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Postneorrealismo

Por Coradino Vega.

Mi novia me obliga a salir a la calle. A ella le gusta pasear. Yo me dejo hacer, aunque prefiero quedarme encerrado en mí mismo. El otro día cruzamos el puente y, sin previo plan, acabamos en la plaza del museo. Es un lugar hermoso, sobre todo en las mañanas de domingo. Como sin querer, accedí a entrar en el Bellas Artes. Allí iba yo en mi época de estudiante. Me sentaba en sus patios a escuchar el sonido del agua porque supongo que me creía Bécquer. Es un sitio que irradia una tranquilidad melancólica como la que da escuchar la música sacra de Vivaldi. Visitamos la colección permanente.

Uno abandona sobre todo a su mujer, a sus hijos, a sus plantas, a la ciudad en la que vive, sin darse cuenta. Muchas veces sucede que alguien que sólo ha pasado un breve tiempo en el lugar del que formas parte conoce mejor sus calles que quien las transita a diario. En los museos de las ciudades de provincias aún pervive eso que se llama silencio. En el de Sevilla uno puede respirar el blanco de Zurbarán, padecer con aprensión el tempus fugit de Valdés Leal o esquivar el crucifijo con el que te amenazan los frailes de Juan de Mesa sin pisar a un turista asiático. Todo cambia, sin embargo, si te adentras en el ineluctable territorio de la exposición temporal.

Allí hay muchas señoras que se parecen a tu madre, matrimonios endomingados recién salidos de misa, jóvenes ávidos de arte, japoneses y algún que otro despistado que salió sólo a comprar el periódico. Nadie parece mostrar el más mínimo interés por lo que se exhibe. Se trata de una muchedumbre encorsetada por la pésima disposición de los lienzos que pintó Murillo antes de convertirse en Murillo. Fotos, móviles, gritos, carritos, bolsos, tacones de bautizo. La gente mira para arriba y para abajo, se choca entre sí y nadie ve los cuadros. Recuerdo que en la Capilla Sixtina era más o menos igual, sólo que allí había un cura que te gritaba que circularas rápido no sé si para aliviarte la tortícolis o para impedirte que apreciaras lo que de verdad había pintado Miguel Ángel.

Es conocida de sobra la temática del Barroco sevillano, así que no me extenderé en describir las protovírgenes de Murillo. Sí me detendré, porque hizo que me aislara de la barahúnda, en la sala dedicada a su conciencia social. Uno se cree que lo de retratar al oprimido en su paisaje marginal data del siglo XX, y que obedece a la vieja ideología del socialismo. Sin embargo, ¿no es eso de lo que va El Lazarillo de Tormes o Guzmán de Alfarache? Los niños de Murillo que se espulgan y comen uvas o melón llevan impregnada la condición de clase en las plantas mugrientas de sus pies; las ancianas, en las arrugas y en lo raído de sus ropajes; las mujeres, en la mirada cargada de desesperación con que claman a un cielo lúgubre. Una de esas mujeres se parece a Sofía Loren en la versión que hizo Vittorio de Sica para el cine de La campesina de Moravia. Cualquiera de esos niños podría haber aparecido en Ladrón de bicicletas o en Roma, ciudad abierta; en un cuento de Ignacio Aldecoa; en las fotos de Cartier-Bresson que vi una vez en el Metropolitan en las que salía el barrio de Triana poco antes de estallar la guerra. Stephen Crane no le daba importancia a la imaginación ni a la fantasía porque, para él, sólo merecía ser narrado lo que veía en las calles de Nueva York a finales del siglo XIX.

A veces la realidad es tan asombrosa, tremebunda y poética que el artista no necesita más herramientas que su minuciosa observación y la voluntad de dar testimonio de lo que sucede. Y eso no envejece. El mejor ejemplo de lo que digo es la serie de televisión The wire. ¿Alguien ha visto nunca algo más real que las calles de Baltimore?

 
El joven Murillo, Museo de Bellas Artes de Sevilla (del 20 de febrero al 30 de mayo). Stephen Crane: Historias de Nueva York (El Olivo Azul, Córdoba, 2010, con prólogo de Juan Bonilla). The wire (HBO), disponible en DVD, lamentablemente, hasta la cuarta temporada.

2 thoughts on “Postneorrealismo

  • no encontré nada que me halla servido para un trabajo del cole

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  • No encontre nada que me sirviera

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