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Cine Estudio California

Por Luis Muñoz Díez.

 

Andaba por  Bailen, camino de la plaza de España, con mi amigo Carlos, disfrutando del tibio sol de primavera. Él, comentó de pasada  “el instituto Buñuel  ha vuelto a abrir el cine California, ahora se llama Sala Berlanga, va a ofrecer cine español, iberoamericano y Europeo con sabor a cine de barrio”. Nos despedimos  y tomé camino  a casa. Pero el inconsciente, dotado del poder de la atemporalidad, volvió por sus senderos, atajos y pasadizos a la Gran Vía, a mi amigo Carlos –entonces Charly – y a mí mismo, en nuestra época escolar y adolescente.

 

El Cine Estudio California, hoy Sala Berlanga, estaba ubicado en el corazón de Argüelles, en la calle de Andrés Mellado, un barrio burgués, vecino de la universidad    -Lo cuento porque hay gente que no conoce Madrid-, donde se instalaban estudiantes de todas las procedencias en colegios mayores, pisos o pensiones, durante el curso académico, y se unían al gozoso ruido que hacíamos los inquietos hijos del  barrio. Era un lugar movido, divertido e inquieto, lleno de bares y de garitos

 

Un encuentro en la Gran Vía, provocó un trasplante del aula de los Sagrados Corazones, el colegio donde me aburría,  al Cine  Estudio California, una sala que fue emblemática en un momento delicado y confuso. Se reinauguró como Cine Estudio con la mítica proyección de Iván el terrible, de Sergéi Eisenstein, y continuó con una exquisita programación: Freud, con Montgomery Clift, de Jhon Huston; Repulsión de Polanski; Pasión y Persona de Bergman; y un largo etc. Pero además de buen cine, se disfrutaba de la mejor música, entre pase y pase, en  el hall, rugían los Rolling Stones,  Pink Floyd, Hendrix  o Janes Joplin. Andaba por allí una gente que creó con entusiasmo y frescura un lugar que no existía. Se añoraba  Europa, los festivales de Woodstok o Wight. Era un oasis en la estepa del final del franquismo.

 

No quiero citar nombres, los hay que son muy conocidos hoy y que entonces eran chavales llenos de empeños e ilusiones. De otros, no volví a saber más… por allí paso toda una representación de los que después harían música, cine, literatura o vivirían del cuento. En mi barrio, y de una generación a otra se pasó, sin mucho trámite, de tolerar el rigor de la dictadura a un inconformismo avalado por las carreras delante de los grises en la universidad. Esta generación se movía a dos ritmos distintos, por un lado la demanda de justicia social y de libertades, que mantenían muchos sectores de la sociedad  española,  menos privilegiada, que se percibía sólo con coger el metro en Argüelles y hacer unas pocas paradas, por otro la identificación de este segmento de juventud que tenía acceso a pequeños viajes a París, Londres o Ámsterdam y les llevaba a la comparación. Volvían entusiasmados, queriendo  formar parte de la corriente que se vivía en la vieja  Europa  y despertaba a una América pacifista, con música, libertad y la sicodelia de los paraísos artificiales. Muchos encontraron un referente en este Cine Estudio California.

 

Sólo citare el nombre de dos artistas, ya muy conocidos entonces, que dejaron su obra y su hacer en las paredes de ese lugar ya emblemático. Para el reestreno de Yellow Submarine, de Dunning, protagonizado por unos Beatles de animación, Iván Zulueta, vistió el soportal de estrellas y puntos fosforescentes sobre un fondo cian. En el reestreno de Marat Sade, de Peter Brook, le tocaría el turno a Aute y a su recreación de la sala de baños que salía en la película. Yo le miraba pintar incrédulo por la suerte que tenía.  La verdadera función empezaba cuando se cerraba la sala, había proyecciones de cine inédito, cortos musicales de vanguardia.  Las películas  políticas eran tan herméticas que por mi excesiva juventud se me escapaban. Las limpiadoras se quejaban de mareos, por lo alta que estaba la música, pero la realidad es que en el aire flotaba el humo del hachís fresco.

 

Pero aquel gran juguete se rompió con una redada nocturna, que nos hizo a muchos despertar a la realidad en que vivíamos. El Cine Estudio California tenía mucho colorido y llamaba mucho la atención en un tiempo tan gris. De la famosa redada se encargaron de dar cumplida noticia los periódicos de la época, se le dedicaron páginas y  portadas bajo una siniestra foto, en blanco y negro, de la sala cerrada, en ella, se leía “Se ha producido una redada por pornografía y drogas”.

 

Nada había bajo tan siniestros titulares, por lo que nada de lo que se buscaba se encontró, todo se resolvió con una multa,  los presentes no entendíamos nada,  pero el barco pirata quedo varado. Luego fue cine,  filmoteca, incluso cine porno. El grupo que por allí paraba se dispersó, como si de una manifestación ilegal se tratara. Unos se dedicaron al cine o a la música; otros continuaron Filosofía, Derecho, Comercio o no hicieron nada. Los más osados rompieron la baraja y se fueron a Suecia para no hacer la mili. Cuando los visillos que simulaban la sala de baño del siquiátrico de Marat Sade  recreado por Aute se retiraron quedaron a la vista las estrellas de Iván Zulueta, allí permanecieron durante mucho tiempo, alimentado la curiosidad y el recuerdo. El alma de la sala eran los que allí paraban.

 

La sala del Cine Estudio California  fue un espejismo como una estrella fugaz artificial y fosforescente sobre fondo cian que pintó Zulueta y yo, de algún modo, quedé huérfano, era tarde ya para volver  al colegio y aún pronto para la vida. La sala Berlanga  cobijará otro momento, otros empeños y otras ilusiones. Como no quiero ser de los que se quedan dando vueltas dentro de la nostalgia, le diré a mi amigo Carlos que hay que visitar la sala Berlanga. El proyecto pinta muy bien y seguro que salen cosas buenas de ella.

 

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