Mirarse los ojos
Por Lorenzo Molina Arias.
Begoña Donat, periodista especializada en cultura, curtida en festivales internacionales de cine y teatro, redactora fija y responsable de la sección de artes escénicas en Yo Dona y redactora en la revisa De Danza, nos entrega un texto sobre el teatro de la experiencia, que vive un momento creativo muy interesante en algunos países europeos, fundamentalmente en Holanda.
El teatro de la experiencia es un género escénico esquinado por las compañías españolas, pero no así en los Países Bajos, donde esta categoría acuñada en los setenta vive una eclosión. Entre los dramaturgos que lo han revisitado, Dries Verhoeven es el más comprometido. El autor holandés suma un poso social al abanico sensorial desplegado por sus compatriotas.
Sus piezas se desarrollan en cenáculos urbanos y contemporáneos, apoyados en herramientas tecnológicas del siglo XXI. Los espectadores son citados en estaciones de trenes, minibuses, locutorios y hoteles, donde se les pertrecha de móviles, mp3 y ordenadores portátiles.
“El término experiencia me resulta desafortunado, por cuanto hace que el espectador piense que se trata de una forma intimidante de teatro participativo, en el que alguien te venda los ojos, pasa una pluma sobre tu piel y te susurra bellas palabras al oído. Espero no hacer nunca teatro evasivo. Al mismo tiempo que me acerco a la audiencia de forma sincera, también pretendo conmoverla y confundirla”, aclara Verhoeven a modo de declaración de intenciones.
El eje sobre el que basculan sus piezas suele ser la identificación con el otro. Así, en Thy kingdom come dos extraños separados por un cristal empatizan sin intercambiar una palabra, únicamente asistidos por unos auriculares donde las voces de una pareja de actores suplantan sus personalidades.
El público de You are here, por el que Verhoeven acaba de recibir el Premio Montblanc al mejor director joven en el Festival de Salzburgo, asistía a la propuesta tumbado en la cama de una habitación de hotel, cada cual aislado del resto. Al término del montaje, el espejo situado en el techo del cuarto se eleva mostrando a todos los espectadores. De forma que la vivencia individual se torna colectiva.
La segunda quincena de febrero, Dries visitó Valencia en el contexto del Festival VEO, con una propuesta que lleva al límite su interés por derribar los muros de prejuicios que nos separan. En Tierra de nadie no hay intérpretes, sino 20 refugiados políticos que asisten a otros tantos espectadores en un viaje físico y emocional.
Por parejas, guía y visitante pasean por las calles del barrio más multicultural de la ciudad donde acontece, en este caso Ruzafa, al tiempo que a través de unos cascos, se relata la vida del inmigrante en busca de asilo.
La obra no concluye. El refugiado desaparece, dejando al público huérfano de aplausos. Pensativo, en un solar deshabitado, el espectador mastica el júbilo y el pesar, la ilusión y el suplicio, de esos desconocidos de otras latitudes a los que, quizás por primera vez, y con la excusa de una obra de teatro, ha mirado, sin tapujos, a los ojos.