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Retrato de la propia infancia

Por Merche Rodríguez.

La mano izquierda de Dios. Paul Hoffman. La Esfera de los libros. Madrid.408 páginas. 22’50 €.

Paul Hoffman es alto y corpulento. De gesto grave. Impone ¡…hasta que sonríe!, en ese momento se presenta como un tipo afable que cuenta con la mayor de las naturalidades, como si de una terapia se tratase, “¡porque ya ha pasado tanto tiempo…!” dice, que cuando tenía siete años una de las religiosas del internado en el que estudiaba le pegó durante veinte minutos por no escribir una cifra, en este caso un 9, con una grafía de su gusto.

Y esa crueldad que sufrió de pequeño es la que ha plasmado en su novela  La mano izquierda de Dios (La Esfera de los Libros). Un libro en el que se percibe la obscuridad desde la primera página, la represión, la crueldad y la dualidad de un personaje tan encantador como despiadado: Thomas Cale, el joven adolescente protagonista de la novela de Hoffman.

La mano izquierda de Dios, que viene precedida del éxito obtenido con la venta de derechos (20 editoriales de todo el mundo compraron la novela a la vez), es el primer título de una trilogía con la que su autor, que ha tenido empleos tan peculiares como encargado de pizarra en una tienda de subastas o mensajero de un banco, además de censor cinematográfico, se inicia en la literatura fantástica. Todo un personaje para toda una historia que hace un recorrido a mitad de camino entre la crítica y la mofa por la forma que tenían los religiosos de tratar a los alumnos en los internados británicos.

Dice que su novela es “una historia en la que quería tratar el bien y el mal, pero para enfrentarse a un tema de este calado hay que añadirle una trama argumental” y de ahí sale la peripecia que le hace vivir a Cale, de unos catorce años cuando el lector le conoce pero que lleva desde los seis viviendo en un monasterio dirigido con mano férrea por los redentores, símbolo de la clase eclesiástica que el propio autor sufrió en su infancia, pues la historia de Cale, en ese sentido, es la suya y en lo único que sueña es con escapar.

Para Hoffman la dualidad a la que somete a su personaje personal es el resultado de las fases que todos pasamos a lo largo de nuestra vida “en mayor o menor grado, de manera extrema o no, todos vivimos épocas duras y tenemos que enfrentarnos con un poder que está por encima de nosotros”. Cale no sufre cuando ve el sufrimiento de otros cerca pero sí es capaz de demostrar sentimientos como el amor o la camaradería, paradójicamente. Un símbolo de la lucha entre los extremos con sorpresa, como no podía ser menos, añadida.

(También en El Boletín de la semana)

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