Asaltos filosóficos
Por Gonzalo M. Barallobre.
Pensar para encontrarse, no hay pretensión más pequeña y humilde y que a la vez sea tan peligrosa y urgente. Y es que toda búsqueda es un arma de doble filo. Pero la palabra que da nombre a este bello arte ya lo viene avisando: filo-sofía. Sabiduría que corta. Me permito esta violación etimológica porque reconozco y recuerdo el delito.
El filósofo debe ser un agua rituales, debe poner dinamita en el corazón mismo de las respuestas. Su tarea es forzar el límite para lograr el clima idóneo para el pensamiento: la tensión. Ella es el pulso secreto del universo. El telón de fondo que permite la música. Si se piensa en las entrañas de un piano se entenderá mejor lo que quiero decir. Y es que la tensión es la condición de posibilidad de toda melodía.
Si tenemos la tensión, recuerden el artículo que inauguraba esta columna, tenemos también el vértigo. Él es el principio y el motor de toda reflexión. Frente al asombro aristotélico o la violencia deleuziana, yo postulo el vértigo como padre de todo pensar. Aprender a habitarlo es el objetivo de toda sabiduría y ésta sólo se puede conquistar a través de un asalto filosófico. Como no existen puntos fijos el término “conquistar” debe ser entendido en un sentido dinámico, haciendo referencia al esfuerzo permanente por estar en pie. La vida como pulso. De la tensión como escenario a la tensión como tarea. Y es que nuestra fe debe ser la lucha. El agon como centro y bandera. En esto los griegos fueron los grandes maestros. El agon como autoexigencia sagrada que nos revela en el corazón mismo de lo trágico. Y así, erguidos sobre nuestros pensamientos, verticales contra el cielo, continuaremos aullando al gran enigma que nos habita.
Somos lo que somos en la tormenta, en su vientre no hay lugar para las máscaras, para los artificios. La vida, con su crueldad y su belleza, nos va revelando. Sin piedad -¿por qué iba a tenerla?- nos devuelve nuestro rostro más auténtico. Nuestra mirada más justa y sincera. Desde el final de un día largo, metidos ya en la cama, envueltos por la oscuridad y el silencio de la noche, todos hemos sentido nuestro propio peso, nuestra gravedad. Ese reino efímero de espejismos, de sombras líquidas, de lugares conocidos y profundidades olvidadas.
Hace unas horas, un compañero de búsqueda me hablaba de la importancia del concepto de relación. Es imposible llegar a entender hasta qué punto estamos vinculados los unos a los otros. Desde tu soledad, cuando el universo se ha convertido en el gran espejo en el que te miras, tu temblor llega hasta la última célula del mundo.
Uno puede creer que al dormir la tensión desaparece, pero esta creencia es pura ficción. Hundido en ti, todo tu cuerpo trabaja para mantenerte. Miles de síntesis y rupturas químicas tienen lugar cada segundo. Mientras, tu corazón, con un movimiento sordo, golpea tu pecho para mantenerle dentro de la vida. Sueñas y luchas. La tensión te mantiene erguido en tu hundimiento y despertar no es otra cosa que recordarlo.
Great!!!!! Precioso texto, Gonzalo.
Gracias Antonio.
Un abrazo.