Teoría de todo, de Paula Lapido
Por Juan Carlos Fernández León.
Teoría de todo. Paula Lapido. Tropo Editores. 170 páginas. 17 €.
Ya desde el paratexto de las citas elegidas por Paula Lapido para su libro de relatos Teoría de todo se enuncia, de un modo claro, lo que van a ser los núcleos temáticos del mismo. La voz de David Foster Wallace (“Si uno mira algo durante mucho tiempo, los ojos se le vuelven del color de lo que mira”) resuena con el mismo brío que el verso de los Rolling (“you can`t always get what you want”), aunque, en puridad, aludan a realidades distintas: al gusto por el detalle, por la observación de la primera cita, y al antagonismo de la realidad y el deseo de la segunda cita, ese tema tan cernudiano y tan literario, que es, precisamente, el eje sobre el que van a bascular estos diez relatos de la escritora madrileña.
En efecto, hay en estos relatos algo de observación y análisis, de probeta, de teoría de todo, de ley única y universal cuyo cometido sería explicar el mecanismo arcano de la existencia, aunque, si bien, los resultados de estos experimentos literarios o pseudocientíficos concuerden al final con el fracaso, con la imposibilidad y el absurdo. Después de leído el libro, es fácil llegar a la conclusión de que el mundo, la vida, el universo ficticio que nos explicita y describe Paula Lapido se trata de un absurdo absoluto que carece de las normas trilladas por la razón universal. Teoría de todo es un maravilloso atentado contra la lógica, un maremoto delirante de situaciones imposibles y personajes que caminan con la cabeza y respiran con los dedos gordos de los pies derechos y que, además, esgrimen la intención de que los queramos o que, por lo menos, los aceptemos.
Poco hay de fortuito en el hecho de que la segunda cita sea musical. Este cronista ha leído el libro como si de una sinfonía de tonos y registros se tratara. Lapido utiliza para ello un ritmo binario que consiste en agrupar dos cuentos con un determinado tono común. Los dos primeros relatos, Curry muy, muy picante y Peter Parker y la crisis de la mediana edad, se apropian de un humor alocado, en esencia naif, para trabajar el tema del abandono conyugal y la decadencia. Si en el primer relato, ubicado en un pueblo próximo a Bombay, una noria de personajes despliega su circo de intenciones y sentimientos en redor de una bomba radioactiva sin explotar, en el segundo relato un Peter Parker decrépito, aficionado a la cerveza y recientemente abandonado por Mary Jane, se dedica, gracias a sus acróbatas poderes arácnidos, al entrañable arte del vouyerismo. Ambos cuentos parecen patrimonio de una literatura pop y están muy influenciados por el cómic o el cartoon. Se observa en los dos una ligera perversidad irresuelta, pues sus desenlaces son benignos, faltos de una mayor contundencia o atrevimiento.
Los dos siguientes relatos son, en mi opinión, los mejores del conjunto. El ritmo sigue siendo binario, pero el tono cambia hacia lo trágico, hacia lo lúgubre o dramático. Estos relatos no son ya artificiosos, sino que incluyen un trasfondo de un gran vigor, con ribetes de alegoría universal. Yakamoz, un hermosísimo híbrido del Pájaro Llanto de Tizón y La casa tomada de Cortázar, debería incluirse, por méritos propios, en cualquier antología antibélica, si algún editor tuviese la dichosa ocurrencia de libro tan necesario. Es un relato trufado de misterio, de personajes arquetípicos, que juzga al ser humano con una severidad inmisericorde. Lapido es en Yakamoz una escritora universal, una observadora del ser humano poco complaciente, muy dolida por sus acciones malintencionadas. Sisool, en cambio, traza un argumento musical, que desarrolla una atípica relación entre un profesor de piano y un discípulo rayano en la genialidad. Es un relato donde lo ingenuo y lo luctuoso caminan de la mano. Un ejemplo más del fracaso y la decadencia de los personajes de Teoría de todo.
El quinto y sexto relato, Las galletas Koleo son las mejores del mundo entero y El señor Blosen también viajan juntos hacia una atmósfera, de nuevo, humorística, tiznada de absurdo. El primero es un relato un tanto crítico con la explotación de los niños televisivos, mientras que en el segundo, un homenaje palmiano, Lapido nos presenta al señor Blosen, un peculiar caballero que vive confortablemente recluido en los aseos de un restaurante.
De los restantes cuatro relatos dos de ellos tienen una vinculación argentina. La singular desaparición de Amadeo López, cortazariano, e Inverness, borgiano, están unidos además por un intestino lírico. En estos cuentos la poesía se torna misterio, un misterio onírico repleto de metamorfosis, reiteraciones y analogías. Son como estampas pictóricas, pequeños flashes que entroncan a su autora con el surrealismo.
Como coda, el libro concluye con un relato indefinible, Setas venenosas, tal vez el más original del conjunto, una historia que fluye entre lo diabólico y lo alucinógeno, donde la perversidad de la autora estalla, por fin, sin concesiones. Una joya, una verdadera promesa para disfrutar con ella en sus futuros libros.
Teoría de todo, como libro de relatos, es una montaña rusa de registros y tonos, de emociones y personajes y situaciones peculiares que ponen a prueba a sus lectores y los invita, con humor o con el corazón en vilo, a adentrarse en un universo distinto, paralelo a este en que malvivimos, mucho más interesante, mucho más divertido, entrañable, por supuesto, absurdo, irreal, literario, inusitado. Son historias visuales, cuyo interés por el detalle provoca que cada una de ellas imponga una atmósfera distinta, un campo de operaciones donde los pequeños fracasos de sus personajes estallan con cordialidad, a cámara lenta, sin demasiados traumas.
A mí, por lo menos, me gustaría vivir en uno de estos mundos diseñados por el enloquecido ingenio de Paula Lapido.