La señora de los libros
La señora de los libros, de Heather Henson (texto) y David Small (ilustraciones). Barcelona, Editorial Juventud, 2010. Cartoné, 26 x 21 cm., 40 pp., 13 €.
Por José R. Cortés Criado.
Heather Henson rinde homenaje a las bibliotecarias a caballo de los Apalaches de Kentucky, que desde los años treinta del siglo XX, siguiendo el New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt, llevaban libros a los lugares más apartados donde no existían bibliotecas.
Además de un bello homenaje a las bibliotecarias, lo es al libro. El relato nos muestra cómo un chaval que no desea aprender a leer lo hace porque no comprende el afán desinteresado de esa señora, que se enfrenta a las inclemencias del tiempo con tal de llevar un libro allí donde hay un lector, llegando a la conclusión de que lo hace porque los libros contienen algo muy valioso.
La historia de este cuento –La señora de los libros- la narra Cal, un chico que vive con sus padres y hermanos en lo alto de una montaña, y se extraña de que su hermana se pase el día leyendo, porque para él no están escritos los libros, y de que se emocione cada vez que llega la bibliotecaria a su casa…
El pequeño Cal no duda en aprender a leer tras comprobar que la señora de los libros llega a su rancho puntualmente, cada quince días, presta libros y no cobra por ello; lo más que recogió fue la receta de la tarta de frambuesas de su madre. Al final Cal es otro lector convencido de las bondades del libro.
La historia está narrada en primera persona, lo que la hace más cercana; las expresiones utilizadas recuerdan la ingenuidad de un niño, que se siente mayor porque ayuda en las tareas del campo a su padre, y que se resiste a aprender a leer porque eso es cosa de su hermana
Las ilustraciones de David Small son de una sencillez y calidad notables, los fondos están diluidos y los contornos bien marcados, los colores son suaves, ofreciendo un conjunto de acuarelas de gran belleza y serenidad.
Esta historia me ha recordado la que cuenta el escritor español Jordi Sierra i Fabra, cuando en las montañas de Bolivia encontró a una bibliotecaria que llevaba los libros en los serones de su burro de pueblo en pueblo. Gracias a estas mujeres, que por un escaso sueldo llevaban libros a lugares ignotos, se ha ampliado el número de lectores en el mundo.