiles que acentúan esa gelidez de los personajes y esa atmósfera extraña y enrarecida.
El ciclo se rompe cuando uno de los componentes del mismo muere. Esto llevará a los otros miembros a dejarse llevar por la conexión que activó el gusano, estableciendo así un nuevo estilo de vida donde los cerdos son de importancia capital. Se apreciará un desplazamiento en el que el centro de sus vidas estará más cerca de la naturaleza, lejos de los bienes materiales y las flores de hormigón.
Una película que no dejará indiferente a nadie, porque el director camina a su propio ritmo, independiente, sin la necesidad de acudir al préstamo creativo. Demuestra que no hace falta inundarlo todo de clichés o de situaciones familiares para que un largometraje funcione y deje destellos de calidad en las pupilas del espectador, como una estrella fugaz en el cielo de Hollywood.
En mi opinión, Carruth sí emplea Walden de Thoreau con toda la intención del mundo, aunque evite hablar a las claras en sus encuentros con la prensa. Aquí hay un estudio de Caleb Crain sobre la película y el veneno o toxina de Thoreau, que añade algunos detalles, tal vez forzándolos un poco, hacia una lectura, más que neo-luddita, desencantada en sus observaciones: http://www.newyorker.com/online/blogs/books/2013/05/the-thoreau-poison.html
Un saludo y hasta otra.
Hombre, añadiendo spoiler… cuando terminé la peli me pareció que el ladrón lo hacía todo aposta para que las personas recuperaran su conexión con la naturaleza, como he comentado en el artículo, una especie de activismo naturalista/ecológico que devolvía la naturaleza a la humanidad. Sin embargo, Carruth parece bastante convencido en lo que dice de que lo que quería era romper el ciclo de la sociedad actual y plantear algunas cuestiones sobre la fertilidad y los hijos. Me pareció genial cuando terminé de verla, pero al leer los comentarios de Carruth dudé de su voluntariedad.
Un saludo