A propósito de las subvenciones
En los medios de comunicación se habla cada vez más, desde la realidad, de las subvenciones a la cultura, lo cual me alegra. Ya era hora. Y sobre todo ya era hora de que se explicaran algunas cosas para que la mayoría de los ciudadanos se enteren por fin de que el sector cultural es uno de los menos ‘ayudados’ por el papá- Estado, en contra de lo que tanto desinformado (interesado o no) venía creyendo.
Cito textualmente al diario El País, en su edición digital del 30 de marzo de 2010: “La cultura es un sector poco subvencionado; un sector subvalorado que no dispone de los recursos necesarios”, ha afirmado Guillermo del Corral, director general del ministerio durante su intervención en el Foro Europeo de las Industrias Culturales, que se celebra en Barcelona. Las cifras, dice del Corral, son “incontestables”. Si se juntan todas las subvenciones (estatales, autonómicas y locales) no superan los 3.000 millones de euros para un sector que mueve 39.000 millones y supone el 3,7% del PIB nacional, y cuya creación de riqueza es sostenible, fomenta la creatividad y mejora la imagen de Europa”.
No es la única voz que se alza para hablar de esto. Durante los dos últimos meses se han escuchado y leído otras manifestaciones en este mismo sentido. A propósito de las subvenciones, en el número 1 de la revista Hamlet (febrero 2010), apuntaba Santiago Fondevila que el sector escénico español recibe muchas críticas de los neoliberales, que aducen que en USA (país de referencia neoliberal), no hay este tipo de ayudas públicas; y señalaba el autor, que si bien no hay un sistema de subvenciones ordenado desde el poder político sí hay ayudas desde organizaciones, fundaciones y administraciones locales, a veces en dinero y a veces mediante la cesión de espacios y materiales o por otros mecanismos más complejos. Algo hay de falso, pues, cuando se dice que en los Estados Unidos no hay ayudas públicas al sector cultural. Pero mucho más falso es argumentar en contra de este tipo de ayudas en Europa, y en España en particular, dando a entender más o menos que el sector cultural es el único que las recibe. Todos los sectores económicos reciben ayudas en nuestro país. Todos. La diferencia está en la forma como se organiza la asignación y la distribución de las subvenciones. Pero ese es otro asunto del que se podrá hablar más adelante, una vez abierto el debate a partir de hechos y no de creencias. Ahora quiero insistir en esto último. Resulta chocante el ánimo (malo) con el que habitualmente se despacha el personal ajeno cuando opina sobre este asunto. Más chocante resulta aún que las mayores críticas vayan dirigidas a las pequeñas ayudas, a esas que permiten la subsistencia (no ya en el mercado, sino en la vida) de quien las percibe. Si nos ceñimos al sector escénico, es como si no se vieran las grandes aportaciones presupuestarias que se conceden a los grandes coliseos públicos porque las taparan las míseras subvenciones que se dan a las pequeñas salas y a los teatreros de a pie. Hay una frase que se escucha a menudo y que resume bien todo este pensamiento crítico: “Si ese negocio no da para vivir que se dediquen a otra cosa, como hacemos lo demás”. Habría que ver qué ayuda pública soporta la existencia de las empresas que pagan a quienes así opinan. Habría que ver. Seguramente estas personas se olvidan de las ayudas más que millonarias que se le dan a sectores tan lucrativos como el del automóvil o al de las entidades financieras. Seguramente se olvidan de eso y de otras muchas cosas más, si es que llegan a saberlas. Se olvidan o no saben que esas ayudas se tardan en cobrar un año o más desde que se hizo el gasto efectivo, se olvidan o no saben que el documento de concesión carece de valor para el banco a efectos de negociar un crédito que financie mientras tanto, se olvidan o no saben que la Hacienda Pública considera ingreso el propio hecho de la concesión y en la fecha de ésta aunque sea cobrado un año después. Se olvidan o no saben tantas cosas que ya es hora de recordarlas o incluso de conocerlas. Ya es hora.