La enredadera
Por Ignacio del Valle.
Me piden que escriba una declaración de intenciones para estrenar mi sección de La enredadera. Le doy vueltas al magín y empiezo a recorrer los absurdos, barrocos y en ocasiones inquietantes lugares que frecuento cuando tengo que pergeñar letras. Tras unos cuantos vericuetos, me doy cuenta de que lo que tengo que hacer no es más que una declaración de amor.
La tradición hasídica dice que Dios creó al hombre para que le contase historias. Esas historias que nos permiten soñar -y que si nos privaran de ellas probablemente enloqueceríamos-, con el tiempo, pudimos registrarlas mediante la escritura, es decir, contar uno a uno nuestros sueños, ya que, a la postre, la escritura que formaliza nuestras quimeras comenzó como un instrumento contable, para sumar o restar cabezas de ganado. Paulatinamente, el estilo, la forma, el impacto se fue refinando y expandiendo hasta convertirse en parábolas, anécdotas, cuentos, poesías, novelas. que buscan la chispa, el fogonazo, la súbita conexión con la piel cruda de la vida. Un veneno de combustión lenta que inundó hace años ya mi sangre y para el cual no hay cura. Amo lo que me deshace. Amo lo que me edifica. Amo la literatura. Es algo que de repente se instala en mi cabeza, en mi vida, y no hay deserción posible de ese algo, y al igual que Genet soy su cautivo enamorado, y me obliga a hacer de amanuense de mí mismo hasta poder liberarme de su yugo para ir en pos del siguiente, en una ávida tarea de Danaide. Perseverar. Resistir. Persistir. Es mi único horizonte. Ni siquiera puedo argumentar un porqué convincente para este espacio blanco y geométrico que al igual que la Fortaleza de la Soledad de Supermán es todo recuerdo y conocimiento. Rodeado de Internet y la fantasmagoría digital, yo escribo. Con una apetencia casi pornográfica, una y otra vez, quizás con el ansia de infinito de Beckett o tal vez con el instinto natural de Masoch. No sé, no sé nada. Pero lo que sí sé es que resulta indudable que aquí hay amor. Cheever, O. Henry, Knut Hamsun, Poe, Celine, Katherine Mansfield, Maupassant, James Thurber, Lampedusa, Lermontov, Salter, Hemingway, Gracq, Borges. Yo os amo, os amo a todos. Y partir de aquí, sólo hablaré de lo que amo.