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¿Leer poesía?

Foto@Jorge Sánchez Martínez

Por Paloma Sánchez Ibarzábal*

En un sistema educativo que, en su aplicación, busca fórmulas, utilidades, y sobre todo, resultados inmediatos, no es de extrañar que la poesía no tenga prácticamente cabida, o como mucho, se restrinja su “uso” (y abuso) al apoyo de ciertas materias escolares.

Si hoy en día a un profesor se le pregunta qué es lo que determina la elección de determinadas lecturas para sus alumnos, las respuestas son casi siempre las mismas: que enseñen valores, que les enseñen conceptos relacionados con otras asignaturas, motivar a la lectura… Está bien, es una buena pretensión, y si se consigue, es ya un gran logro. Pero, ¿deben ser exclusivamente estas motivaciones las que condicionen los primeros contactos del niño con la literatura? ¿Por qué no ir más allá? ¿Por qué no ser más audaces, más valientes, en nuestros objetivos frente a su educación artístico-literaria?

Últimamente, la preocupación por inculcar valores está llevando al educador a un abuso del uso de los libros de referencia (esos didácticos que educan en valores). No es que sea malo, no lo es. Pero limitar la literatura a la que enfrentamos al niño exclusivamente a los referentes es como si, llevado al terreno culinario, siempre les diéramos de comer proteínas, eliminando de nuestra dieta todo lo demás. Bien, las proteínas son necesarias. Pero lo demás también. Así, entre uno de los alimentos imprescindibles en toda buena “dieta lectora” que pretenda verdaderamente nutrir el espíritu, la poesía es uno de los fundamentales. Y sin embargo, la más olvidada. Pero… ¿por qué?

foto@Jorge Sánchez Martínez

En primer lugar, porque a la poesía difícilmente puede encontrársele justificación frente a esas exigencias utilitarias que se nos imponen desde el sistema educativo, más interesado en dirigir que en motivar hacia la búsqueda del propio camino. Sí, la poesía asusta al educador porque su lectura no tiene una practicidad definida dentro de la escuela. No nos muestra modelos de comportamiento, diáfanos y asumibles que puedan ser fácilmente explicados y aplicados al alumno. No induce, ni aconseja, ni enseña concepto alguno. No propicia ni facilita el abordaje de problemas de actualidad. Por lo que, según las expectativas del sistema vigente, no sirve, digámoslo claro, para nada.

¿Para qué sirve la poesía?”  Le preguntaron a Borges. “La rosa es sin porqué”, contestó él, parafraseando al místico Angelus Silesius. Es decir, no necesita justificar su existencia con ningún “para…” que le dé sentido: se justifica a sí misma por el hecho de ser, sin más.

Pero,  ¿será esta sencilla, inteligente y, por supuesto, provocadora respuesta lo suficientemente convincente para el educador? Y siendo así, ¿cómo debería plantearse desde la escuela el contacto del niño con la poesía?

En primer lugar, cambiando la mentalidad de los adultos con respecto al uso de la literatura infantil en general. Las fórmulas mágicas para la inculcación de valores no existen, ni pueden ser, desde luego, patrimonio de los escritores para niños. La literatura infantil no puede limitarse a servir de pantalla donde se proyecten todas las expectativas de los maestros o padres con respecto a la inculcación de valores o la socialización. No puede convertirse en “una literatura de fórmulas o de pastillitas educativas” para que los niños “se traguen” las normas sociales y los valores que deseamos transmitirles. Al menos, no puede reducirse exclusivamente a eso.

Así, el educador debe hacerse consciente de que la apreciación del arte, la sensibilización artística en sí misma, es ya un valor deseable y necesario para el crecimiento espiritual y emocional del individuo. Y en este sentido, hay que reconocer que la poesía es un campo magnífico que debería ser continuamente transitado por cualquier niño a lo largo de toda su infancia.

Pero cambiar de mentalidad también supone cambiar el criterio a la hora de abordar la poesía. La poesía no es un problema de matemáticas. Hay que vivirla, sentirla, disfrutarla, dejarse tocar por ella, que nos penetre, que nos convulsione…

Según los estudios realizados al respecto por la Asociación educativa Red Escolar “el problema surge cuando se intenta (precisamente) escolarizar la poesía. Es decir, cuando se intenta presentarla como uno presenta cualquier otra asignatura, intentando razonarla, explicarla, comprenderla y buscándole una practicidad fuera de su propio ámbito de disfrute sensorial y emotivo.

Así, es una conducta muy habitual que en los pocos momentos en los que se presta atención a la poesía dentro del aula, aquélla sólo se convierta en un mero vehículo de apoyo a otras asignaturas o aprendizajes.  Como si de ese modo el maestro justificara ante el alumno (o ante los padres, ante sí mismo o ante el sistema educativo), la propia lectura del poema. Si se están estudiando las montañas o los ríos en Conocimiento del Medio, se buscan poemas sobre ríos y montañas que sirvan para afianzar los conceptos adquiridos. Si se están estudiando los sustantivos en Lengua, tras leer un poema, se obliga a los niños a buscar los sustantivos, o los adjetivos o los pronombres. Error absoluto, que convierte la poesía en instrumento, vaciándola de su propia esencia y no-utilidad, y eliminando, con las tareas derivadas de su lectura que el adulto impone, toda la emotividad del niño que en él provocaría el poema.

“La mejor respuesta (ante la lectura de poesía en el aula) puede ser una carcajada, o un suspiro, o una lágrima, o una mirada de intriga y desconcierto, o simplemente un silencio. Esa fertilización interior, ese estado de recogimiento en que nos sume,  a veces por unos instantes muy breves, el contacto con la belleza, tiene que ser estimado como una respuesta pedagógica de gran  valor.” (Red Escolar)

 Ni siquiera debe obligarse al niño a que intente “explicar” qué le sugiere el poema, o por qué le gusta, salvo que surja de forma espontánea. No, no hace falta saberlo todo, no hace falta saber por qué algo nos gusta o emociona. Nos gusta porque sí, sin más. Como nos gusta una rosa. O una puesta de sol. O el mar… Sin porqué.

Por todo esto,  la poesía debería revindicarse por el educador como un campo de juego, pero siendo consciente de que, al jugar,  el niño también se entrena: entrena su músculo poético, su sensibilidad,  su capacidad de visión de la realidad desde una perspectiva diferente; se entrena en un uso distinto del lenguaje, menos rígido y  académico, pues la poesía le permite enfrentarse a matices diversos e inhabituales de la palabra, a palabras inventadas, a construcciones gramaticalmente imposibles, y es por tanto, un campo de libertad de expresión maravilloso alejado de la rigidez de toda norma.

Sí, hay que ser audaz y romper con lo funcional dentro del aula: leer poesía por leer, al margen de las materias, como un espacio de descanso, un paréntesis de fiesta, para disfrutar y sentir y emocionarse. Para reír, llorar, enfadarse, asombrarse, preguntarse… Para quedarse sin palabras. Para que cada cual pueda construir su mundo poético imaginado, su mundo personal. Ser audaz para abrir una puerta al pensamiento individual, enfrentarse a un camino no trazado en los manuales, atreverse a mostrar y compartir sensaciones,  renunciar a la utilización del arte literario como formulario de recetas meramente “educativas” o enseñanza de conceptos, y aun así ser consciente de que uno está inculcando uno de los valores más delicados y sublimes que se prolongarán en el niño hasta afianzarse en su vida adulta: la sensibilidad estética. De donde se ramificarán multitud de valores, entre ellos el amor a la humanidad. Porque quien ama el arte, allí encuentra al hombre.

 Sí, leer poesía, sin más.

Paloma Sánchez Ibarzábal (Madrid, 1964) Realizó estudios como Técnico Superior en documentación e inició la carrera de Psicología. Desde 2004 se dedica a escribir para niños y jóvenes, narrativa y cuento, y anda investigando el terreno de la poesía para adultos. Sus obras publicadas son El brujo del viento (SM) finalista al Barco de Vapor 2005,  ¿Quién sabe liberar a un dragón? (SM)Help me escoba no funciona!  (SM), libro bilingüe de la colección Tus Books, Pirata Plin, pirata Plan (SM), los álbumes ilustrados El cazador y la ballena  (OQO Editora) y Cuando no encuentras tu casa (OQO Editora). Este año ha sido finalista al Premio Lazarillo con la novela juvenil ECOS.

4 thoughts on “¿Leer poesía?

  • Hola, desde Uruguay.

    Encuentro pertinente toda la información que me envían. Me tiene actualizada, confronta ideas.
    He trabajado por 35 años en la docencia de párvulos insistiendo en que no hay que desmembrar la poesía.
    Nadie entiende, que el niño acude a ella por la sonoridad, el ritmo, y las imágenes que le provocan las palabras dentro de sus cabecitas.

    Respuesta
  • Gracias, Dinorah y Aarón, por manifestar vuestro interés. Hay que revolucionar un poquito los planteamientos de la literatura infantil con respecto al tratamiento que recibe desde la escuela. Si queréis ampliar información y obtener ideas para tratar la poesía en la escuela os recomiendo este link, perteneciente a Red Escolar:

    http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar2008/proyectos/vuelo_letras_oto09/La%20poesia%20en%20el%20aula.pdf

    Un saludo,
    Paloma

    Respuesta
  • Hola
    El artículo me parece estupendo, precisamente buscaba algo para fundamentar mi proyecto «Café literario» que realizaré con mis alumnos de segundo ciclo este 25 de marzo (fecha tentativa) llevamos un mes y medio leyendo poesía de Gabriela Mistral, y Jaime Sabines y realizaremos nuestro café para tener una plática, lectura y canciones acerca de la poesía, mis alumnos están encantados pero tengo que justificar la lectura de poesía
    en el aula solo por el placer de hacerlo, de recrearse en el sonido de las palabras. Es sorprendente ver la actitud de los pequeños ante la poesía, ahora no solo quieren escuchar, quieren escribir los poemas que más les gustan, para tenerlos y poder leerlos cada vez que quieran, también ya me están pidiendo que les diga que otro autor podemos leer, simplemente esto me encanta y me da motivos para seguir adelante.
    Gracias por el artículo y el link

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