Entrevista a Rosa Montero

Rosa Montero.

Por Enrique Gutiérrez Llamas.

 “Hay un día en el que escribes por encima de tus posibilidades”

 
Rosa Montero es una mujer que ha visto crecer a España, a Madrid, a la mujer misma. Nos habla aquí de literatura y periodismo, de la vida. De cómo ha ido sobreviviendo y viviendo.

Viste de negro y rojo. Con unas botas planas, negras y altas, brillantes y con unas rosas rojas en los laterales. Porque es así todo ella. La definen su ropa, su voz y su pelo. Por la calle es una mujer que no llamaría nada la atención, no es ni alta ni baja, ni tiene el pelo violeta ni camina dando saltos. Lo más extravagante resulta ser un enorme bolso del que en un momento sacó caramelos para la garganta. Vamos, como es una mujer cuando le gusta que le traten de tú, cariño, por favor, usted no.

Gesticula mucho con las manos, las mueve nerviosamente como lagartijas que no temen al fuego. Aunque éstas son  manos que se han quemado, no por insensatez sino porque la vida es así, bella y oscura. Y el mundo caótico y paradójico. Manos que han viajado mucho y que han hecho a una mujer a base de llevar hielo en verano cuando era niña, porque su hermano no podría hacerlo ¡qué desdoro, un hombre llevando hielo!

Es una mujer que lucha siempre, pero ante todo es una mujer que saca sonrisas de cualquier recoveco de su vida. Una tía sincera y con un aire rápido e inquieto. Una mujer íntegra.

-¡Qué flores tan bonitas! -dice.

Porque además de gesticular con las manos gesticula con la voz, haciéndola grave o aguda según imite a su conocido profesor de lengua del instituto o a los periodistas que la saludaban como se saluda a un primate cuando ella empezó en la redacción. Se sienta en la silla y se remueve, como innatamente, no por nervios; por constitución.

 

-Decía Santa Teresa que la imaginación es la loca de la casa ¿eras tú la loca de su casa?

Para nada, al contrario, era muy sensata. Tremendamente sensata. La inteligente también, me entretenía sola y además estuve enferma de pequeña, mi hermano que es mayor hacía todo tipo de tropelías y yo no. Es verdad que he tenido siempre, internamente, esa dualidad entre la sensatez y la racionalidad. Para mí eso es muy normal, para mí el mundo es así. Pero en el exterior eso no te lo admite casi nadie, está todo muy separado entre lo racional y lo imaginario como si fueran cosas incompatibles. Hay que tener en cuenta también que mi infancia trascurrió en una época muy machista en la que se consideraba que la imaginación era cosa de pájaros en las cabezas de las chicas… entonces siempre, desde muy pequeña oculté la parte fantástica, digamos que lo dejé para la parte más secreta mía y potencié la sensata. Así que era supersensata, supersensata… hasta que a los diecisiete años empecé a sacar los pies del tiesto, pero también sensatamente,  respecto al machismo, me pegué verbalmente mucho con mi padre,  me fui de casa, estuve dos años sin hablar con él, afortunadamente vivió lo suficiente como para que nos volviéramos a hacer amigos otra vez.  Con esto quiero decir que me convertí no en una loca sino en una furia.

La parte mía más secreta, la más imaginativa, la recuperé de verdad cuando empecé a escribir. Porque es un camino de liberación, te libera de ti misma.

 

-Cuentas que ya más mayor, después de la enfermedad, estuviste en un instituto donde aprendiste lo salvaje de la vida.

 Claro, imagínate, pasé de ser una niña hiperprotegida que había tenido tuberculosis, que llevaba años sin ir al colegio, que cuando fue le daban papelitos de esos para no hace gimnasia, cosa que me da una pena horrible porque yo soy una tía muy física y estaba como una seta directamente, pasé de esa nada  a un instituto, que en aquella época sin total escolarización estaban muy demandados. En cuanto abrían el plazo de inscripción tenías que ir en junio o julio a las cinco de la mañana para hacer cola y. Si quedabas sin apuntarte no te escolarizabas a no ser que tus padres tuvieran dinero para un colegio privado.

En mi primer día en el instituto me tiraron por las escaleras, que era el truco que hacían con los novatos. Pero no me tiraron nunca más, y de esto me siento muy orgullosa, me han preguntado alguna vez si me enfrenté y yo digo que no, que me escondí, naturalmente, porque hay que saber sobrevivir, hay que adaptarse a las circunstancias.

Y tengo muchos buenos recuerdos del instituto, aunque era Heavy Metal. Metían trapos húmedos en las estufas para que humearan y nos desalojaran, tuvieron que cerrar el instituto dos meses para apuntalarlo, a una compañera la pillaron follando con un obrero entre los puntales y la expulsaron… pero era un instituto muy bueno.

 

-Algo he oído de Gerardo Diego…

Entraba con una ayudante que le llevaba los cuadernos y que iba temblando porque él era un verdadero déspota. Él nos pedía que lleváramos un cuaderno cada una e hiciéramos una redacción. Entonces llegaba el tío y sin decir ni palabra se sentaba. Llamaba a una alumna que llegaba temblando y mirando con miedo, entonces él cogía el cuaderno, lo tiraba, se levantaba para patearlo furioso, y la niña llorando claro, porque él era así .

Pero tengo una buena anécdota de él, en los primeros cuatro años, en esas clases de noventa niñas, donde la única que leía era yo y eso que dicen que se lee muchísimo menos ahora, qué risa, ¡se lee mucho más! Bueno pues yo tenía una facilidad para la escritura, como todos los que nos dedicamos a esto, yo en la clase de Gerardo Diego escribía mucho mejor que mis compañeras que normalmente no escribían nada. Entonces en la primera redacción me puso un diez, pero claro con esa edad yo tenía el prurito de escribir y el orgullo de escribir y el afán de tener un estilo. Entonces ponía copulativas después de punto y coma, un error que se supone gramatical y que sigo haciéndolo porque me gusta mucho la puntuación y la cuido mucho, es increíble lo fiel que es uno a sí mismo. Pues él me llamaba la atención por eso, en la primera redacción bien, en la segunda me lo señalaba con más rojo y me bajaba la nota, en la siguiente ya me tachaba todo y me ponía ceros en todos los parciales y me tachaba todo el ejercicio; y tuvimos esa pelea todo el curso y yo seguía poniéndolo y al final me puso matrícula de honor.

 

-Más adelante, en la universidad y cursando dos carreras, entraste en el mundo del teatro. Eran unos años especialmente significativos en ese campo.

Sí, eran los años de la premuerte de Franco, un momento muy curioso porque el país real no tenía nada que ver con el oficial, era como si el país real fuera por otro lado con la vida y en el país oficial lo único que ocurría era que te podían meter en la cárcel, eso era lo único: la carencia de derechos. Entonces hubo una explosión de teatro independiente y yo que había empezado periodismo, que había empezado psicología y letras, que trabajaba como periodista desde el primer año, me metí a hacer teatro pura y simplemente porque eran los más modernos ¡porque eran los más divertidos, los más modernos, los underground e independientes! Efectivamente llevaban una vida genial y vivían en comuna y fumaban porros. Me metí a hacer teatro y estuve cinco años haciendo teatro con ellos porque me encantaba, además era una vida muy graciosa

 

-¿Cómo era aquella Rosa underground?

A España llegó todo pero menos: el hipismo, la psicodelia, lo que pasa es que nos afectaba a muy pocos. Ahora cuando veo a los grupos esos enormes de punkis con agujeros por todas partes, sentados con las greñas puestas como para dar susto me acuerdo de que yo era igual, sin los clavos, pero exactamente igual, porque también nos agrupábamos. Me acuerdo de un verano que me dio por caminar descalza en Madrid ¡en Madrid, que te abrasas los pies! Iba también con la cara pintada de flores y con las trenzas larguísimas, luego me calzaba y me iba a hacer entrevistas.

 

-¿Crees que alguna vez has tenido alguna dificultad añadida por ser mujer?  Sobre todo en aquellos años.                                                                                                                                                  

Es difícil responder a esa pregunta porque no tienes con qué compararlo. Cuando has nacido en una sociedad muy machista, cuando has vivido esa sociedad tremendamente machista y has estado rompiéndote los cuernos desde el principio es muy difícil hacer un cálculo de qué es lo que ha sido más difícil por ser mujer, es muy difícil de contestar cuando se mira desde dentro. Empezando porque yo era esa niña superprotegida, que estaba en la cama y estaba malita, y tengo solo un hermano que tiene cinco años más que yo, una niña que cuando empieza a salir de la cama tiene diez años, una niña pequeñita con las manos delgaditas. Pero había que ir a buscar hielo en verano, con un cubo con un asa de hierro y con un trozo de hielo picado dentro ¡y tenía que ir yo! ¡Tenía que ir yo que volvía con la mano hinchada! Porque mi hermano no podía ir con hielo por la calle, ¡qué desdoro! Eso era una de las cosas que me hacían tener una conciencia feminista con diez años porque aquello era ilógico, era insensato y yo era muy sensata. Yo pensaba pero ¿cómo es posible? ¡es que no lo entiendo!. Bueno pues como eso, todo ¡todo era así!

Luego, cuando me hicieron redactora jefa del suplemento dominical pasaban los compañeros por las peceras típicas de las redacciones y me saludaban ¡como si fuera un mono! Y estoy hablando de 1980. Les aguantabas. Ha cambiado mucho, muchísimo la sociedad.

 

-Dices al comienzo de La loca de la casa que tu primer volumen estaba lleno de erratas. ¿Hasta qué punto persiguen las erratas a un escritor?

Mi primer libro, afortunadamente, no existe ya, se llamaba España para ti, para siempre  que salió en el 75, era un libro de entrevistas. Lo que pasa es que estaba lleno de erratas porque era una editorial de mierda y me dieron unas pruebas que yo no sabía corregir. El problema fue que las corregí como corregía mis artículos, nadie me dijo que había que hacer una señal  en el margen. Entonces las mandaron a imprenta y no corrigieron ni una errata. Era un libro alucinantemente desastroso. La verdad, cada vez hay menos erratas con las nuevas tecnologías, que han mejorado un montón porque antes te picaban los textos sin que se enteraran de lo que estaban leyendo. Las que hay ahora son erratas graciosas, una vez por ejemplo salió una columna que de título tenía título,  porque era el lugar que el menú informático dejaba para el titulo,  y a nadie le extrañó porque a nadie le extraña nada.

 

-En cambio ¿qué fue lo que ocurrió con Crónica del desamor y su retirada?

Bueno, es una novela a la que le debo mucho y que salió por casualidad. Yo siempre he escrito, es muy común que los novelistas escriban desde pequeños, muy común, lo más normal. Yo escribo desde los cinco años, he encontrado algunos de esos hace poco, había escrito muchos cuentos y principios de novelas.  En ese momento yo habría seguido escribiendo y hubiera acabado publicando, pero no en ese momento,  quizá siete u ocho años más tarde por lo menos. Por eso, cuando salió, El País nos lanzó al estrellato a unos cuantos periodistas, y una editorial  superpequeña, que se llamaba Debate y que ahora es muy grande, contactó conmigo y me pidió un libro de entrevistas feministas, yo dije que sí porque cuando eres colaborador dices que sí a todo normalmente.  Firmé un contrato y me dieron veinticinco mil pesetas, que era poquísimo, y me las gasté. Pasaba el tiempo y yo hacía muchas entrevistas para El País. Me di cuenta que me aburría que me mataba hacer un libro de entrevistas y además feminista, lo que restringe el campo. Entonces les llamé y les dije que podía hacer una novela, que yo tenía siempre una novela empezada.

Y el libro salió, pero era consciente de que estaba muy lejos de lo que yo quería hacer en literatura. Por eso lo llame crónica, porque no me atrevía a llamarlo ni novela, me parecía muy precario. Pero tuvo un éxito impresionante. Antes no se hacían giras ni ibas a la televisión ni nada por el estilo, el editor iba a sacar tres mil ejemplares y en un acto de locura decidió sacar cinco mil. Yo le dije que bueno, que se los iba a comer con patatas. Resultó que se vendieron más de treinta ediciones, hasta que yo decidí que no iba a querer reeditarlo más porque es un libro muy precario, tremendamente juvenil.

Pero me ayudó mucho, porque me dio esa seguridad, esa especie de seguridad que necesitas para seguir escribiendo porque escribir narrativa es una cualidad muy incierta y muy rara, muy poco objetivable en cuanto a su valor. Consiste en sentarte en una esquina de tu casa cerca de tres años con cada novela y dedicarle horas y horas, meses y años, dedicándote a inventar mentiras, pensando ¿tiene  algún sentido hacer esto? ¿le interesará a alguien? Es una pregunta que siempre te la planteas. El hecho de que esa novela se vendiera tanto me dio mucho ánimo para seguir escribiendo, así que le debo mucho.

 

-Sin embargo ahora se ha reeditado…

Lo que ha pasado es que durante esos años en los que no la reeditaba iba a la feria del libro y siempre venía algún lector preguntándome por la crónica del desamor o alguien, que me sacaba de quicio, y que me decía que era ese el libro que más le había gustado. Ante eso pensaba que yo había aprendido a escribir mucho mejor. Por eso oyendo a la gente y a veces a hijos de la gente pensé que el libro se había ganado el indulto de alguna manera. Que no sería un libro bueno literariamente, pero sí era un libro contextual y que reflejaba una época, por eso decidí hacer una edición pequeña y no hacer promoción cuando se cumpliera el aniversario, como regalo de cumpleaños.

 

-Dentro del periodismo ¿Cuáles son los momentos qué más adrenalina te han dado?                                                               

No son solo momentos históricos, depende de que estés allí y de que lo estés viviendo o no. A veces estás haciendo trabajo de periodista y estás pensando qué privilegio tengo, joder, qué privilegio. Me ha pasado a lo largo de todos los años, más de una vez,  decir: no me puedo creer que tenga el privilegio de estar haciendo algo así, como por ejemplo cuando está cayendo el muro de Berlín y estar allí antes y después y estar hablando con la gente, porque no eres un turista que pasa por allí y que se te cae el muro. No. Es que estás allí y estás hablando con todos los actores de ese momento en primera línea, es impresionante, es como meter la mano en la herida de la historia. La caída de la URSS o , aunque no sea un momento histórico, ir al Polo Norte cuando se creó el Estado de Nunavut, que es el estado de los esquimales, que no se llaman esquimales, se llaman inuits. Pues hice un reportaje sobre ellos, estuve allí un mes, hablando con ellos, qué maravilla. No siempre hay que viajar, una de las veces que me sentí más agradecida en este trabajo fue cuando fui a hacer una entrevista a un antiguo asesino del GRAPO. Fue un tío que se metió en el GRAPO con dieciocho años y en cuatro meses asesinó a doce personas. Lo detuvieron y lo condenaron a un marrón de muchísimos años. El GRAPO es un grupo con una estructura muy ideologizada dentro de las cárceles, un grupo muy fanático. Él estaba dentro de esta estructura, le tenían comido el coco, pero empezó a pasar el tiempo, pasó quince años dentro de la cárcel y el tío empezó a evolucionar. Lo que suponía salirse de todo apoyo dentro de la cárcel, salirse de la estructura, que los demás miembros de la banda dejen de estar a tu lado y que el resto de presos no te perdonen el haber matado a cuatro personas, hizo un viaje jodido. Y escribió un libro, que se llamaba El tazón de hierro, hablando de ese camino, de cómo se puede llegar a un fanatismo que mata, de cómo pudo matar a sus dos primeras víctimas e ir a celebrarlo con pasteles y champán. Él sacó el libro cuando estaba en el penal de Burgos y yo me fui a hacerle una entrevista. Me permitieron entrar y estuve toda la tarde allí con él. Me sentí muy privilegiada de poder estar toda la tarde hablando con ese hombre sobre el mal, sobre ese corazón oscuro que tenemos todos dentro. Sobre ese infierno de oscuridad que llevamos todos dentro y ¡qué privilegio poder hablar de eso con alguien que ha estado allí y que ha salido y me lo puede explicar! Me pareció increíble… esas cosas las da el periodismo. Es muy bonito y a veces muy coñazo y muy desesperante .

 

-¿Qué supone hoy en día tener una columna en la última de El País?                                          

Un privilegio de la pera. El espacio mediático es lo más caro que hay en el mundo, todo el mundo mata por tener uno. Se hace de todo por tener uno y yo tengo un espacio privilegiado. Me siento en deuda por ello. Los medios de comunicación son un espejo en las sociedades democráticas de la vida real, de la sociedad, pero así como los espejos no recogen todo, los medios de comunicación tampoco. Entonces hay situaciones y gente que no llega a ser visible nunca. Yo creo que hay que tener una especial predisposición, un especial oído y una especial atención para llegar a esos susurros sociales, a esa gente a la que le cuesta llegar a los medios de comunicación. Es algo que intento mantener. Siento cierta responsabilidad hacia ellos.

 

-¿Qué tienen los lagartos? Son hasta portada de tus libros…                                                       

Me gustan, bueno, me gustan todos los animales, pero los lagartos me parecen maravillosos porque son como dragones infantiles, pero de verdad, como dragones de hadas, pero de verdad. O como dinosaurios pequeños, son maravillosos. Será por ese gusto que tengo por los animales por lo que salió el animal de “Instrucciones para salvar el mundo” que es una lagartija, el que tengo tatuado en el brazo (lo enseña) es una salamandra. Además las salamandras son animales míticos, que se supone que si los echas al fuego no se queman. Es mentira. Pero es otro mito como el ave fénix; un mito de regeneración. Hay montones de mitos de regeneración en todo el mundo porque el ser humano tiene una capacidad de adaptación y de regeneración increíble, como nadie. Por eso hay tantos mitos de regeneración. A mí me encanta como idea, esa idea asombrosa, y que es verdad, porque lo he visto a lo largo de mi vida, de que la gente cuando está hecha un moco es capaz de levantarse del suelo. Esa idea me gusta mucho. Es además el papel de la lagartija de mi novela.

 

-Siempre has mantenido que los premios son para escritores noveles, sin embargo ahora lo ves desde el otro lado, como jurado…                                                                                                                               

Sí, depende de qué premios. Para los noveles son buenos los comerciales aunque yo me presenté a uno, entre otras cosas porque me lo dijo Carmen Balcells y porque necesitaba un salto de visibilidad. Los premios comerciales son aquellos que dan las editoriales a manuscritos no editados y que potencian el libro y la editorial. Hay algunos limpios, otros no tan limpios,  o no tan limpios algún año porque mundo es complejo, caótico, confuso, paradójico y grotesco en muchas ocasiones. Estos premios deberían servir para sacar a gente nueva, pero la verdad es que casi nunca es así porque forman parte de ese tinglado comercial. Casi nunca. Este año acabo de ser jurado, por segunda vez, del premio biblioteca breve de Seix Barral, se lo hemos otorgado a un libro “apelotante” de un escritor argentino que yo no conocía, y eso que conozco bastante ese mundo. Aquí no lo conoce nadie. Se llama Guillermo Saccomanno, y la novela El oficinista

 

-Comentas que escribir es como bailar, pero que en ocasiones es como picar piedra.               

Es como bailar cuando se te da bien, y se te da bien pocas veces. Como decía Picasso: que la inspiración te pille trabajando. Los que escribimos narrativa, ficción, somos los obreros de la literatura y me siento muy orgullosa de esa actividad febril y machacona. Escribir es mayoritariamente picar piedra, la mayor parte del tiempo te tienes que arrastrar a la mesa, porque te atrancas y otro día, y otro día, y no te sale y pasan días y semanas, hasta que de repente un día te sale y empiezas a escribir mejor de lo que sabes escribir. Escribes por encima de tu conocimiento. Escribes cosas que no sabías que sabías, y ahí es cuando empiezas, cuando vuelas, cuando bailas.

Yo soy de una generación en la que no se bailaba agarrado, el caso es que las pocas cosas que he bailado agarrada y me piso y se me da mal. Pero hay veces que bailo agarrada y que no me piso y que funciona y entonces piensas Uy, que bien me está saliendo, en la próxima seguro que pierdo el ritmo y ¡uy! Otra vuelta más sin que me pisen. Pues eso es lo que pienso cuando escribo y voy bien no puede ser, no puede ser que vaya tan bien. Y sigues y sigues volando en esa cosa que es el vuelo de la escritura. Y luego ya, pues se acaba y te pisan o te pisas.

 

-Si te nombro enanos, cicatrices y dedos mutilados…                                                                           

Son los fantasmas del escritor, forman parte de su  inconsciente. Forma parte de cómo se hace una novela, del lugar de donde salen los sueños que forma parte también del inconsciente, obviamente. Los fantasmas del escritor son situaciones repetitivas que aparecen muchas veces en las novelas y de las que el escritor muchas veces no es consciente. Muchas veces le puedes decir oye ¿tú has visto que en tus novelas sacas siempre un barquito echando humo? y puede que el escritor te responda ah pues no y luego resulta que su última novela se titula El Titanic, es algo que no controlas. Entonces vas descubriendo tus fantasmas, o te los van descubriendo otros o muchas veces es obvio. Yo me di cuenta de que tenía una obsesión con los enanos al acabar de escribir Bella y Oscura donde la protagonista es una enana, entonces ya era muy evidente. Luego ya fui consciente de algunos otros, como que mis personajes tienen una tendencia preocupante a perder dedos o manos, que no quiero saber lo que pueda significar. Luego hay otro fantasma menos claro que son las ballenas, curiosamente. Hay alguno más, y muchos que no conozco, de esos, montones.

 

-En una entrevista a Margaret Tatcher aludes a un momento en el que ella ganó un premio a los nueve años y dijo no es suerte, es que me lo merezco. En alguna ocasión has dicho de ti misma que has tenido suerte. Entonces te hago la pregunta contraria ¿ha sido suerte o ha sido trabajo?                                                                                                                                               

No creo en la suerte. Más bien, creo en la mala suerte. La buena suerte no se gana, lo que pasa es que hay gente que se lo trabaja y luego sale a la calle y le atropella un camión. Eso es más claro que la buena suerte. Que la mala suerte existe está más claro que el agua. Pero en la suerte en sí no creo. La vida es mucho esfuerzo y se lo tiene que currar uno.

 

Historia del rey trasparente está ambientada en el siglo XII, dices que fue una época en la que se empezaban a vislumbrar algunas luces, pero finalmente fueron derrotadas por las sombras.                                                                                                                                                    

No fueron vencidas del todo, mi teoría fue que el verdadero renacimiento empezó en el siglo XII, el renacimiento cultural y social, el comienzo de la individualidad moderna, el de los derechos de los hombres, el comienzo de la noción de la libertad tal y como la concebimos hoy, la creación de las ciudades, la creación del tiempo. Ese fue el renacimiento, lo que pasa es que fue aplastado por la reacción. Entonces todo cambio de ese calibre, aunque es aplastado,  altera, cambia o influye al verdugo también. Los restos de ese naufragio fueron el renacimiento, lo que hoy llamamos renacimiento. Una consecuencia del siglo XII, que realmente fue siglo y medio.

 

-Y sigue ocurriendo hoy…                                                                                                                          

Hay una lucha entre la luz y la oscuridad muy acusada, un salto hacia adelante enorme en muchos sentidos, por ejemplo una tendencia a las supranacionalidades que me parece absolutamente maravillosa, porque por las naciones y por esos pedazos de trapos llamados banderas se han hecho infinitas degollinas en el mundo. Esta tendencia a las supranacionalidades me parece verdaderamente liberadora y progresista, en el sentido de progreso. Las nuevas tecnologías suponen también una herramienta que puede producir y que está produciendo un cambio democratizador del conocimiento mucho más grande que el de la imprenta, que tuvo ya unos efectos impresionantes. El laicismo y el sistema democrático, que sin duda es el menos malo, está extendiéndose en el mundo, sobre todo en los últimos cincuenta años en los que ochenta países han entrado en procesos de democracias o de protodemocracias, en sistemas de diferenciación entre lo religioso y la potenciación de lo civil, sistemas que pueden preservar una vida más o menos justa y libre. Eso sin contar también con el respeto a las minorías, el sexismo, el racismo ha sido puesto en cuestión… Todo eso está, pero los cambios han sido tan grandes, tan bruscos que han sido en algunos casos como un péndulo que se ha movido de ese cambio hacia una reacción de las tinieblas más tenebrosas. Frente al supranacionalismo hay una vuelta  al nacionalismo más patriochiquero y más miserable, como ocurrió en la antigua Yugoslavia y en otras partes. Frente al laicismo y la democracia está el anhelo del fanatismo religioso y la tiranía religiosa y de la ley y de las diversas leyes divinas, y así todo. Hay ahí una lucha muy parecida a la de los siglos XII y XIII.

-Cuando editó esa novela dijiste que tenías más potencia en las manos y más libertad en la cabeza ¿qué es lo que da estas cualidades?                                                                                    

Pues ser vieja (ríe). La novela es un género de madurez, si veo los escritores que me gustan más y sus novelas que más me gustan son obras cada vez más de su madurez, antes me gustaban más las obras escritas que escribían entre los cincuenta y los sesenta y ahora pongo ese listón más arriba, según voy creciendo. Vas aprendiendo, es un camino que te hace más libre internamente,  de tus propios prejuicios, de tus miedos, de la mirada de los otros, algo que cuesta mucho. A medida que vas escribiendo adquieres esa libertad interior, aprendes a dejarte atravesar por tus novelas, no a dirigirlas tú. Es algo revelador, es aprender carpintería, aprender a hacer mesas. Un carpintero la primera pata torneada que hace pues le sale una birria, pero cuando lleva treinta años haciéndolas seguro que las hace mejor.

 

-¿Qué tal las promociones?

Las detesto, las odio verdaderamente, son como lo que decían en los pueblos primitivos de que las imágenes y las fotos te roban el alma, pues bueno, lo que te roba el alma de verdad son las promociones. Repetir todo el rato lo mismo hace que las cosas que son importantes para ti las conviertas en basura al final, te suenan a mentira, y la verdad es que es horrible. Es una cosa un poco enloquecedora, porque te salta la tapa de los sesos. Es un poco como los rayos x, se van acumulando, cada promoción es peor. Entonces decidí con el antepenúltimo libro bajar mucho el listón, y con el último decidí no hacer la gira latinoamericana, que solía hacer,  como si fueras un rockero. Y he dicho: se acabó. No más. Por eso bajo muchísimo el listón. Si en el anterior promocioné cien he pasado a diez. Y así va a ser.

 

-En un artículo hace poco hablabas de la discriminación en los Juegos Olímpicos. En España está dejando de pasar algo parecido en la RAE, ya que entró Puertolas el otro día…                 

El sexismo existe en gran parte del mundo, piensa en la ablación, en los talibanes. También existe  en menor medida incluso en los países industrializados, pero es impresionante lo que ha cambiado en tan poco tiempo. Somos generaciones que estamos cambiando el mundo, tenemos que recordar que las mujeres no votaron hasta casi mediados del siglo pasado en Francia después de la II Guerra Mundial.  No podíamos ir tampoco a las universidades, en España eso no ocurrió hasta 1911. Hemos cambiado el mundo. Pero cuanto más te acercas a los núcleos de poder, más impermeables son. Por ejemplo en los consejos de administración de los bancos, en su cúpula está Ana Botín y ya está. Hay una reticencia a dejar ese sesgo sexista. También diversos organismos mantienen cierto poder formal  son más resistentes, como la Academia. Cada vez  habrá más mujeres.  Lo normal será que acabe habiendo normalidad. Me gustaría que hubiera más mujeres en la Academia y más mujeres en los bancos.  Eso me gustaría más, más mujeres en los bancos.

 

-Si alguna vez tuvieras la oportunidad de cambiar las cosas…                                                        

Hombre, creo que ya la tengo, la tengo todos los días, toda mi vida.

 

Y la entrevista se acaba y ella se va. Se despide con un abrazo, tal y como saluda. Erguida, con su propia historia a cuestas, con un cubo de hierro cargado de entrevistas, crónicas, artículos, reportajes, novelas… y folios en blanco.

Con su nombre en las botas y una salamandra en el brazo.

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