La literatura, los medios de comunicación y yo
«Tres días para la cultura que viene a la casa; pero no se olviden de los otros cuatro días para la cultura en la plaza pública»
José Lezama Lima
(Hablando de la televisión en 1960).
UNO
En los días de mi remota infancia cubana ir al cine era realmente viajar a un mundo mágico: afuera la luz deslumbrante, el calor intenso y los olores conocidos. Adentro, la ruda frescura de la climatización, la penumbra acogedora, el confort de las butacas de terciopelo que, algo envejecido, despedía un aroma exclusivo. Al erosivo bullicio de la calle se oponía el murmullo ‑especie rara en el Trópico‑ de la concurrencia que paulatinamente ganaba un silencio respetuoso. Al fin, empezada la función, reinaban la música (grandiosa del cine americano) y los technicolores (frecuentemente deformados por la vetustez o la mala calidad de la copia).
Las películas tenían el encanto de los cuentos de aparecidos narrados en las noches oscuras del campo, porque salían de una pantalla desvelada/revelada por el tenue haz de luces que danzaban sobre nuestras cabezas y espantaban a los murciélagos cinematográficos (especie hoy extinguida), operando el milagro de la resurrección de dramas y aventuras ajenos, que durante hora y media serían los nuestros.
Al salir, todo el mundo se tapaba la boca. Este extraño hábito de mis conciudadanos respondía a la creencia de que había cierta peligrosidad en abandonar el cine. ¿Debido al choque de temperaturas o al choque entre sueño y realidad…?
DOS
Numerosos son los que parecen creer en una rivalidad irreconciliable entre la buena y vieja literatura y los nuevos y malos medios audiovisuales (televisión, cine, videojuegos, Internet… y lo que vendrá).
Yo no. Será porque pertenezco a esa generación que aprendió a soñar y a experimentar el goce estético tanto en los libros como en el cine y la televisión; generación que no ha llegado demasiado tarde para cambiar el diccionario por el buscadoor (los dos más famosos tienen doble o, ¿se fijaron?) y la máquina de escribir por el ordenador… para seguir escribiendo Literatura.
También es menester evitar confusiones porque, como señala la laureada escritora brasileña Ana Maria Machado: «al contrario de la televisión y el video (tecnologías visuales perfectamente al alcance de cualquier analfabeto, extensiones de la vieja cultura oral), ahora con las computadoras y los medios interactivos hay una rehabilitación de la importancia de la palabra escrita. Las nuevas tecnologías exigen alfabetización y capacidad de lectura»1.
Lo curioso es que este nuevo conflicto entre la cultura antigua y la cultura moderna siga siendo dominado por uno de los más remotos dogmas: el maniqueísmo. Si para unos, los medios son El Malo en traje tecno y la literatura es La Chica, dulce e ingenua; para otros la literatura sería La Vampiresa (retro) y los medios, El Chico bueno e ingenuo (pero progre) de la película.
La única contradicción esencial que yo veo entre literatura y medios electrónicos de comunicación es que La Primera siempre ha tenido un ideal estético, de búsqueda de la originalidad y la perfección (logrado o no), que ha propiciado decantamiento histórico y proscripción sistemática de la tontería, la vulgaridad y el salvajismo, mientras que Los Segundos se definen en el terreno de la comunicación y el entretenimiento, y no en el campo del arte, prestándose sin demasiado escrúpulo a la transmisión de aquellos mismos tres pecados originales con tal de que contribuyan a un buen porcentaje de sintonía.
Lo anterior no implica que entre los libros no haya subproductos ni que los medios estén irremediablemente condenados al servir inevitablemente las peores causas (atención: el Maniqueísmo acecha…)
Las formas «populares» de literatura también se han prestado y se prestan a manipulaciones abyectas; ahí están para demostrarlo las novelitas de estación: rosas, negras, verdes, rojas… aunque más parecen degeneraciones de la literatura que literatura en sí misma.
Por su parte, los endecasílabos perfectos no suelen convenir a la pornografía y el panfleto; de la misma manera que los fragmentos de Erasmo y los sonetos de Shakespeare arruinarían el rating de los más estelares programas de la tele.
Las llamadas formas populares de literatura han servido a las causas bajas (siendo las estéticamente indignas las más abundantes), pero poco han contribuido a la definición de la forma de expresión estética que tiene por soporte al lenguaje. Por el contrario, y después de los momentos de creatividad necesarios para originar sus propios modos de expresión, los medios renunciaron a toda aspiración a la verticalidad: lo de ellos es lo horizontal, repetido una y otra vez hasta configurar un nuevo horizonte virtual de particular monotonía.
Los medios se declaran neutrales, instrumentales. Los muy hipócritas se saben advenedizos y tratan de compensar su falta de pedigree con un éxito rápido, con la gracia de la masa.
Pero no los condenemos antes de intentar su resurrección (El maniqueísmo acecha, capítulo II).
CUATRO
Creo oportuno subrayar que mientras los libros literarios ‑cada vez menos o con alcance menor‑ defienden mayoritariamente los principios humanistas, los medios parecen hundirse progresivamente en la dirección contraria, promoviendo la violencia, el irracionalismo y la intolerancia, deformando la historia y aboliendo la cultura. No hay más que ver todos esos reality shows, superproducciones cinematográficas y juegos electrónicos en que se mezclan sin escrúpulo cierto futurismo tecnológico (armas-láser, vehículos todoterreno ‑agua, aire, tierra y fuego‑, videoteléfonos miniaturizados y viajes intergalácticos) con ambientes sociales vagamente feudales y monstruos musculosos y raramente caucasianos.
La creatividad, la contestación y la búsqueda de nuevas formas de expresión ‑características del arte y de la propia tecnología‑ son suplantadas en los medios electrónicos de comunicación por anécdotas estúpidas, repetitivas, con sintaxis narrativa apoyada en los “defectos especiales”, que pulverizan el decorado y permiten la infantable mutación del héroe en una criatura todopoderosa; un poder adquirido mediante la invocación de formuletas mágicas y no, como ocurre en realidad, gracias al poder sobre el lenguaje (¿otra cosa es la política?).
CINCO
Yo nunca me he tragado esa soberana majadería de que una imagen puede sustituir mil palabras, pero sí estoy viendo demasiada imagen que nos priva de mil palabras.
Las palabras son las que componen nuestra cultura, nuestra ideología, las que sostienen nuestro pensamiento, las únicas armas verdaderamente eficaces y constructivas de que disponemos para el éxito social e individual. Su polisemia, su antigüedad, su imposible financiarización y su auténtica capacidad de mutar son verdaderas garantías de democracia, de equilibrio emocional y de identidad individual. Son incluso las palabras ‑leídas en un manual impreso‑ las que capacitan al común de los mortales para servirse de un juego electrónico o del “archimóvil” última generación. Y son ellas, ordenadas con recursos narrativos y dramáticos, las que permiten al guionista de seriales, películas y videojuegos poner a trabajar el equipo de dibujantes, camarógrafos y programadores informáticos que van a llevar su proyecto a toda clase de pantallas.
Nos gusten o no, los medios están ahí. Disfrutan de un enorme éxito entre chicos y grandes, y no solo desplazan a la literatura de las funciones recreativa, formativa, informativa y estética que antes le eran casi exclusivas, sino que la corrompen: ¿Cuántas novelas, álbumes ilustrados y tebeos ‑los de mayores ventas‑ no son otra cosa que videos trasvestidos?).
SEIS Y FINAL
El día está cercano en que la mayoría de los libros se difundiarán a través de leedores electrónicos de bolsillo con ilustraciones personalizadas y dotadas de movimiento, cuyo texto adaptará al gusto de cada cual un astuto programa, que conectará con toda clase de informaciones y servicios y permitirá, en suma, a su propietario introducirse totalmente en la obra.
Cuando alguna de mis obras aparezca publicada en tan manuable como interactivo aparato no me sentiré necesariamente infeliz (siempre que el programador tenga tanto o más talento que yo).
En cambio, el día en que La Odisea llegue a las pantallas sin reducciones ni simplificaciones, las peripecias propuestas por un videojuego tengan la riqueza de las vividas por El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha o el concurso televisivo de moda exija conocer todas las palabras de un poema de Jorge Luis Borges para ganarse una suma que no ridiculizará la dotación de un prestigioso premio literario… ese día, solo ese día (probablemente más lejano que el de la generalización de los leedores electrónicos) quien dejará de sentirse menospreciado será el usuario de los medios, que también soy, porque al fin se nos habrá devuelto la dignidad debida.
Escritor, ilustrador y crítico cubano residente en París. La versión original de este artículo fue publicada en el libro de ensayos La literatura infantil. Un oficio de centauros y sirenas (Lugar Editorial. Buenos Aires, 2001)
1 MACHADO, Ana Maria: Buenas palabras, malas palabras. Buenos Aires. Sudamericana, 1998; pp. 99‑100.