Entrevista a Noni Benegas, por María Ángeles Maeso
Entrevista a Noni Benegas, por María Ángeles Maeso.
Los trabajos de Noni Benegas sobre la poesía escrita por mujeres son fundamentales (especialmente el volumen Ellas tienen la palabra: dos décadas de poesía española) y abren el camino para que la creación del 51% de la poesía sea reconocida como merece. Este año se ha publicado su quinto poemario: De ese roce vivo, que se suma a Trece sonetos y Argonáutica, La balsa de la medusa, Cartografía ardiente y Las entretelas sedosas.
María Ángeles Maeso, poeta y narradora, habla con ella sobre todo ello.
MARÍA ANGELES MAESO: Llegas a España en 1977 con tus estudios de Filosofía, escribes en La Vanguardia, pero entre 1980 y 1986 vives en París y Ginebra, donde conoces a Valente, que impulsa tu escritura. ¿Esa colección de sonetos y prosas poéticas con la que obtienes tu primer premio señala tu filiación a un lenguaje neobarroco que también se halla en tu último libro?
NONI BENEGAS: Llegar a España fue para mí como abrir el cofre del tesoro, del tesoro de la lengua. En vez de limitarme a decir “colorado” (“el curioso color del colorado”, reza el soneto de Borges), pude probar con rojo, púrpura, escarlata, bermejo… Y es que por aquellos años en la Argentina, más allá de la instalación de un régimen militar feroz con su secuela sanguinaria que hizo desaparecer a más de 30.000 personas, hubo otra censura tácita que tenía que ver con la escritura. Vinculada a Borges y al grupo Sur, consolida unos ideales de economía para la prosa y el verso, e impone un estilo caracterizado por el laconismo. “Un pormenor lacónico”, lo define Sylvia Molloy, que tendrá “un enorme porvenir sintáctico” entre los escritores argentinos hasta hoy, donde esta influencia aún perdura. Como si para hablar, por ejemplo, de la llamada guerra sucia y los desaparecidos, hubiera que renunciar a los goces de la retórica, y el uso del español debiera limitarse, “en una suerte de voto de abstinencia, a su función instrumental, a la manera de un ritual de duelo que no cesa”, según María Moreno.
Lo que yo ignoraba, y que descubrí en 2000 cuando volví por primera vez a Buenos Aires, es que en los años 70 surgió un movimiento neo barroco, bautizado en el Río de la Plata “neo barroso”, por el barro del fondo del río, con autores como Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher, que rompieron el corsé de esa parquedad de raíz borgiana en obras estremecedoras. También descubro a Susana Thenon, poeta coetánea de Pizarnik, con cuyo tono me siento más emparentada. Es “la suave broma sin chiste”, que José María Valverde asocia con el desengañado humor cervantino, en el prólogo a mi libro de prosas poéticas, Argonáutica, mencionado en tu pregunta.
MM: Regresas a España en 1982 y trabajas sobre el pensamiento de Paul Virilio, de quien traduces su Estética de la desaparición (1988). Aunque ha pasado tiempo, ¿qué piensas sobre esos toques de atención del pensador francés sobre el declive de la existencia?
NB: Paul Virilio reflexiona sobre ese elemento constitutivo del siglo XX: la velocidad. Pone de relieve el hecho de que cada nuevo descubrimiento trae consigo su accidente. Los accidentes causados por el progreso han desbordado en magnitud e impacto a las catástrofes naturales. La aceleración de las transacciones comerciales encubre operaciones de altísimo riesgo que conducen a la caída de la bolsa y de los mercados internacionales e instalan una crisis generalizada. La explotación intensiva de los recursos del planeta –agua, petróleo, bosques, alimentos, etc.– a favor de unos pocos pone fecha a su extinción y genera guerras locales, con el consiguiente desplazamiento de poblaciones enteras. Si antaño se decía que el tiempo es oro, hoy podemos afirmar que la velocidad es poder. Y, del mismo modo que existe una economía política de la riqueza, es necesaria una economía política de la velocidad, generada por las tecnologías. Una economía que analice, por ejemplo, la mundialización de las emociones y temores, que se propagan al minuto a toda la población, en desmedro de la reflexión. Esa manipulación de los afectos es producto de la instantaneidad de la información, que impide contrastar opiniones.
MM: Los poemas de tu último libro nos llevan a las proximidades de la muerte de la madre. Ahí el lenguaje de la poeta-hija que construye una poderosa vinculación en la que el espacio ya no cuenta. ¿Son tantos los dones traspasados de madre a hija?
NB: Hay alguien que nos pone en este mundo y nos echa a rodar, dándonos los instrumentos básicos para desarrollar este juego en el corto espacio que media entre dos fechas. Ese juego incluye rebelarte contra quien te ha puesto en marcha, y de quien has tomado casi por ósmosis, diría, modos, maneras de ser y estar. Durante ese lapso compites y te peleas con ella, a la vez que disfrutas y te avergüenzas o enorgulleces de ser su hija. Pero cuando el tiempo toca a su fin y te das cuenta de que el juego se acaba, intentas irte a un plano más hondo, donde lo único que tiene sentido real es agradecer y ayudar a esa persona a que haga su tránsito en paz, y quieres demostrarle que valoras lo que te dio y que lo único que cuenta entre tú y ella es el amor y la afirmación que supuso su decisión de ponerte en vida.
MM: “Esta sumisión sin nombre”; “esta ilusión sin nombre”; la muerte como extensión sin nombre”… ¿son expresiones que señalan una poética? ¿Un modo de concebir la poesía como lenguaje que señala el límite de la comunicación, lo inefable?
NB: Señala los límites de la vida propia, de cualquier trayecto vital, que indefectiblemente está abocado a su fin. Decir eso sin caer en lo ya dicho es extremadamente difícil. La sensación fue la de no tener palabras para nombrarlo, y aún así, tener la necesidad de decirlo, para señalar eso inmenso que estaba ocurriendo delante de ti y la pena enorme de ese deslizarse, irse, hacia no se sabe donde.
MM: “El decir del cuerpo” es uno de los apartados de tu estudio en Ellas tienen la palabra (1996). Además, en los poemas de tu libro, De ese roce vivo, las referencias corporales están muy presentes (“Y ahora me peso/ pondero”). Háblanos de ese decir.
NB: Digamos que entendí la temporalidad del cuerpo. Primero, en el cuerpo ajeno, el suyo, esa materia que ya no daba para más y cuya lucha acompañé con admiración y dolor, hasta comprender su necesidad de alivio. Y una vez entendida esta caducidad de la materia, tras asistir a esa batalla personal, aceptas que algo se desprenda y se libere. Cuando se produce es como la emanación de una energía que estaba cautiva en el cuerpo, es el tránsito hacia otra cosa mucho más vasta y fuerte. Pero luego vuelves en ti misma, y ves que tú estas aquí con tu cuerpo, y es ahí donde aprecias la gravedad, el peso, te sientes carne, pasas a primer plano, como esos muñequitos de las ferias a los que apuntas con un rifle. Caen, y automáticamente sube otra tanda. Lo que sabes es que tú estás en esa tanda, la próxima vez te toca a ti, una vez que los de la generación anterior han caído.
MM: Otra dimensión de tu trabajo se ha dirigido hacia la introducción de la cultura gay-lesbiana: conferencias, presentaciones de libros, ciclos de cine, seminarios, congresos, diálogos con creadores, etc. ¿No te parece que el discurso teórico sobre el género debe traspasar las fronteras sobre la especificidad gay-lésbica para potenciar el discurso social?
NB: Es parte del discurso social. Lo hace más complejo, más rico, no tan fácil de reducir de modo maniqueo. No son “ellos” y “nosotros” enfrentados, en aceras opuestas. Es un discurso, el del género o la opción sexual diferente a la norma, que nos libera a todos. Nos permite ganar cotas de aceptación de nuestras propias pulsiones. Nos alivia de esos deseos y fantasías que todos, absolutamente todos, tenemos, y contra las cuales hemos luchado durante siglos por no conformarse a la norma. Una norma torpe y arbitraria que nos ha tenido entretenidos, nos ha hecho infelices y nos ha impedido, justamente, ocuparnos de cosas mucho más graves como son paliar el hambre, y asegurar la salud y la educación universales.
MM: En tu libro anterior, Fragmentos de un diario desconocido, existe una insistencia en la búsqueda del lugar propio de la escritura, el temor a caer en un lenguaje impropio. ¿Ese lugar es pensable sin relación con los demás?
NB: Ese miedo, justamente, ironiza con el hecho de que no suele haber un lugar para los extranjeros –los metecos, que decían los griegos–, que por ser mujeres o foráneos no tenían lugar en la polis, no eran ciudadanos de derecho. Me refiero a ese estar siempre oscilando en los márgenes, sin pertenecer al discurso oficial. Incluso en la forma, el hecho de que escribo muchas veces poemas en prosa cuando la “norma” es el verso rimado o libre. Evidentemente, esto enlaza con tu pregunta anterior. Y podría hablar del poco interés que hay en la poesía española actual por las experiencias que podamos aportar en nuestra escritura personas de otra procedencia, que no se han criado aquí. No hay interés por los escritores de frontera, por ese diálogo que podría enriquecer las vivencias de los que se sitúan en el centro y desconocen la periferia. La frontera, sea geográfica, de género, clase o creencias, siempre nos dice algo de nosotros mismos que no queríamos oír. Hay excepciones, claro está, pero no conforman el canon. Pienso en tu libro Basura Mundi y en otros anteriores, donde indagas esos bordes urbanos donde se acumulan los deshechos humanos y materiales.
MM: Como especialista en poesía escrita por mujeres, has señalado algunos temas recurrentes que se dan en las creadoras: la desigualdad social, el maltrato o la realidad de ser madre. ¿Qué puedes decirnos sobre la expresión poética del compromiso social por parte de las mujeres?
NB: Te diría que el discurso de género ha sensibilizado a las poetas mujeres y les ha hecho ver no sólo las limitaciones a que son sometidas, sino las de otros tanto o más desfavorecidos por razones de color de piel, de costumbres, ritos religiosos o balbuceo de lenguas extrañas. En fin, todo un magma de personas anónimas que bulle en los márgenes, que es donde se acumula el sentido, como dice un verso de Esther Zarraluki.
Pero también han extendido esos márgenes en el plano formal de la escritura. Al tomar la palabra han debido realizar un barrido para rectificar lo que siglos de poesía habían dicho de ellas. No se han reconocido en el retrato alzado por la poesía oficial de “la mujer”. O dicho de otra manera, el mayor trabajo de las poetas ha sido deconstruir la imagen de mujer trasmitida por esa lírica, con palabras heredadas de esta, para inscribirse en una tradición en la cual la mujer aparece representada según el punto de vista del otro, del varón que escribe. Además, no hay que olvidar que si el hombre sufre de la llamada “angustia de la influencia”; es decir, el temor a imitar a sus predecesores, la mujer padece de algo previo, la “angustia de la autoría”, o sea: no encontrar detrás mujeres que la legitimen y tener que empezar a conquistar el terreno desde cero.
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