Chesterton, «¿Estamos de acuerdo?»
A continuación podréis leer el “Prólogo” de Enrique Baltanás a la obra ¿Estamos de acuerdo? (publicada por Editorial Renacimiento, traducción de Victoria León), en la que se presenta un texto de Chesterton hasta ahora inédito…
«De cuando Don Quijote y Sancho
cabalgaban por los llanos de Inglaterra
y no por los de la Mancha.
Como es sabido, George Bernard Shaw (1856-1950) y Gilbert Keith Chesterton (1874- 1936), los dos formidables escritores ingleses de la primera mitad del siglo XX, polemizaron durante años y años sobre los más diversos asuntos, tanto en la prensa como en debates en vivo ante el público, como es el caso de este mismo ¿Estamos de acuerdo?, celebrado en 1923, y que milagrosamente pasó, no sabemos por manos de quién, de la sala de conferencias al papel en 1928.
En realidad, poco importa el asunto concreto que debaten aquí. Sea cual sea, lo que destaca es el placer de contender, así como la paradoja de que esa discusión sea, a la vez, encarnizada y amistosa, implacable y cortés. Algo así como una amistad personal y una enemistad intelectual, aunque tampoco sea del todo así, porque tanto el uno como el otro sintieron mutua e inequívoca admiración por sus obras literarias respectivas, y no sólo o meramente estimación de sus personas.
Pero, ¿estaban, aunque fuese muy en el fondo, de acuerdo? Bernard Shaw y Gilbert K. Chesterton eran figuras antagónicas. El contraste entre los dos era absoluto, y abarcaba desde lo puramente físico hasta lo puramente metafísico. Chesterton, inglés, era gordo; Shaw, irlandés, flaco. Shaw era vegetariano y abstemio; Chesterton, que era carnívoro, trasegaba lo mismo vino que cerveza con deleite. Shaw pensaba que era el hombre el que había creado a Dios; y Chesterton creía y defendía justo lo contrario. En el plano político, Shaw era socialista y, como tal, creía en la abolición de la propiedad privada en aras de la propiedad estatal de los medios de producción, mientras que Chesterton, que había sido también socialista en su juventud, se definía ahora como «distributista» y defendía una propiedad lo más repartida posible entre los particulares. Fuera a propósito de la guerra de los boers, fuera a propósito de Shakespeare, fuera sobre literatura o política, Chesterton y Shaw disentían. Y disentían fatal e irremediablemente.
Lo curioso del caso, tan infrecuente en nuestras letras, y aun en las letras de cualquier país, era esa mezcla de discrepancia y admiración, de desencuentro y de búsqueda. El eterno debate que sostuvieron, ¿o debemos llamarlo «diálogo vivo»?, acabó por convertirse en un trazo esencial del dibujo de sus vidas tanto como en un acicate de su labor periodística y literaria. Así lo reconoció el propio autor de El candor del padre Brown en su Autobiografía, en donde confesaba:
Mi experiencia, desde el principio hasta el final, ha sido discutir con él. Y merece la pena observar que he llegado a sentir por él una admiración y un afecto mucho mayores merced a estas discusiones que el que la gente suele obtener por medio del acuerdo.
Se puede sacar acaso de estas palabras la errónea conclusión de que se trataba tan sólo, tanto para Shaw como para Chesterton, de un juego dialéctico, de un ejercicio retórico, de un divertimento creativo, de una especie de juegos florales cortesanos para distracción del respetable y autobombo y publicidad de ambos polemistas. Esa sospecha, aparentemente, podría corroborarla el autor de Hombre y Superhombre cuando, a modo de provocación, declaraba a los asistentes, al principio de este debate, eso de que «sospecho que no les importará a ustedes mucho sobre qué discutamos siempre que logremos entretenerles conversando a nuestro estilo característico». Pero nada sería más falso y equivocado. Cada uno de ellos sostenía opiniones radicales, es decir, de raíz, que afectaban de lleno a una distinta concepción del hombre, del mundo y de la vida.
Lo que en esta ocasión debatieron, en un encuentro promovido por la Liga Distributista, no fue otra cosa que la forma óptima de distribución de la propiedad y del mejor reparto y difusión de la riqueza en la sociedad. O, dicho de otro modo, de la elección entre capitalismo y socialismo. Como se sabe, el distributismo, que defendía Chesterton, y que era postura muy parecida, si es que no idéntica, a la doctrina social de la Iglesia preconizada por el Papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum (promulgada en 1891), pretendía ser una tercera vía, una solución superadora entre ambos extremos. Era una cuestión viva por aquella época, y en cierto modo aún lo es todavía. Todavía oímos hablar periódicamente de terceras vías o de soluciones mestizas alejadas de purismos doctrinales, que presuntamente reunirían lo mejor de uno u otro sistema alejándose de sus respectivos inconvenientes. Pero, al margen de soluciones técnicas milagrosas, al margen de pócimas mágicas o panaceas maravillosas, y más allá de los detalles, lo verdaderamente vivo de este debate, cree uno, lo que puede aún atraer el interés del lector actual, es la cuestión de fondo. ¿El individuo o el Estado? ¿La dictadura de los que creen saber qué es lo mejor para los demás o la libertad personal aun a riesgo de equivocarse y de mantener y aun crear desigualdades? ¿La ingeniería social o el sentido común? ¿Es la propiedad un robo, o un derecho inalienable de los que la disfrutan? ¿Y qué sentido o justificación tiene ese derecho?
Uno puede dejarse convencer por las razones de Shaw, o bien por las de Chesterton. O, simplemente, disfrutar con los fuegos de artificios retóricos de ambos contendientes y gozar del chispeante humor que derrochan en sus intervenciones. O también puede, como hacen las empresas de encuestas de nuestros días o los medios de comunicación tras un debate televisivo, preguntarse: ¿quién ha ganado?
Particularmente, uno se inclina por creer que el que gana, en realidad, es el moderador del debate, Hilaire Belloc, en su desternillante intervención final. Pero el lector, cada lector, puede creer otra cosa. Faltaría más.
En cualquier caso, al margen de las ideas concretas discutidas, y de cuál de ellas sea más razonable o plausible, o viable, lo que subsiste es una actitud previa de ambos, Chesterton y Shaw, ante la vida y ante los grandes abismos de la vida. ¿Estaban de acuerdo? No, para nada y probablemente en nada, pero sí que compartían, indudablemente, al menos un punto de partida básico. Gilbert K. Chesterton lo supo resumir en un artículo publicado en 1933 en el GK’s, casi al final de su vida, en un sincero y cálido homenaje a su eterno contrincante:
Hay una verdad fundamental en la que jamás, ni siquiera por un momento, hemos estado en desacuerdo. Shaw será lo que sea, pero nunca ha sido pesimista o derrotista en materia espiritual. Por lo menos, está del lado de la vida, y en ese sentido, del nacimiento. Cuando los hijos de Dios griten de alegría sencillamente porque la creación existe, el portentoso grito o bramido wagneriano del señor Shaw se mezclará con mi canción de alabanza, que no será tan musical, pero sí tan espiritual.
¿Qué quería decir Chesterton? Quizás que a ambos les unía no otra cosa que la búsqueda generosa y entusiasta de la verdad, sin temor de confrontarla y discutirla con otros, sin perder las formas, ni el humor, ni la amistad. No es mal ejemplo para «un pobre país viejo y semisalvaje, mal de alma y de cuerpo y de facha y de traje, lleno de un egoísmo antiartístico y pobre…», que diría don Manuel Machado en El mal poema. Un país llamado por más señas España. O las Españas, como también se dice, o se decía».
TÍTULO: ¿Estamos de acuerdo? Un debate en presencia de Hilaire Belloc
AUTORES: G.K. Chesterton & B. Shaw.
TRADUCCIÓN: Victoria León
EDITORIAL: Renacimiento
COLECCIÓN: El clavo ardiendo
GÉNERO: No Ficción, Debate
ISBN: 978-84-8472-524-4
PVP: 9 €