No te signifiques (2)
Por Jorge Díaz.
Tengo la firme convicción de que hay que hablar bien de todo el mundo, especialmente si queda por escrito y se cuelga en Internet, donde permanecerá para toda la eternidad y Google se lo recordará a tus descendientes. No es bondad, es prudencia y cobardía.
-¿Pondrías ejemplos? Es que lo que has dicho parece una tontería y una perogrullada.
-Es una tontería; una perogrullada no, porque la maldad, amigos míos, existe, no hay que dar las verdades por universales. Pero yo pongo un ejemplo si crees que con eso voy a quedar mejor ante mis tataranietos.
Hace un año, más o menos, leí una novela que me interesaba por motivos que no vienen al caso. La empecé con curiosidad, con ganas de que me gustara… Pero era muy mala (iba a usar la palabra bazofia, pero me he prometido a mí mismo ser positivo y no usar las palabras caspa y bazofia, tampoco mierda). En contra de mi hábito – arrojar las novelas que no me gustan contra la pared más cercana – me esforcé en acabarla. Me costaba creerlo, pero empeoraba a cada página que pasaba. Daba la impresión de que el escritor había empezado sin saber dónde iba y encima se perdía por el camino.
-¿Cómo se va a perder si no sabe dónde va?
-Eso mismo pensaba yo: tira para algún lado, majadero, me daban ganas de decirle, ya llegarás a algún sitio.
Cuando llegué al final, la arrojé con saña.
-Vaya m… Perdón, vaya novela más insatisfactoria.
Quiso el destino – qué bonita expresión – que un par de meses después me pidieran una reseña sobre esa novela. Es estupendo cuando te piden una reseña sobre una novela que te has leído ya, apenas tienes que trabajar: te sientas, la escribes y encima parece que eres un tipo rápido.
Dudé… ¿La escribo como pienso que debe ser y me gano fama de crítico implacable? ¿Dejo derramar mi mala leche sobre el teclado y hago una reseña demoledora en la que quedo como un tipo cruel e ingenioso? ¿Miento como un bellaco y hago una crítica tibia de sí pero no?
He publicado una novela, si hubiera tenido críticas malas me habría puesto a llorar y no quería causarle eso a un compañero, por mal que escribiera. Aquí me gustaría hacer un aviso: no es obligatorio escribir novelas, no pasa nada si alguien no escribe la suya. Por otra parte, no cobraba la reseña: la valentía no tenía valor, o por lo menos no tenía precio. Así que decidí ser sincero.
-Lo siento, esa novela no se merece una reseña.
-¡Qué honesto!
-Honesto, no. Prudente y cobarde.
Esta historia, sin moraleja, no vale nada. Así que sigo adelante.
Hace un par de semanas, fui a una cena. Una chica a la que conozco tenía un novio nuevo y lo presentaba en sociedad.
-Te presento a Ramón Ortuño; es escritor, como tú.
Evidentemente, es un nombre falso, no quiero que lo lea y me mande a sus padrinos. En las series españolas se puede considerar Ortuño un apellido común, lo que nunca encontraremos es a nadie que se llame García, por ejemplo.
-¿Ramón Ortuño? ¿Tú fuiste quien escribió La dama encendida?
Ni que decir tiene que el título también me lo invento: ahí me ibais a pillar…
-Sí, soy yo…
-Ah, la leí.
-¿Fuiste tú?
Vamos a ser sinceros, este chiste, el de “fuiste tú el que compró mi novela”, es como el del perro que se llama mistetas, la dueña lo pierde y se encuentra a un policía mientras lo busca.
-Perdón, señor agente, ¿ha visto Mistetas?
-No, pero me gustaría verlas…
Deben ser los dos chistes del mismo año. El caso es que Ortuño encontró alguien a quien llorarle.
-No se vendió bien, la distribución era muy mala…
Me conozco el tema. Yo mismo lo he usado muchas veces.
-Es que si no eres sueco nadie te compra…
El caso es que le consolé:
-Claro que sí. Tu novela se merecía mucho más… Quizá si la sacan en bolsillo con más promoción. O si la llevan al cine… Si se hace película, te puedes hinchar a vender.
-¿Tú crees que se puede hacer película?
-Sin duda, yo que tú me ponía con el guión.
Diréis que soy rastrero. No, lo llevo diciendo desde el principio: soy prudente y cobarde. Mi único problema es que Ortuño ha acabado un nuevo manuscrito y me lo quiere mandar para que le eche un vistazo. Ya le he dado dos veces mal el mail, pero creo que ese subterfugio no me va a durar mucho tiempo; si hay algo que les sobra a los malos escritores, es constancia.
En el pecado se lleva la penitencia, compañero. En muchas ocasiones, el tratar de ser Corté suele acarrear graves consecuencias. Compensa mucho más ser un «cabrón tranquilo» que «un buen hombre acogotado por la pleitesía». Tú verás.
PS.- Soy el que lee tú columna. La próxima vez que nos veamos te permitiré que me digas «¡Ah!, ¿eres tú el que al lee?». Y que me cuentes el chiste de Mistetas.