Shutter Island (2010): mucha agua.
Por Víctor E. Blanco.
Luces fuera. Niebla. Náuseas. Y mucha agua. Empieza Shutter Island. Un hospital psiquiátrico, que funciona también como prisión, en medio de una isla inaccesible rodeada de acantilados. Donde nadie parece decir la verdad. El agente Teddy Daniels llega para investigar la desaparición misteriosa -¿aunque qué desaparición no lo es?- de una peligrosa mujer demente.
Shutter Island es un Memento al revés, es decir, un Memento ordenadito de atrás para delante. Y aún así noquea con fuerza en el mismo lugar que la excelente película de Christopher Nolan. La comparación no es azarosa. Nolan es uno de los realizadores más a tener en cuenta en el recién estrenado siglo XXI, y ocupa en esta década el trono que ocuparon Coppola o Scorsese en los 70 y en los 80.
Shutter Island cuenta con un reparto de intérpretes dignos de mención, que secundan a un DiCaprio de rostro infantil, limitado por su talento, empequeñecido por el tamaño de los proyectos en los que trabaja, aunque cada vez más correcto. Acompañado por un Mark Ruffalo difuso y huidizo (¿intencionadamente?), una notable Michelle Williams, y los veteranos Ben Kingsley y Max Von Sydow. El ‘robaescenas’ de turno aquí se llama Ted Levine. El mismo Levine que se puso en la piel del Buffalo Bill en El silencio de los corderos tiene en Shutter Island una escena, como alcaide de la prisión, y cuidado, porque es sólo una escena, no más, de vértigo. Un diálogo terrible con DiCaprio sobre la naturaleza humana, la maldad y la violencia. Levine está terrible en su agresividad contenida.
La música peca de obvia y subraya innecesariamente lo que la gramática del director de Taxi Driver remarca por sí sola. Y también se podía haber explotado más el género del terror. Pero la intensidad con la que Martin Scorsese y su equipo técnico han dado vida a la novela de Dennis Lehane (autor de Mystic River y Gone Baby Gone) se convierte en un espectáculo cinematográfico brillante, aunque más misterioso que terrorífico.
Es la vuelta al calcetín. Renovado. Listo para ser lanzado a este nuevo Hollywood. Scorsese ahora sigue la pista de uno de sus alumnos aventajados, y su última película está sellada con la misma marca que pudiese llevar una producción de Nolan. Un guión potente cuya ambigüedad obliga a perderse por su laberíntico rigor real, y más aún por su incipiente nudo de recovecos surrealistas, de pesadillas húmedas.
Con una puesta en escena que agarra a Leonardo DiCaprio en primer plano, y le castiga con contrapicados y cenitales. Es un film cargado de electricidad, alucinógeno, que mediante breves interrupciones de la narración presente (flashbacks y escenas oníricas) construye en paralelo los raíles que conducen hasta una (pen)última secuencia, que para algunos es demasiado explícita o explicativa, y sin embargo para otros (como para el que les escribe) es la enésima demostración del fascinante, turbador y sofisticado poder de atracción de Shutter Island.
En mi opinión Leonardo DiCaprio ha madurado mucho como actor a pesar de su aspecto físico, que mas bien se presta para entregarse a los papeles fáciles, que no le habrían faltado. A día de hoy, le considero un muy buen actor, con talento sí, pero sobre todo con agallas. Y si no, mira a ver cómo son todos los actores que ronden los treinta. En cuanto a la película, sí que se excede un poco con la música, pero las interpretaciones son magníficas, y la trama no tiene desperdicio, aunque sea un tema manido. Técnicamente es irreprochable.