Carlos Giménez. ¿Una autobiografía?
Por Alicia Fuentes Vega.
Cuando en 2007 Debolsillo editó el volumen de Todo Paracuellos, presentó la serie como “una autobiografía en viñetas”. Esa faceta autobiográfica de la obra de Carlos Giménez es lo que siempre más se resalta, de modo que parece incluso que el hecho de que Giménez realmente estuviera interno en uno de los “hogares” de Auxilio Social, prevalece sobre la propia calidad de su obra. Pero dicha insistencia en presentar su obra como una autobiografía no deja de ser paradójica si la contrastamos con las palabras del autor, quien reiteradamente lo niega: “no es una biografía de nadie” [1] . ¿Qué elementos hay en la obra de Carlos Giménez que la alejan del género autobiográfico?
La trampa de la memoria
Cuando nos enfrentamos a una autobiografía esperamos encontrarnos con un texto de tipo confesional, que sea “la verdad y toda la verdad”. Desde luego, no esperamos que grandes parcelas de la vida del autor queden en tinieblas, ni que el subconsciente intervenga en la narración, ni que se deformen los recuerdos. Pues bien; eso es precisamente lo que ocurre con la “autobiografía” de Carlos Giménez.
Al lector que conoce a fondo su obra se le encienden todas las alarmas cuando se entera de datos muy importantes sobre su vida que jamás había visto reflejados en sus cómics “autobiográficos”. Por ejemplo, enterarse de que se casó muy joven con la que era su novia desde la adolescencia, sorprende especialmente porque en la época en que Giménez hace Los profesionales ya estaba casado e incluso tenía, si no me equivoco, un hijo, y sin embargo la tristeza del padre que ha abandonado a su familia en Madrid para buscar trabajo en Barcelona no aparece por ningún sitio. A este respecto, él afirma tener “una especie de pudor, o una imposibilidad de contar cosas que simplemente no quiero contar”[2] .
Es interesante que utilice la palabra “imposibilidad”, pues esto nos remite a la teoría del psicoanálisis de que lo importante, lo que verdaderamente ha calado profundo en nosotros, nos es imposible contarlo. Esto queda magníficamente ilustrado en la memorable historieta “La primera comida en casa” (Barrio, 1), sin duda, una de sus mejores páginas: la totalidad de las viñetas muestran un plano fijo del pequeño Carlines recién salido de Auxilio Social, devorando toda la comida que su madre le pone delante. “¿Te gustan los huevos fritos, hijo?” “sí, claro… aunque nunca los he comido.” Y la madre, abatida: “Mi hijo… ¡Cuánta hambre debe haber pasado…!”. No es difícil imaginarse lo que debió de sufrir esa familia, obligada la madre, viuda, a internar a sus tres hijos en Auxilio Social al caer enferma de tuberculosis. Sin embargo, todo ese sufrimiento tenemos que suponerlo, porque Giménez sólo nos da pistas.
Especialmente representativo es el hecho de que Giménez no dibuje a su madre en ningún momento. Elige conscientemente no representar a esa figura tan importante, símbolo del trauma infantil, fuente del cariño maternal que durante tantos años le faltó en el “hogar” para huérfanos, y recuerdo de la falta –ésta ya irreversible– que le volvería a dejar al morir poco después. En la mencionada viñeta, su mano protectora le sirve al niño plato tras plato de comida, y su voz nos parece casi escucharla, quebrada, al imaginarse el hambre que habrá pasado su hijo. Pero a ella no la vemos. Giménez, evidentemente, no puede contarla.
Además de estos puntos oscuros, en la autobiografía de Giménez encontramos varios elementos que nos sugieren que la memoria no es ni mucho menos una máquina exacta. Antonio Lara lo explica así: “Carlos no se conforma con vivir, con el testimonio agotador, fecundo, de las tareas al uso; necesita reinventar la realidad vivida, darle color y sabor a los viejos fantasmas”[3] . En efecto, cada vez que tratamos de hacer memoria, de contarle a alguien un recuerdo, en realidad lo estamos reelaborando, por lo que se podría decir que estamos inventando ese recuerdo. Carlos Giménez parece aceptar este hecho con naturalidad, lo cual le permite manejar su memoria con una cierta flexibilidad. Exagera, por ejemplo, ciertos recuerdos para extraer de ellos su máximo potencial cómico, como en aquella historieta de Los profesionales, “La gran noche”, en la que una broma inicial acaba en una batalla de heces entre dos de los dibujantes y el editor, de un extremo a otro de la sala de dibujo. Otros recuerdos los idealiza, como ocurre en la viñeta del reencuentro con su hermano Tito (Paracuellos 1), en la que se da un llamativo estilizamiento del dibujo que se explicita con la inclusión del motivo de las golondrinas. Los recuerdos más terribles, por el contrario, como los de las profesoras del “hogar”, los fragmenta para hacerlos más soportables.
Giménez deja además constancia de la poca confianza que le inspira el propio acto de recordar: de vuelta en casa al salir de Auxilio Social, el sonido del silbato del cartero acciona un resorte automático en su cabeza que le hace ponerse firmes creyendo que, como en la instrucción en el colegio, tocan a formar (“La primera comida en casa”; Barrio 1). También las imágenes de violencia le traerán recuerdos involuntarios de los castigos sufridos en el orfanato, como en aquella historieta en la que presencia una paliza en comisaría a un compañero de trabajo que había intentado prestarle “libros prohibidos” (“Bernardo, 2ª parte”), que le transporta automáticamente al orfanato.
En varias ocasiones Giménez sugiere de hecho la posibilidad de que nuestros recuerdos no sean más que construcciones. Por ejemplo, en la historieta “Papá (que en gloria esté)” (Barrio 1), demuestra que tan sólo le fue posible conocer a su padre, quien había muerto siendo él todavía bebé, a través de un retrato suyo que colgaba en el salón y por las historias que su madre contaba de él. El autor reconoce que su recuerdo del padre está tan determinado por los relatos de ella, que, como da a entender en el propio título de la historieta, incluso acaba añadiéndole a su nombre la sempiterna muletilla de la madre: “que en gloria esté”.
Giménez no nos oculta, por tanto, que en su autobiografía nada es seguro: sus recuerdos pueden estar deformados, o puede que sean reelaboraciones posteriores, o quizá deje mucho sin contar, o no todo lo que cuenta sea verdad –una enorme falta de certeza sobre la veracidad de lo autobiografiado que es, sin duda, un rasgo infrecuente en este género.
La historia de una colectividad
La explicación que generalmente se da a este alejamiento del género autobiográfico al uso es que Carlos Giménez no desea retratarse a sí mismo, sino reflejar una realidad más amplia a través de las experiencias que él ha vivido. Antoni Remesar, por ejemplo, opina que “su individualidad no se pierde”, sino que “se trasciende y convierte en intersubjetividad”[4] . Esto se ve perfectamente en las abundantes páginas de Paracuellos que dedica a hacer auténticos barridos de cámara por el patio o las habitaciones del colegio, presentándonos a cada uno de los niños de forma individualizada, de modo que se diluye totalmente el protagonismo.
Antonio Altarriba también opina que “a diferencia de otros relatos autobiográficos, el autor no aparece como el punto de arranque. (…) Aquí su presencia se halla diluida, difuminada en un protagonismo colectivo que le convierte casi más en testigo que en actor. (…) El proyecto de Giménez, sin dejar de ser autobiográfico, parte de una conciencia social más que de una conciencia individual. (…) Se trata, por lo tanto, de un alegato más que de una confesión”[5]. Por último, Manuel G. Quintana sugiere que “más que una autobiografía es un vivo retrato de una época que ha quedado fija en la memoria de muchos”[6] .
No es que el relato de Giménez, por sus particulares características, no valga como autobiografía; sino que el error es nuestro al concebir este género como la confesión de un individuo-otro y no como el retrato de una colectividad-nosotros, que en este caso sería el común de los españoles durante la postguerra.
NOTAS:
[1] En entrevista con Antonio Trashorras y David Muñoz. Fanzine U. El hijo de Urich, nº 9, 1998. (p. 3) (www.carlosgimenez.com).
[2] En entrevista con Iván Tubau. “Conversación en Premiá de Mar”; Un hombre, mil imágenes. Cuadernos de divulgación de la historieta; nº 1- Carlos Giménez. Norma Editorial, Barcelona, 1982 (p. 22).
[3] LARA, Antonio. “Carlos Giménez o la invención de la memoria”; Los profesionales I (prólogo) (p. 2).
[4] REMESAR, Antoni. “Tecleando sobre Carlos Giménez”; Un hombre, mil imágenes. Cuadernos de… Op. cit.; p. 42.
[5] ALTARRIBA, Antonio. La España del tebeo. La historieta española de 1940 a 2000. Espasa Calpe, Madrid, 2001; p. 340.
[6] GARCÍA QUINTANA, Manuel. Prólogo de la primera edición de Paracuellos 1 (1977); p. 14.