Gerardo Herrero vuelve con “El corredor nocturno”
Por Luis Muñoz Díez.
Gerardo Herrero vuelve como director. Es una vuelta al cine de género con el que inició su carrera, me refiero Al acecho (1987) o Desvío al paraíso (1994), esta última con guion de Monzón y Tabernero.
El corredor nocturno, su nueva película, basada en una novela del Uruguayo Hugo Burel, es la historia de una ambición personal sin límites, tentación y venta de alma, en este caso, a un psicópata encarnado por Solá. El vendedor es Sbaraglia. Es un ejercicio potente de cómo alguien te puede invadir y cambiar la vida. Al principio te ves presionado y al final te das cuenta de que la presión sólo la ejerce tu propia ambición.
La carrera de Gerardo Herrero como director, a pesar de que su cine se nutre de adaptaciones literarias, tiene una autoría, sigue una trayectoria coherente y una constante que me hace sentir curiosidad por su trabajo, porque es un tema que me interesa y un discurso que me atrae: la sociedad -en la que sobrevivimos- nos impone un ansia desmedida de consumo, sin aportarnos ni satisfacción ni seguridad. Es una trampa, que no sólo te hace renunciar a tus ideales sino a la vida misma.
Un cine que nos muestra cómo sus personajes, por codicia, deslumbrados por el oropel, se introducen en una maquinaria severa, controlada y bien engrasada, que los utiliza, exprime y arroja despojados de vida propia. Todo esto se da en El corredor nocturno.
Gerardo Herrero lleva tiempo transitando ese camino, y demuestra preocupación por la trampa que significa ese espejismo y por la lucha de poder que se sufre en el mundo empresarial, un poder que son otros los que lo ostentan y no los que viven dejándose las uñas en la ascensión. Ya nos lo mostró en El principio de Arquímedes (2004), con guion de la novelista Belén Gopegui, que tenía ya un antecedente en Las razones de mis amigos (2000), basada en una novela de la misma autora y con guion de Ángeles González-Sinde, que nos cuenta la desazonadora historia de cómo una generación va perdiendo espontaneidad e ideales en cuanto pisan el crudo mundo de la empresa.
En la filmografía de Herrero se observa otra inquietud, o es la otra cara de la misma moneda: después del avatar de la vida parece que sólo nos puede salvar el amarre a los semejantes. En El lugar donde estuvo el paraíso (2001), basada en la novela del chileno Carlos Franz, el cónsul, interpretado por Luppi, sufre el desamparo en que se encuentra el ser humano zarandeado por el poder, viejo, con el corazón hecho girones, con un temblor que parecía ya ser definitivo y sumido en su alcoholismo, es salvado por el cariño de una excabaretera, con su potencial de generosidad y vida.
En Los aires difíciles (2006), otra novela adaptada, ésta de Almudena Grandes, con guion de Ángeles González-Sinde y Albert Macías, vuelve a mostrar la fragilidad humana, en este caso un superviviente que, del mismo modo que el cónsul, consigue recomponer los pedacitos de su vida rota con la ayuda de su asistenta, la amistad que le brinda una mujer y el inconfesable amor que siente por su cuñada.
De algún modo, se podría sumar a estos dos títulos El misterio de Galindez (2003), basada en la obra de Vázquez Montalbán, con guion Luis Marías, donde al final, pasados abusos, intereses y engaños, lo único que prevalece es la amistad mas allá de la muerte, pero en El corredor nocturno sólo nos muestra la cara del daño no el de su recuperación.
La filmografía de Herrero es acusada de discursiva, y es comprensible, dado su gusto por buscar sus argumentos en novelas ya conocidas. Este terreno es resbaladizo por partir ya con enemigos: los seguidores del novelista que siempre van a acusar al cineasta de haber traicionado el amor ya entregado al autor de la novela. A esto hay que añadirle la particularidad de no ser él quien adapte los textos de las películas que dirige, lo que le convierte en sospechoso a los ojos de aquellos que olvidan que la dirección es el arte de traducir a imágenes una historia.
Herrero consigue una continuidad y esa parte de su filmografía es la que a mí más me interesa, que es la descripción del proceso de sumisión al que tiene que someterse el individuo para acceder a las virutas de oro con las que premia el capitalismo salvaje al que está dispuesto a sacrificar todo por ellas, creyéndose el espejismo de ser triunfador, y sólo cuando es arrojado de ese espejismo, porque ya no tiene nada que aportar, u osa mirar a su interior y siente vértigo, entonces, aprende que sólo el calor humano le puede salvar.
La supervivencia en todos los tiempos y en todas las sociedades ha sido siempre hostil, a veces cruel, con el agravante de no estar nada claro hasta dónde hay que llegar para conseguir vivir disfrutando de lo necesario. Pero lo que es seguro es que existe algo más que el becerro de oro. El cine del director Gerardo Herrero es en eso coherente, tiene un sentido, y ya sólo por ese valioso mensaje El corredor nocturno merece la pena.
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