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Los clítoris de Clint

Por Francisco Balbuena.

El acreditado Patrick McGilligan en su biografía sobre Clint Eastwood (Lumen) demuestra a lo largo de ochocientas páginas que el actor, director, guionista, productor, montador, publicista y alcalde se ha acostado sin excesivos escrúpulos con miles de mujeres. Durante muchos años puso los cuernos a su esposa Maggie Johnson, amantísima mujer que aguantó en silencio y que siempre le fue fiel, y que con enormes sacrificios al comienzo del matrimonio mantuvo a la estrella en ciernes en su época de meritorio de la Universal. Hubo momentos en los que Clint llevaba simultáneamente varias relaciones adúlteras, ya fuesen aventuras de unas pocas horas o de encuentros frecuentes y prolongados en el tiempo. Casi siempre se acostaba con la coprotagonista de la película en rodaje, a la vez que continuaba citándose con la chica de la cinta anterior, en tanto que a diario atendía a toda groupie mitómana que se ponía a tiro. Sergio Leone en sus memorias apunta, no sin ironía, que Clint pasó terribles horas durante su trilogía de espagueti western; no en vano apenas había mujeres en sus rodajes sobre las que disparar.

No es cierto que a Clint le gustasen tan sólo las rubias bajitas, delgadas y de facciones angulosas, casi andróginas. Como podría pensarse de su relación indisimulada de años con Sondra Lock. Su mujer Maggie era pizpireta, bastante alta y medio pelirroja. Mientras que Frances Fisher lucía un semblante lívido pero también unos pechos rotundos y unas caderas abundosas, y Megan Rose era un espectacular ejemplar de tipo nórdico. A este respecto, se dice que Clint se acostó con todas las actrices gordas de Sin perdón, como si en aquel pueblo perdido de Big Wiskie en lugar de un prostíbulo hubiesen montado una chacinería. Y no faltan las muescas de morenas en el revólver del cazador blanco. Alguna, como Rosanne Tunis, le ha dado hasta un hijo; en tanto que su actual pareja, Dina Ruiz, latina de carnes prietas, en estos últimos años de su pasión le va llevando derecho a la tumba ya abierta en el coqueto cementerio de Carmel.

De lo anterior se desprende que Clint Eastwood padece algún desajuste emocional o afectivo que le lleva a tratar a las mujeres con gran minusvaloración. En todas sus películas los personajes femeninos son o bien prostitutas, o perdidas, o busconas, o solteronas de apetitos reprimidos. Y él es el hombre duro que las domina y que las maneja como si fuesen estúpidos peleles. Lo mismo que ha humillado durante toda su carrera a muchos de sus colaboradores, a Clint le encanta arrastrar por el fango del desprecio a estrellas en todo su esplendor, como la delicada Jean Seberg en La leyenda de la ciudad sin nombre, o a sencillas actrices que apenas figuran en los títulos de crédito, como a la adolescente loca por el predicador de El jinete pálido. Poseído por su proverbial tacañería, Clint nunca ha sido generoso con sus mujeres. El caso más significativo es el de Sondra Locke. Hubo un momento en que le exigió dos abortos, se supone que a cambio de un amor eterno y generoso, y la actriz accedió. Pero más tarde, cuando la abandonó por otra más regordeta y joven, en el pleito de separación le hurtó una mansión que años antes durante una noche polvorienta le había regalado fraudulentamente.

En 1970, durante el rodaje de Dos mulas y una mujer, Clint Eastwood trató de llevarse al huerto a Shirley McLaine. Pero ella le mandó a paseo; no ya por interpretar entonces a la recia monja Sara sino porque había nacido siendo una irlandesa de carácter. El actor de gatillo ligero, frustrado, buscó consuelo en Conchita Alvarado, una de las actrices mejicanas del film. Pero en vez de reservar una habitación en el Hotel Reforma de Mexicali, en cuyos alrededores se rodaba la película, Clint cruzó la frontera con un coche de la Universal y se llevó su flirt a un motel en las afueras de Calexico. La estrella de Hollywood no pasó desapercibida en aquel distrito rural. El sheriff de Imperial County le abordó en el aparcamiento para interesarse por la menor de edad que le acompañaba. Entre ambos hubo un cruce de impresiones, hasta que aquel malentendido entre el tiquismiquis sheriff y el tocapelotas actor se solventó con unos tragos en la barra más cercana. En lugar de whisky, Clint se tomó un refresco de Fanta de naranja, no porque aborreciese el alcohol, sino porque le salía más barato. En todo caso, según posteriores declaraciones a People de Conchita Alvarado, fue el sheriff Joe Intimissimi quien pagó la cuenta.

Clint Eastwood no olvidaría a ese amigo circunstancial, descendiente de los italianos que desde los años veinte habían cultivado los feraces campos de Imperial County. Un año después, en la escritura del guión de su siguiente película, se empeñó en que su personaje se llamase Joe Intimissimi. Esto exasperó al guionista John Milius. Milius ha dejado para la posteridad la desopilante variación en el guión que escribió para hacerle desistir de su empeño:

─Sargento Intimissimi, le presento a su nuevo compañero, el agente Siniva.

─Teniente, pero si es un mapache…

─¡Higkkk, higkkk…!

─Estupendo, agente Siniva… Si te portas bien te prometo que probarás el rosbif de mi esposa.

A la postre, Clint no pudo resistir la tajante negativa del director Don Siegel ni de Warner Bros. De modo que hubo de interpretar a Harry el Sucio con éste nombre, el violento sargento de San Francisco que le consagraría definitivamente.

En su excelente biografía del actor, McGilligan nos habla de una estancia de Clint Eastwood en Milán allá por 1996. Recordó sus años juveniles de rodajes con Sergio Leone, coleccionó nuevas aventuras para su estantería de trofeos en su mansión de Stradella Road, e hizo algunos negocios. Montar negocios siempre ha sido la habilidad más destacada del autor de Bird y Bronco Billy. Por entonces, Clint se hizo con una buena parte del capital de la empresa de confección Calzedonia de Villafranca di Verona, especializada en ropa interior, tanto masculina como femenina. En poco tiempo Calzedonia, sumida en la crisis de la moda italiana de principios de los años noventa, remontó el vuelo con prendas originales de diseño exquisito. Gracias a la perspicacia comercial de Clint, de inmediato fue un éxito pocas veces visto la línea de braguitas Intimissimi. Al cabo de tanto tiempo, la estrella no se había olvidado del nombre de aquel sheriff del Imperial County que los tenía tan bien puestos.

Hoy por hoy, las pantaletas Intimissimi han sobrepasado al Wonderbra en popularidad dentro del mundo de la ropa interior femenina. Será que mientras que el sostén canadiense trata de resaltar lo escaso, lo negado por la naturaleza a eclosionar con exuberancia, la braga italiana destaca el vacío de una cuenca, el hueco de la imaginación fecunda. Este es un concepto filosófico que se puede rastrear en múltiples ocasiones a través de la filmografía de Clint Eastwood. Véase a modo de ejemplo en Million Dollar Baby, donde la chica boxeadora se llama precisamente Maggie, como si quisiese llenar el vacío que dejó en una esposa entregada y sacrificada; o en Los puentes de Madison, donde ese vacío existencial alcanza su más conmovedora intensidad en la fugaz relación entre el personaje de Meryl Streep y el fotógrafo de National Geographic.

El actor ha negado recientemente a la revista Variety que él dé el visto bueno a las modelos que lucen las prendas de Intimissimi, en sesiones de casting que celebra en su mansión de Carmel. De hecho, jamás ha reconocido su directa relación con Calzedonia. También hay una controversia sobre si las braguitas Intimissimi poseen una lengüeta en la bisectriz de su triángulo equilátero delantero, pieza de tejido elástico que, a modo de distintivo de la marca, demostraría la decisiva aportación clintoniana. Los detalles sobre el tema venían expuestos en un artículo de Wikipedia que no hace mucho su director, Jimbo Wales, viejo amigo de Clint, borró de la enciclopedia digital.

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