Ordeno y mando
Ordeno y mando. Amelie Nothomb. Anagrama. 160 páginas. 15 €.
Por Guillermo Ortiz.
A estas alturas, el talento de Amélie Nothomb como narradora está fuera de toda duda. Lo mismo se puede decir de su inconsistencia, sea buscada o no. Ordeno y mando, su última novela, es un claro ejemplo: parte de una idea potente, la desarrolla con brillantez, dibuja un personaje fantástico desde una distancia que viene a ser una mezcla entre Highsmith y Camus –pongamos un Ripley apático o un Meursault ligeramente entusiasta–, crea unos diálogos sensacionales, capta la atención del lector con una trama bien formada… y de repente, da la sensación de que se aburre de escribir y el libro se acaba. Hasta cierto punto, estamos ante una novela negra. Una muerte presuntamente accidental –la sombra de la sospecha se extenderá durante páginas y páginas– sirve como detonante para que Baptiste Bordave, anodino oficinista parisiense, decida cambiar su vida por completo. Abandonarla, para ser más precisos. Obviamente, a partir de ese instante, el muerto deja de interesarnos y la novela se convierte en un retrato psicológico de primera clase acerca de Bordave, la clase media y su tedio de siglo XXI.
Es un placer leer a Nothomb sabiendo que no va a haber explicaciones. En parte, una buena escritora es aquella que no se detiene en explicaciones, que sabe que cuenta con la confianza del lector y no tiene que detallar cada cosa que hacen sus personajes. Narrador, personaje y lector viven en una misma penumbra en la que es imposible distinguir dos metros más allá. Las cosas van pasando y hay que aceptarlas así: la maravilla del tedio, la despreocupación, el absurdo.
La libertad absoluta concebida por defecto: un mundo sin responsabilidades ni expectativas.
Luego hay otros momentos en los que sí se echa de menos algo de coherencia. Dejarse llevar está bien, pero uno se puede dejar llevar durante un determinado número finito de páginas. A partir de ahí, se inquieta. Si Bordave es un personaje que se define por su indefinición –no sabemos nada de él salvo que quiere dejar de ser él–, esa técnica no funciona con la bella Sigrid, cuya entidad en la novela no desvelaremos por atención al lector, pero que –como resumen– acaba resultando único personaje digno de ese nombre que acompaña a Bordave.
Sigrid vive también en el tedio y la resignación y una especie de melancolía anoréxica. Cuando Bordave ordena, Sigrid obedece. Todo sin estridencias, con una naturalidad asombrosa. El personaje de Sigrid es muy dudoso: su manera de hablar, de comportarse, todo lo que Nothomb nos muestra de ella –contraviniendo a Fitzgerald– es lo contrario de lo que nos ha explicado antes sobre su pasado y formación. De acuerdo que los personajes, como las personas, son a menudo contradictorios y evolucionan, pero de ex yonqui abandonada y compradora compulsiva a erudita en arte y literatura digamos que hay un paso que hace falta dar en algún momento y que se nos oculta.
En el fondo, eso son detalles para críticos, por supuesto. Uno puede sumergirse en Ordeno y mando, obviar si los diálogos son demasiado pretenciosos y simplemente disfrutarlos precisamente porque son brillantes y entretenidos. Puede aceptar la torpeza y pasividad de la policía y otros perseguidores, solamente porque lo que queda dentro de la casa donde Bordave se refugia es más interesante que lo que pueda pasar fuera. Durante 130 páginas, esa levedad es perfectamente aceptable y el lector la disfruta con la ansiedad del “¿qué vendrá después?”.
El problema es que después no viene nada. Las 25 últimas páginas son una especie de aceleración hacia el punto final donde ni hay rigor ni se le espera y en las que queda claro que Nothomb ya ha contado lo que quería, lo ha contado muy bien y considera que es momento de ponerse a otra cosa.
No es ningún drama. El placer, como el dolor, no se borra fácilmente, y durante mucho tiempo, ya digo, leer Ordeno y mando es un auténtico disfrute. Una lección, también: se puede escribir una novela ambientada en el siglo XXI sin querer ser post-nada, es decir, dentro de un tono elevado, como es habitual en Nothomb y con unos personajes que rozan la pedantería en sus discusiones, se puede introducir con total normalidad a Muse o Smashing Pumpkins, si es que procede y tiene sentido.
No hace falta anunciarlos en la contraportada, quiero decir.
Ni redactar un manifiesto.
Interesante esta entrevista a Clara Obligado, Sergi. Y la definición de los tres mortales para caer en el alfiler… no tiene precio.
Un saludo.