ColumnistasEl pensamiento como síntomaOpiniónPensamiento

Vértigo

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

Atrapados los unos en los otros. Una red, una respiración, la misma asfixia. Falta el aire y el terreno de las raíces es el vacío, un vacío que pare un vértigo, una fiebre fría, que te cruza del tuétano a la piel. Y el cielo se vuelve pesado como el corazón de un dios. Sombras. La esperanza es un animal disecado que te devuelve tu miedo a través de uno de sus ojos de cristal. “¿Hay alguien ahí?” “¡Bienvenido a otra primavera negra!” Grita tu sombra mientras pasa un cepillo de versos por sus alas. Las partes danzan en espiral, al ritmo de un pulso roto, impar, despellejado por una sed capaz de parir vida. Repetición, nunca diferencia. Como se vacían los goteos de los hospitales, así caen las horas sobre el mundo. Una pregunta, sólo una verdaderamente humana, ¿Para qué seguir? y una certeza: el Ser es un suicidio imposible. “El Gran Desesperado”, canta la música de lo cotidiano. Afuera, la noche brilla como una ilusión ciega. La ansiedad hace que tu piel te estrangule. “Nada es personal”, “Nada es personal”, “Nada es personal”… como un mantra te repites las palabras de Ibsen al conocer que tenía un cáncer de estómago. Te dices, es la oración más hermosa que he entonado nunca. Poco a poco, al ritmo de tu oleaje, te vas hundiendo, el sueño llega y con él el don de la disolución. Pero pronto vuelves a caer al mundo, y te levantas, sigues en pie, un día más en el costado del universo. Te dices, haré que pague caro mi existencia. De repente, un pensamiento se enciende como una estrella y ciega a todos los demás, hay música en su corazón y es tan cierta que parece una semilla de oro, “por ser nada soy más que Dios”, lo verbalizas y sonríes. Otro día, otra fórmula, esta vez de una canción que llevas en la sien, cerca de los descuidos, a la altura que haría de un disparo un final certero, “El boxeador debe ser un buen bailarín”. ¡Qué nietzschiana es esta estrofa, qué bien encaja entre los traspiés del día! Y aquí sigues, sin olvidar la pregunta que tanto idolatró Camus y que, por lo que cuentan, era la primera que Frankl formulaba a los que entraban a su consulta, “¿Por qué no se ha quitado la vida?”. Bravo, eso sí que es sentido de la terapia. Encararla es aceptar un verdadero duelo y dar una respuesta conquistar el pedazo de realidad que nos ha tocado habitar. Sólo una advertencia, el miedo a la muerte no vale como contestación, es demasiado fácil y aquí, en este espacio, no será ni válido ni legítimo. Temer a la muerte es temer a la vida. Que nadie pierda de vista esta fórmula, puede que sea la primera regla de la búsqueda. Buscar, este verbo se hará carne en esta columna, será su motor y el aliento de los remeros. Desde este puerto virtual os invito a uniros a la travesía. La ruta nos la impondrá el viaje. Nuestro lema será “Ítaca no existe” y todo el que suba estará obligado a tatuárselo en el alma. Feliz desesperanza.

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