La inocencia del devenir
He leído una noticia que me ha dejado cautivado. Hay tanta magia en lo que cuenta que es imposible no quedarse embelesado. En ella se habla de una nueva propuesta cosmológica referida a los agujeros negros. Su autor es un investigador del departamento de Física de la Universidad de Indiana (EEUU). Un tal Nikodem Poplawski. Y la hipótesis que ha lanzado al ruedo de la comunidad científica es que cada estrella que se colapsa, formando un agujero negro, daría lugar a un nuevo universo. El cosmos sería una gran muñeca rusa. Universos dentro de universos y así hasta el infinito. ¡Qué idea tan bella y exuberante! Es vertiginosa y licua, de un sólo golpe, toda nuestra arrogancia. No somos una mota de polvo dentro de un océano infinito: somos una mota de polvo dentro de un océano que es una mota de polvo dentro de otro y así sucesivamente…
Decía Albert Einstein, algo enfadado con las teorías que estaba ofreciendo la física cuántica, que “Dios no jugaba a los dados”. A la luz de la noticia que estamos comentado le podríamos decir al gran físico que Dios lo que no hace es jugar con nuestros dados, los suyos tienen infinitas caras. Pero, yo por lo menos quedo más conforme, y dándole una vuelta más de tuerca a la frase de Einstein, cambiaría la palabra “Dios” por el Ser, un ser que, por eso lo pongo en mayúsculas, incluiría en sí la dualidad ser/no-ser.
Al final del artículo encontramos la afirmación de un físico español que advierte que “si no se ponen restricciones en la ciencia teórica, entonces, todo es posible”. Claro, cuando se traspasan los límites de la experiencia ya no se puede ni confirmar ni refutar nada. Esto, a los que hemos estudiado a Kant, en especial su Crítica de la Razón pura, nos suena. Y es que el pensador alemán achaca a la Metafísica el mismo vicio que ahora se le achaca a la Física teórica. ¿Será ella la nueva Metafísica? Qué vueltas tan curiosas da la vida. Parece que alguien disfrutará con todo este enredo.
Pero entre todas las propuestas que traen bajo el brazo los astrónomos, hay una que me maravilla de manera especial, ésta es la que dice que el universo, en los momentos posteriores a la gran explosión, era completamente opaco. La “materia”, por su temperatura y densidad, impedía que los fotones fluyeran. Habría que esperar a que el universo recién nacido bajara su temperatura y se extendiera rebajando así su densidad. En este momento -¡Quién pudiera haber estado ahí para verlo!- la luz pudo correr y todo se hizo trasparente, tal y como lo conocemos ahora.
¡Qué metáfora tan preciosa de la lucidez! Nos enamoran los mitos de la Grecia clásica, pero los nuestro no se quedan nada atrás.
Se sabe que en el centro de nuestra galaxia hay un gran agujero negro. Un abismo que atrae, sin descanso, toda la materia que lo rodea. Si nos apoyamos en la hipótesis de Poplawsky ese agujero negro no es una tumba de materia sino la primera “célula” de un nuevo universo. Algún día, el polvo que somos, conformará otro mundo.
Si hurgamos en estas reflexiones, encontraremos en su fondo, una idea muy precisa del Ser: un juego infinito de construcción y destrucción. El Ser como un Niño que juega consigo y para sí. A esto es a lo que Nietzsche se refería con “la inocencia del devenir”. Una invitación única para, alejados de la sospecha y del miedo, entregarnos a la vida de una manera gozosa.
Como dijo Leibniz, el sistema se ajusta teóricamente y funciona, pero nadie garantiza que sea así… y a la propuesta de Poplawsky, como a tantas otras, le falta la parte empírica. Presuntuoso por su parte proponer una teoría de agujeros blancos, ¡el reverso físico de los agujeros negros!!. Si tenemos en cuenta que nadie ha podido ver un agujero negro, ¿por qué íbamos a poder ver y otorgar realidad a uno blanco? La física es fascinante…
Gracias Gonzalo, un saludo.
Qué bueno saber que te paseas por esta página.
Naturalmente, por definición un agujero negro no se puede «ver», como tampoco se ve un fotón, que sin embargo es luz, pero ambos se pueden deducir por sus efectos. Leibniz fue, precisamente, quién postuló esa infinitud de mundos no solo en extensión, como Giordano Bruno, sino en profundidad -matruscas-, y la verdad es que hoy parece difícil resistirse a la seducción teórica e imaginativa de esta idea. Nietzsche es otra cosa, en reailidad…