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El Conde de Montecristo: La aventura que no cesa

Por Anabel Sáiz Ripoll

Uno de los libros más conocidos de Alejandro Dumas es El Conde de Montecristo. Releer este clásico supone volver a la juventud, a la adolescencia y entrar de lleno en un mundo donde todo es posible. Sin duda es un libro que nos atrapa desde el principio y que sigue interesando a los lectores de todos los tiempos. Personajes, situaciones extremas, descripciones insólitas, muertes súbitas, resurrecciones… hacen de él un libro del que no se puede prescindir.

Alejandro Dumas, hijo, (1802-1870) es un escritor de pluma rápida y eficaz, que escribió de manera convulsa, por decirlo así, y nunca se tomó la molestia de releer lo que escribía. No le interesaba volver hacia atrás, porque a él lo único que le movía era la peripecia de sus personajes y entregar fielmente los capítulos de sus obras a las revistas que le pagaban por ello. A menudo escribió en colaboración con Auguste Moquet, aunque se habla poco de ello, pero la obra que nos ocupa es un ejemplo de esta colaboración literaria.

El Conde de Montecristo apareció por entregas entre agosto de 1844  y enero de 1846 en el “Journal dels Débats”. Su primera edición ocupa 18 volúmenes y su éxito fue inmediato. En la actualidad hay varias ediciones de este clásico, entre las cuales destaca la de Anaya, publicada en la colección “Tus Libros” en dos volúmenes.

El libro se estructura en tres partes que  responden a los tres escenarios básicos:

  1. Marsella, donde Dantès es condenado de por vida en una mazmorra de la que escapa de una manera rocambolesca.
  2. Roma, donde Dantès es ya el Conde de Montecristo y comienza a dar muestras de su poder.
  3. París, donde Montecristo se venga sistemáticamente de los tres hombres que lo acusaron y los hunde en la absoluta miseria (uno se suicida, otro se vuelve loco y el tercero lo pierde todo). No en balde dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Buena prueba nos da Dantès de ello.

La novela es una aventura continua, llena de peligros, encuentros, naufragios, fugas, ejecuciones, traiciones, envenenamientos, contrabandistas, bandoleros… Todo anima y todo causa asombro. Por otro lado, se expone la vida cotidiana de mediados del S. XIX –con el telón histórico de fondo- y se une muy bien con el plano ficticio.

Dantès se supera a sí mismo y, como un dios severísimo, da y arrebata, ayuda y pone trampas. Dantès es el juez supremo de los que lo han perseguido y es quien culmina, en nombre de la Providencia, su venganza.

Edmond Dantès es una figura romántica, traspasada de algo irremediable, de misterio, de tristeza, de rabia, de pena. Es implacable, no perdona; aunque, hacia el final, se atreve a dudar y regresa de nuevo a su lugar de encierro para buscar, en el Castillo de If, una señal y la encuentra o así lo cree él y piensa que su comportamiento ha sido el adecuado.

Montecriso es o muy generoso o muy despiadado. Acaba con Fernand, con Villefot, con Danglars y lo hace de manera sistemática, paladeando los momentos, sin prisa, pero sin pausa. Sin embargo, una vez se excede y pierde al pequeño Edouard, lo cual hace que se tambalee, aunque no desbarata sus proyectos. Todo lo puede gracias a su inmensa fortuna, conseguida por un azar en la isla de Montecristo.

Cabe añadir que cuando ayuda lo hace sin medida, con Mercedes, con su padre, con Faria –el origen de su fortuna-, con Haydea, los Morrel, Emmanuel, Valentine y acude a algo que considera lo esencial: el dinero, que reparte de forma pródiga, a manos llenas.

En el libro quizá lo que menos interesa esta vez es el estilo porque Dumas nos lo hace olvidar ya que nos tiene pendientes de sus diálogos, de las descripciones, de la continua pasión con que suceden todos los episodios. Es un libro sin medida, de contrastes, exagerado hasta la saciedad, pero con ese encanto de las grandes aventuras inimaginables e irrealizables.

El Conde de Montecristo ha servido de inspiración para cineastas y guionistas y varias son las versiones que se han llevado a la gran pantalla y también a la televisión. El propio Arturo Pérez Reverte, en La Reina del Sur le rinde un homenaje haciéndolo libro de cabecera e inspiración de la protagonista.

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