Es una tontería tomarnos tan en serio
Por Luis Muñoz Díez.
Hace unos años pasaban por televisión el anuncio de una campaña que denunciaba el alcoholismo, mostraba los dos puntos de vista de una joven que bailaba con alguna copa de más. El eslogan en off, muy docente, decía: “Esto es lo que crees que está pasando y esto es lo que en realidad está pasando”. Algo así creo que nos pasa a los que hacemos cine. Para mirar el español con cierta objetividad tuve que aprender a distanciarme. Tenía demasiada información y muchos condicionantes para ver una película como un hecho aislado y poder calificarla, con despreocupación, de buena o mala.
Antes, el cine se veía en las salas y se pasaba por televisión y la impresión que te daban las películas era poco objetiva. En el primer visionado estaba todo caliente y en la tele el tiempo que había pasado jugaba a favor de la película. Pero desde que existe el DVD la percepción es demoledoramente efectiva. Las películas se pueden ver, una y otra vez, hasta la tortura.
Yo he trabajado en cine, delante y detrás de la cámara, pero la verdadera vergüenza arrecia, con más fuerza, cuando te ves en pantalla y sufres verdaderas decepciones. Hay películas que te has tomado muy en serio y que en su estreno fueron bien acogidas por el buen hacer del productor o por el cariño que despertaba determinada actriz o actor. El caso es que guardas un buen recuerdo de ella. Un día descubres que está en DVD, la compras y se la pones orgulloso a tus amigos y a tus hijos y según van pasando los minutos ves con decepción que no gusta, incluso algún comentario te ofende y te ves obligado a justificar lo que hasta hacía unos minutos era un orgullo avalado por algún recorte amarillento de prensa en el que se alaba tu trabajo o la película en su conjunto. Incluso guardas en el corazón los abrazos de compañeros y críticos el día del estreno. El comentario de quien compartió contigo el amor por la película es como una jaculatoria en un entierro: no ha resistido el paso del tiempo.
En cambio, hay otras, películas que hacerlas te costó más de una justificación, que al nombrarlas arrancan de alguien que la ha visto comentarios tan doctos como: “esa película es la polla”. En esta ocasión me refiero a El Cid cabreador, una película de Angelino Fons en la que Ángel Cristo daba vida al Cid y Carmen Maura a Jimena. Películas que, desempolvando la historia de España, pretendían imitar el éxito de los agudos y divertidos Monty Pythons. Así, podemos encontrar a Pajares haciendo de Colón en Cristóbal Colón, de oficio conquistador de Ozores, o una “Juana la loca de vez en cuando” de Larraz, en la que López Vázquez y Lola Flores daban vida a unos imposibles reyes Católicos. El Cid Cabreador fue la tercera, y última, de esta saga. La emulación no daba para más. Las tres deben su guión a Juan José Alonso Millán. La crítica la puso a parir, el director no quiso ni corregir una coma del guión porque pensó que no tenía arreglo, el éxito de público fue más que discreto y eso siendo benevolentes.
Pero el tiempo moldea a su gusto el criterio, liberando al nuevo espectador de presiones y condicionantes. Así el cine llamado serio, a veces incluso galardonado con premios internacionales, se ve acartonado y la historia ni llega ni emociona. En cambio, otro, disparatado y calificado como malo, se termina viendo con gusto. Ahora El Cid cabreador se emite por canales de televisión con éxito y regocijo. Incluso conozco gente que la tiene en DVD y ve, incansable, como Valencia es tomada por catapultas de paella, o como la Jimena-Maura se queja de lo que pica el cinturón de castidad, y ríen cuando los infantes de Carrión se dan cuenta que los han burlado y casado con dos travestis. Este fenómeno nos deja ante la siguiente escena: directores de prestigio, loados y alabados en su momento, han sido olvidados y su filmografía a duras penas se ve en sesiones de madrugada y no interesa. Y directores como Jesús Franco, Jacinto Molina o Paul Naschy, cuyo cine era denostado por la crítica y calificado de mal gusto por el público enterado, han visto culminada su carrera con los galardones más codiciados y con sus películas reeditadas y muy bien distribuidas.
No hay dos personas iguales, por eso Jacinto Molina no es Jesús Franco, un auténtico francotirador y un superviviente vital que llegó a utilizar las mismas escenas para películas diferentes. Pero consiguió hacer cine en las condiciones más adversas, tal vez esa honestidad y falta de artificio es lo que valora el público.
La enseñanza que podemos sacar es que el público posee su propio criterio y consiente el despropósito pero no perdonará que le aburras.