¿P…p…pasión?
Por María Antoranz.
¿Pasión sin puñales?
Teatro Circo Price (Madrid) hasta el 31 de julio
http://www.teatrocircoprice.es/web/espectaculo.php?esp=68
Dirección artística : Andrew Watson
Nuestro madrileño alcalde, Alberto Ruiz Gallardón, nos invitó la otra noche al estreno del Cabaret que “regresaba” al Circo Price. Allá fuimos con suma expectación porque ¡¿cuándo se vio un cabaret en un circo?! Más aún en España, donde no hay tradición de cabaret : ¡esta palabra no fue incluida en el diccionario de la RAE hasta 1989!
El cabaret viene de Francia y, en el siglo XVII, no era más que un lugar donde se comía y bebía pagando, es decir, una taberna, un figón. Y si ya en la Enciclopedia de Diderot – del siglo XVIII – se nos informa de que la normativa municipal referente a religión, costumbres, salubridad y salud pública se cumplía poco o nada en esos establecimientos, hubo que esperar el siglo que siguió el 14 de julio de 1789 para que la palabra “cabaret” viviera un giro decisivo al florecer unos antros de moral dudosa, de espíritu servil y sin embargo indomable, además de una estética vanguardista. Eran unas pequeñas repúblicas de las artes pioneras de la ironía donde reinaba la cultura marginal y contestataria, más que decadente. Incluso el “Chat noir” del famoso cartel con Aristide Bruant era un “caveau”, es decir, un cabaret literario más que un puticlú artístico. Pero el cabaret era a menudo una taberna del pueblo, un lugar donde el obrero acudía cada noche, tras más de diez horas de jornada laboral, a distraerse y a formarse como animal cultural sorbiendo una cerveza y fumando una pipa. Ya fuera con cantantes, con sombras chinescas o con títeres sin que faltara el mensaje social. Aquí, en España, sólo conocimos el café cantante, templo de la pasión en cualquiera de sus infinitas acepciones que seguían siempre ese largo o escueto recorrido que va desde una pascua picante a un imposible triángulo amoroso… Algo que podríamos resumir con los casticismos “flamenco” o “tragedia”. Por algo España ya destacaba en Francia por su sentimiento trágico de la vida en aquellos tiempos de Napoleón III, por ejemplo, unos tiempos en que los periódicos gabachos rebosaban caricaturas humorísticas (castigadas a menudo con cuantiosas multas impuestas por la censura), mientras el flamenco triunfaba en los mejores teatros del Gran París, como un baile demasiado sensual… Pues nada de todo esto permanece en el Cabaret del Circo Price que, desde los primeros minutos, se autoproclama “apolítico”. Hay que ver : todos los políticos son iguales !!!
Y es que, si ya en el inicio del espectáculo nos avisan de que vamos a asistir a una sucesión de “números peligrosos, seductores y decadentes”, sólo lo tercero permanece con alguna salvedad. Y si el maestro de ceremonias, un actor vasco, tiene varios conatos de dramatización del espectáculo, en los que nos enteramos, entre otras cosas, de que está casado, de que es un prestidigitador de cuarta o quinta categoría, de que las acróbatas de este “cabaret” fueron contratadas por su habilidad en el arte de la felación y él lleva peluca, sus bromas y chistes brotan de sus mandíbulas con fruición pero se acaban estrellando en el redondo patio de butacas del circo. Este humor zafio y hasta indigno de una despedida de solteros de Paquirrín se entremezcla con algunos momentos de inmenso talento ajenos a la voluntad del director. Así, la funambulista Molly bailando por los aires ; o Gala, una gimnasta que me dejó el vello de punta con un número de barra fija gogó de belleza brutal ejecutado al son de la canción Summertime de Janis Joplin ; o las Aerialistas de la foto sin olvidar, por supuesto, a Perla Preciosa, evanescente tragapuñales, una profesional de la tráquea curtida. Pero si jugarse la vida por nada importante, en medio siempre de la cutrez artística de un lugar casi de lujo como lo es el Circo Price se llama pasión, entonces ¿no seré yo Santa Teresa de Calcuta, querido Watson ?!
A pesar de sus dos partes muy desiguales, este cabaret se deja ver por la alta calidad del elenco, la orquesta del Price incluida. Y aquí hemos de mencionar al bailarín Jacobo Espina haciendo la danza del vientre y luciendo tacones de aguja con una gracia propia de las mejores revistas de Esperanza Roy ! Decirlo es poco. Eso sí, atreverse a calificar este espectáculo de “recomendado para mayores de 12 años” me parece una osadía escabrosa o una actitud muy triste hacia la infancia si, además del inolvidable desnudo integral del actor vasco en dos ocasiones, se toma en cuenta un extraño número de un extraño baile de una mujer “planturosa” envuelta en plumas azulonas, con abanico de plumas y sin sujetador, que tiene menos que ver con el circo-cabaret que con ciertas escenas de cine porno con ducha. Y sé de lo que hablo.