Una heredera de barcelona
Una heredera de Barcelona. Sergio Vila─Sanjuán. Destino. 318 páginas.
El prestigio literario de Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) como periodista cultural, cimentado por 33 años de labor en diversos medios de comunicación y la publicación de una serie de libros de ensayo como Pasando página o El síndrome de Frankfurt, está suficientemente acreditado, pero ello no obsta para que suscitara un cierto temor su aterrizaje en el campo de la novela con esta Una heredera de Barcelona que llega a nuestras manos. El crítico, en cuanto sale de su ámbito, es un mal escritor, suele decirse. Eso no sucede en el caso del actual director de Cultura/s, el excelente suplemento del diario La Vanguardia.
Con el recurso del manuscrito encontrado ─ que, en este caso, no es excusa literaria sino realidad, pues Vila─Sanjuan idea la escritura de su primera novela a raíz de hallar una serie de documentos y el bosquejo de una novela en los cajones de su abuelo ─ discurre ante nosotros este fresco histórico que hace revivir la Barcelona convulsa del pistolerismo y las encarnizadas luchas sociales al hilo de una intriga policial.
La investigación que Pablo Vilar, abogado y periodista monárquico de costumbres estrictas, hace de la agresión que sufre una bella vedette, María Nilo, le lleva a bucear por los mundos del sindicalismo revolucionario de la Ciudad Condal, conocer a Lacalle, líder anarquista moderado, y ser testigo de los ajustes de cuentas entre patronos y obreros que llenan las calles de cadáveres y erizan el clima social de la ciudad.
Con un estilo decimonónico, en el que se siente muy a gusto, Sergio Vila─Sanjuán vuela, y el lector con él, a esa Barcelona de 1920 que revive con brío en sus páginas. Se nota en Una heredera de Barcelona la ardua labor de investigación de su autor, el prolijo trabajo de documentación en hemerotecas, sin que ello merme el interés literario de la obra. Maneja con soltura Vila─Sanjuán un elenco de personajes variadísimo que va desde los pistoleros de la patronal a los anarquistas utópicos y violentos, de los burgueses y aristócratas barceloneses a los duros militares que detentan el orden público de la ciudad. La novela se mueve con igual soltura y gracia en las cuevas de Montjuich como en las sofisticadas fiestas del Laberinto de Horta, en los círculos del naturismo ácrata como en los salones exclusivos del Ritz, recopila multitud de anécdotas, es brillante en sus cuidadosas descripciones de la forma de vida de esos años, está repleta de reflexiones ideológicas y apuntes políticos que iluminan su trama y hay, en toda ella, un alarde de exquisitez literaria de otra época.
Es Una heredera de Barcelona, ante todo, una novela que se lee con sumo placer, porque está muy bien escrita, perfectamente hilvanada y no decae en ningún momento. Y lo mejor que puede decirse de ella es que parece obra de alguno de los mejores novelistas del siglo XIX.