Que los grandes sellos de narrativa apuesten prácticamente siempre por clásicos y nombres consagrados no es ninguna sorpresa. ¿Pero que lo hagan también tantas editoriales pequeñas y medianas?
Hace unos días Javier Calvo hablaba de esta falta de riesgo en una entrada en su blog: “Mil quinientas palabras sobre la edición independiente en España y algunas cosas que me gustan de ella”. Entre otras opiniones más o menos discutibles, acertaba de lleno al denunciar el alarmante conservadurismo de muchos de los catálogos de las editoriales independientes, nutridos en buena parte del rescate de clásicos o de los descartes de las editoriales grandes.
Hay que reconocer que sin muchas de nuestras independientes el panorama editorial español no sería pobre sino declaradamente indigente. Sin embargo, me pregunto: ¿Qué riesgo asume el editor, no sé, de la última conferencia pronunciada por Vladmir Nabokov o del guión de la última película de Ingmar Bergman? La respuesta la daba el propio Calvo en su artículo: indudablemente, el económico. Un gran riesgo para un país con tan pobres índices de lectura como éste, pero que no tiene nada que ver con lo estrictamente literario.
¿Y los que vienen detrás? Tengo la impresión de que pocos editores parecen interesarse por ellos.
A mí, como lector, tengo que reconocer que tampoco me han interesado demasiado hasta hace muy poco tiempo. Sin embargo, diré en mi descargo que de un tiempo a esta parte, a medida que me van saliendo más canas, me intrigan cada vez más las actitudes y la visión del mundo que tienen las generaciones nacidas en los ochenta y noventa, la forma que tienen de adaptarse a una realidad paradójicamente cómoda y falta de oportunidades a la vez como es la de este país de cinco millones de parados y multinacionales súbitamente metidas en el papel de agitadoras sociales. Sí, a medida que voy cuesta abajo por la pendiente de los treinta, cada vez me interesan cada vez más cómo piensan, viven, sienten, actúan, imaginan y crean esos jóvenes que no vivieron el 23-F o ni la entrada de España en la Unión Europea, que apenas sabrían decirnos nada de Verano Azul, Naranjito, Un, dos, tres, Mecano, el “síndrome tóxico” de la colza, o el televisor en blanco y negro. Percibo en ellos actitudes más hedonistas y mucho menos catastrofistas que la nuestra generación o anteriores, sin los estigmas del postfranquismo y los claroscuros de la Transición. No sé. Son impresiones. Pero me gustará seguir reflexionando sobre ello a través de sus textos.En fin. Mientras sigo esperando a que me llegue alguno de los libros de los autores que mencioné hace unos días, me he llevado tres agradables sorpresas vía Internet. Vía Facebook me entero de que Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez, dos jovencísimas y reputadas promesas de la blogosfera, debutan en el campo de la narrativa con un relato escrito a cuatro manos: Exhumación, de próxima aparición en Alpha Decay. También vía Facebook vuelvo a saber de María Zaragoza, una joven del 82 a la que conocí hará cinco o seis años en una visita a la Fundación Antonio Gala de la que fue becaria, y que ya tiene dos libros publicados en La otra orilla, el sello español el Grupo Editorial Norma: Realidades de humo y Tiempos gemelos. Por último, la más gratificante de todas: el debut literario de una narradora y traductora que “va a dar mucho que hablar”. Y no sólo por su nombre de femme fatale, Rebeca Pulgar Le Rumeur, sino porque, como Elvira Navarro, sabe muy bien cómo mancharse las manos de sangre y tinta con la más cándida de las sonrisas. Su debut literario, en El Desvelo, nueva editorial cántabra, tiene el nombre provisional de Muñecas trágicas.
Para terminar, una pregunta. ¿Sabéis de qué autor adolescente se ha escrito y hablado más en los últimos dos meses? ¿No? Se llama José Félix Casanova, escribió El Don de Vorace y falleció hace nada más y nada menos que… ¡treinta y cuatro años!