El teatro valenciano se quema
A los numerosos cierres forzados de salas valencianas en el último año (¡vaya año!) se suma ahora la orden de la Consellería de Cultura y Deportes que regula el funcionamiento del Circuito Teatral Valenciano, lo que supone de hecho la liquidación del circuito y en consecuencia el elemento que garantizaba funciones de teatro y danza en los principales pueblos y ciudades de la comunidad. Ante ésta y anteriores decisiones unilaterales por parte del órgano rector, el sector está que arde.
La Asociación Premis Abril, que aglutina a la mayoría de las entidades profesionales del sector escénico valenciano, ha denunciado reiteradamente una situación que se antoja ya insostenible. La noticia saltó a la prensa en los últimos días de enero, pero en febrero los subsiguientes anuncios y declaraciones de los responsables de Cultura y Teatres de la Generalitat (organismo público rector de las artes escénicas en la Comunidad Valenciana) no han hecho otra cosa que empeorar la situación.
El pasado 15 de febrero, la Asociación de Actores y Actrices Profesionales Valencianos lanzó un manifiesto en el que acusan a la actual Consejera de Cultura, Trinidad Miró, de ser un obstáculo para el desarrollo del teatro valenciano, y exigen al presidente Camps un compromiso público que suponga la toma de medidas para superar la que califican de etapa más gris del sector desde que se creara el organismo autonómico en la Comunidad, a la vez que anuncian acciones continuadas para forzar una salida que garantice la continuidad de salas y compañías.
Mientras tanto el gobierno valenciano se defiende de las acusaciones acusando a su vez, al tiempo que mantiene el criterio de mirar siempre desde lo alto, subido en el aparatoso carro del glamour. Y es que en Valencia parece que no existe el término medio. O se está moreno o se está quemado. Arriba o abajo. Lo que se hace para mostrar y lo que se hace para ocultar. Hay dos teatros en Valencia y dos Valencias de teatro. Del lado moreno el teatro y la Valencia de los altos vuelos, la de la Fórmula 1, la de las regatas de la Copa América con sus patrones y sus catamaranes de lujo, la de los palaus, sus divos y sus grandiosas programaciones. No se engañe el lector, no es oro todo lo que reluce. Del otro, la que se quema al sol, la de los teatros cerrados por culpa de una ordenanza municipal sobre el ruido que equipara las salas a las discotecas y bares de copas, la de los que sobreviven en el mundo del espectáculo porque utilizan la mitad del sueldo que ganan en otro lugar para mantener sus compañías o sus salas vivas y la de los que cada día pelean por resistir el embate de la precariedad que se los lleva por delante. Menudo paranoma.