Upanisad
Upanisad. Con los comentarios advaita de Sánkara. Trotta (2009). 270 pp. 18 €. Edición de Consuelo Martín.
Por Carlos Javier González Serrano.
Explica un refrán español que “el tiempo trae las rosas”. Sin embargo, el carácter temporal del devenir histórico no siempre se compadece del contextual o situacional, y aunque ambos caminen en ocasiones parejamente, el qué y el cuándo –sin reparar ahora en los designios de la Providencia- pueden ser alterados radicalmente por el hombre.
Vivimos una época difícil -si bien interesante por cuanto a la raigambre de nuestra condición humana se refiere. El suelo –fértil en un tiempo- del que la pegagogía y la educación se nutrían para dar contenido formal al material que habría de ser mantenido y difundido con el paso de las generaciones, choca actualmente con una manera distinta de entender al hombre. La técnica -y con ella la tecnología- ha dado paso a un nuevo orden valorativo, en el que cobra mayor importancia la respuesta en detrimento de lo interrogativo: las soluciones a los problemas materiales-burgueses se encuentran siempre a la mano, incluso hasta el punto de que los límites entre conflictos y sus respectivas disoluciones quedan fatalmente difuminados. El trayecto entre problema y solución queda así enajenado de la propia acción. En una palabra: el hombre ya no es lo que hace. Recuerdo ahora las palabras del que fuera Nobel de Literatura en 1908, Rudolf Ch. Eucken, en su obra El Hombre y El Mundo: “Enormes diferencias nos separan de los tiempos pasados, las cuales han cambiado el centro de gravedad de la vida y amenazan con hacerle perder todo su valor y sentido. […] El mundo visible aparecía como la consecuencia de un mundo invisible […]; sólo a través del hombre, la realidad adquiría conciencia, claridad y libertad, independencia […]. Ahora […] el individuo aparece solitario y perdido, así como también la Humanidad”.
En esta tarea alienadora, en la que el hombre y su espacio natural son aislados, la filosofía occidental ha tenido también su papel participante. La distinción -que los entendidos atribuyen en gran medida a Descartes y, posteriormente, al legado de la Ilustración- entre sujeto y objeto ha hecho mella en nuestra forma de entender el mundo. Sólo alguna luz reflejada (como es el caso de Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación, 1815 y después, en 1844) nos informó de lo particular y limitado de nuestra visión, escindida siempre en dos estratos bien diferenciados: el conocedor y lo conocido.
Por eso, no siempre y sin más “el tiempo trae las rosas”; las trae… a quien quiere recogerlas, a quien desea ofrecer sus manos para recibirlas. Dar tiempo al tiempo ha sido siempre, en la filosofía de esta parte del mundo, una mala solución. La tradición fuertemente imperante, y de su mano, una sensación de suficiencia sentida por las cabezas pensantes en Occidente –así como de sus principales acólitos-, han dado al traste a lo largo de la historia con la pretensión de aquellos otros que intentaron, siquiera tentativamente, dar a conocer una vertiente distinta –aunque no nueva- de este mundo nuestro, aunque sin embargo fuera mucho más antigua que la presentada en los primeros textos de los filósofos griegos, incluso presocráticos.
Los Upanisad que se presentan en esta obra (en edición de Consuelo Martín, reconocida investigadora del estado de unidad de conciencia o advaita) no suponen en ningún caso una alternativa a la filosofía occidental. Consuelo Martín escribe en la “Introducción”: “el ser humano de nuestros días, desarraigado de las tradiciones que le sostenían en otros momentos de su cultura, constata ya que no le basta el progreso técnico que intenta suplantarlas”. El contenido de los Upanisad no constituye un compendio de pensamientos, un dogma al que pueda uno adscribirse, sino “… un saber que no es representación pensada sino toma de conciencia (vjñana)”. Los textos de los Vedas no nos imponen; son invitación a un ver alejado de la dicotomía entre sujeto y objeto, un mirador desde el que es posible atender a la totalidad de lo que es, de lo que existe, para desligarnos precisamente de tal estado dual de la conciencia.
La división entre sujeto y objeto se corresponde con lo que los Upanisad denominan maya: “ello significa que el mundo es real como objeto indudable de la conciencia, como percepción pero no como entidad aparte del percibir”, nos explica Consuelo Martín. Aquella invitación citada nos ofrece la oportunidad de liberarnos de esta apariencia –aunque real- del mundo escindido en sujeto cognoscente y representación de lo conocido: nos ofrece, a fin de cuentas, “… la libertad de quien descubre la verdad no-dual”. “… El movimiento de la conciencia [en su normal funcionamiento] aparece como conocedor y conocido”, mas para superar tal reparto categorial, los Upanisad nos sumergen en el conocimiento del propio ser, a partir del que conocemos a la vez el ser de todas las cosas: “Tú eres Aquello” (tat tvam asi), expresión que el propio Schopenhauer empleó en múltiples ocasiones. En esta línea escribe el alemán en su obra mencionada: “Tat tvam asi (‘Eso eres tú’ [dieses Lebende bist du]). Quien sea capaz de expresarla ante sí mismo con claro conocimiento e íntima convicción sobre cualquier ser con el que entre en contacto, se asegura con ello toda virtud y bienaventuranza, emplazándose en el camino directo hacia la salvación”.
Otro refrán español reza: “llegar a las aceitunas”, con lo que se indica que alguien acudió tarde a una cita o que ya pasó todo lo importante o reseñable de cierta ocasión. Estimo, como lector de los Upanisad, que las rosas que traen estos textos no tendrán nunca la oportunidad de marchitarse, y por tanto, siempre podrán ser ofrecidas en beneficio de quien -con buena voluntad- desee acogerlas.
“Tomar conciencia”, “estado unitario”, “maya”… Las categorías siguen apareciendo…
¿Explicación?
Hola “Liquid Ink”,
Muchas gracias por el comentario. Iré por partes para estructurar la respuesta y no alargarme demasiado.
En mi opinión, la diferencia fundamental entre la filosofía occidental (nos permitimos la licencia de tomarla como un todo) y los textos recogidos en los Upanishad es el distinto tránsito que llevan ambas a cabo hacia un hipotético conocimiento. El sujeto, para la corriente occidental, se nos presenta como un punto de partida inexorable, desde el que debemos iniciar un camino que ya de por sí indica cierta confrontación con lo conocido: “eso” es lo que quiero conocer; “yo” soy el que conozco. El conflicto, como digo en la reseña, deriva actualmente en un desgarro entre el hombre y su realidad, es decir, en un proceso de independencia -ya no sólo epistemológico, sino también antropológico, digamos, “humano”.
En este sentido, las “categorías” que encontramos en los Upanishad no son tales. El Vedantín conduce a su discípulo hacia un “nuevo ver”, hacia una toma de conciencia separada de la distinción entre sujeto y objeto: en definitiva, hacia el Ser (primero, el ser que llevamos dentro o “atman”, y después, hacia el Ser total o “brahman”). La diferenciación entre sujeto y objeto supone, nos dicen los Upanishad, “la gran apariencia”, el gran misterio que, envuelto por un velo (maya) de vicisitudes circunstanciales, no nos deja penetrar en la Realidad única (en el “estado unitario” de conciencia al que te refieres en tu comentario).
Así, no son tanto categorías, como maneras de expresar que el Vedantín emplea para verbalizar, justamente, lo que “no puede expresarse”, lo que queda al otro lado de las apariencias.
Por último, para acabar, esto no quiere decir que los Upanishad propugnen la existencia de dos realidades (una verdadera y otra meramente ilusoria), sino una que podemos observar de dos maneras diferentes.
Todo esto te quedará mucho más claro tras la lectura de la “Introducción” de Consuelo Martín en el libro del que trata esta misma reseña.
Espero haber sido de ayuda. Muchas gracias por tu interés, y un cordial saludo.
Carlos, creo que entiendo lo que quieres decir, pero a la vez me parece que si nos tomamos en serio las implicaciones de lo expuesto anteriormente, no deja de haber contradicciones.
¿Hasta qué punto quienes pertenecemos a la “cultura occidental” (con todos los dogmas filosóficos, científicos, etc. que ello implica, entre ellos, como señalas, la escisión entre sujeto-objeto) seremos capaces siquiera de imaginar esa “realidad única”? ¿No la concebiremos siempre desde esa perspectiva que prejuzga de una determinada manera todo aquello que abarca? ¿No nos impedirán las “lentillas occidentales” (permanentes, y “rasgadoras” de la realidad) ponernos las “gafas orientales” (que nos permitirían tomar conciencia de que sólo hay una realidad, observable desde dos puntos distintos)?
En definitiva, parece (o me parece) que si podemos llegar a decir algo de esa otra visión siempre será muy remotamente, pues por haber sido expresada de alguna manera (aunque sea “lo que no puede expresarse”…) es ya susceptible de ser atrapada por nuestras categorizaciones y representaciones, de manera que el solo hecho de intentar pensar en ella estará ya mediatizado por ellas y, por tanto, desvirtuado.
Muchas gracias María. Aunque acabamos de hablar por teléfono y discutir sobre ello, dejo aquí una breve consideración al respecto de lo que dices.
Me parece muy pertinente lo que apuntas; es uno de los problemas a los que me enfrento cada vez que leo los Upanishad. Sin embargo, déjame referirme a un aspecto. Creo que conviene distinguir en este caso dos dimensiones: una emocional, o mejor, “sentida”, y otra tocante al mero conocimiento.
A mi juicio, el objetivo de los Upanishad es que lleguemos a sentir aquella unidad del Ser a la que me refería en la reseña; empero, no todo está perdido… Aunque a nosotros, meros lectores de estos textos, sólo nos cupiera la posibilidad de acogemos a la perspectiva de la que hablas (“atrapada por nuestras categorizaciones y representaciones”), restaría aún exprimirla hasta las últimas consecuencias. Sólo nos queda, a través del acercamiento a los Upanishad, esperar que obre en nosotros “el milagro por antonomasia”: aquella toma de conciencia en la que se transita del conocer al sentir.
No me alargo más. Para terminar, me viene a la cabeza un relato de V. Woolf (“La velada”), en el que la autora escribe: “El lenguaje es como una red agujereada y vieja por la que escapan los peces tras quedar atrapados. Quizá sea preferible el silencio” (in: “Relatos completos”, Alianza: Madrid, 2006, p.150).
Como leemos en el “Kena Upanishad” (verso 5, primera parte): “Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran”, y más adelante (verso 2, segunda parte): “Aquel entre nosotros que le conoce (al Absoluto), comprende la expresión: ni le conozco ni no le conozco”.
Un abrazo muy grande María, y gracias de nuevo.
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