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El Cid, qué buen vasallo

Por Anabel Sáiz Ripoll.

¿Qué tiene la figura del Cid que apasiona y emociona? ¿Acaso se debe a su humanidad, su condición social, a sus pleitos con Alfonso VI?  El Cantar de Mio Cid nunca pasará de moda porque la épica, con sus vibrantes aportaciones toca lo más hondo del ser humano. No obstante, quizá, antes de empezar por el Cantar directamente hay otras maneras de acercarse a la figura y aprender a entenderla, después podremos paladear –jóvenes y adultos- con gusto la esencia del primer Cantar de Gesta español.

La LIJ ofrece muchos textos en los que se habla del Cid y de sus caballeros y siempre positivamente. Son textos que, como veremos, recogen la esencia del cantar original y hacen hincapié en los aspectos más humanos del héroe castellano quien, por cierto, nunca fue un vasallo rebelde, aunque tuvo motivos para ello.

Precisamente uno de los caballeros que va con él al destierro es Sancho, como leemos en Cordeluna, de Elia Barceló, que es el nombre de la espada. Por otro lado, en El vendedor de noticias, de José Luis Olaizola, sí se describe al Cid: “Contaba a la sazón el Campeador poco más de treinta años, estaba en la flor de la vida, y de toda su figura emanaba la majestad de quien ha sido dotado por la madre naturaleza con tantos dones. Era en todo muy proporcionado, tenía los ojos garzos, los cabellos rubios, y una barba muy espesa del mismo color. Vestía con una sencilla gorra de piel de cabra. Los ojos se mostraban rientes…” (pp. 113).

El Cid aparece como protagonista o detonante de la acción en multitud de historias. Una de las más bellas es El juglar del Cid, de Joaquín Aguirre Bellver, en donde se repasa todo su periplo vital, a través de la mirada de un muchacho quien, presumiblemente, será el que componga el Cantar. Así nos narra el edicto de exilio firmado por Alfonso VI: “…ordeno que nadie dé posada, ni venda comida o procure armas a Ruy Díaz de Vivar, desterrado de mis reinos. Quien falte a este mandato será despojado de todos sus bienes y tierras y le serán arrancados los ojos de la cara” (pp. 38). Y así es como el Cid se dirige a sus hombres antes de partir: “Esta tierra no es ya la mía, pero yo os digo a cada uno que sigue siendo la vuestra. Si algún compromiso de servidumbre o vasallaje teníais conmigo, yo lo deshago aquí, ahora” (pág. 44). Nadie abandona al Cid y todos parten a su orden en “¡En marcha, qué buen vasallo si tuviera buen señor!” (pp. 52-53).  El rey, como ya sabemos, perdona al Cid, tras la conquista de Valencia: “Me honro en adelante siendo de nuevo su señor. Y los castellanos y leoneses que quisieren añadirse al Cid, pueden hacerlo sin castigo, porque Ruy Díaz es otra vez mi vasallo y cuenta con el aprecio y el favor del rey”. (pp. 214).

En Mi primer Cid, de Ramón García Domínguez, se apostillan estas ideas positivas en torno a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar quien “siempre ganaba todas las batallas y conseguía grandes riquezas”. Aquí los Infantes de Carrión son puestos, por supuesto, en tela de juicio y, al afrentar a las hijas de Cid, son vengados por dos de sus caballeros quienes portan sus espadas míticas: “¡No veáis el miedo que les entró a los dos infantes cuando vieron las famosas espadas del Cid Campeador amenazándoles! ¡Salieron huyendo como conejos!”. Ni qué decir tiene que el honor de sus hijas queda limpio y “Las dos volvieron a casarse, esta vez nada menos que con los príncipes de Aragón y de Navarra. Y el gran Cid Campeador murió feliz con el perdón de su Rey y la felicidad de sus hijas”.

Y hablando de las hijas del Cid, en Mío Cid. Recuerdos de mi padre, de Mª Isabel Molina, doña Cristina –la Elvira del Cantar- recuerda los principales hechos del Cid.  Destaca, por su originalidad, ver cómo se siente esta mujer, humillada por su marido, uno de los Infantes de Carrión quienes se muestran altaneros hasta el final: “Nos debimos de casar con hijas de reyes o de emperadores, no eran de nuestro linaje las hijas de un infanzón. Una vez en nuestra tierras ¿a quién podíamos presentarlas sin avergonzarnos? Hemos ejercido nuestro derecho al dejarlas. Eran ellas las que nos  estaban deshonrando” (pp. 127).

Por último, Rosa Navarro Durán nos ofrece El Cid contado a los niños, que realizó con motivo de VIII Centenario del Cantar y que se estructura en los tres cantares originales del manuscrito de juglar, aunque con las adaptaciones oportunas para que el texto llegue al niño y al joven de una manera directa, enriquecida y sin perder ni un ápice de calidad. Después, como decíamos al principio, llegará el momento de acercarnos al original en alguna de las muchas versiones que podemos encontrar como, por ejemplo, la versión de El Cantar de Mio Cid, a cargo de Salvador Bataller, en Algar Editorial.

Bibliografía

-Aguirre Bellver, Joaquín: El Juglar del Cid, León, Everest, 1989.

-Barceló, Elia: Cordeluna, Barcelona, Edebé, 2007.

-García Domínguez, Ramón: Mi primer Cid, Madrid, Anaya, 2007.

-Molina Llorente, María Isabel: Así van leyes donde quieren reyes, Barcelona, Noguer, 1983.

-Molina, Mª Isabel: Mío Cid. Recuerdos de mi padre, Barcelona, Santillana,2006.

-Navarro Durán, Rosa: El Cid contado para niños, Barcelona, Edebé, 2007.

-Olaizola, José Luis: El vendedor de noticias, Madrid, Espasa-Calpe, 1997.

Cantar de Mio Cid, versión de Salvador Bataller, Alzira, Algar.

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