Malamadre, Niña Medeiros y Planet 51

Por Rubén Sánchez Trigos.

 

En el momento de escribir estas líneas aún no he visto Planet 51, esta sí, la película más cara de la historia del cine español –55 millones de euros es su estimación oficial, cinco más que las desventuras de Hipatia-. Lo que sí hice en su momento fue digerir el modo en que algunos medios nacionales han cubierto su estreno. Una cadena de televisión privada cubría el desembarco del filme en suelo estadounidense con un leitmotiv que, de casposo y rutinario, ya cansa: al parecer, la película no parece española. La valoración, que ponían en boca de diversos espectadores entrevistados a pie de sala, iba sembrada de connotaciones positivas –si no parece de España, es que es buena-. Pero lo positivo, como venimos comprobando en los últimos años, no es que una película no parezca española, o italiana, o francesa. El auténtico logro, al parecer, es que se asemeje, cuanto más mejor, al cine estadounidense. Y no al bueno, precisamente.

 

Idéntica apreciación he escuchado de tres de las películas nacionales más taquilleras de 2009: Agora, Rec 2 y Celda 211. Nada que objetar a la epopeya de Amenábar, ni a la aventura animada de los estudios Ilion, pero ¿que las películas de Balagueró & Plaza y de Monzón no parecen hechas en nuestro país? Que me perdonen los defensores del “cuanto más norteamericano, mejor”, pero Rec 2, más incluso que su predecesora, transpira en cada uno de sus fotogramas el olor a sotana rancia de la España del velo negro, la tinaja y la Piquer en blanco y negro, y en lo que respecta a Celda 211 me importa muy poco constatar si es más o menos fiel a la realidad carcelaria; lo que me quita el sueño es Luis Tosar componiendo un macarra de patio tan bronco y castizo que, irremediablemente, sólo puede ser de aquí.

 

Me gustan –y mucho- algunas novelas de Stephen King porque me da la sensación de que el autor conoce bien a sus personajes –esos paletos de Castle Rock, Maine, y sus secretos-, pero igualmente disfruto con la tetralogía de los muertos templarios de Amando de Osorio, entre otras cosas, porque percibo en ella el latido de la Galicia de las Meigas y el orujo. Por el mismo motivo, cuando veo una película de Monicelli, quiero ver a Monicelli, no a un director italiano de comedias imitando a Billy Wilder. Hasta cuando recurro a algún exploitacion de Fulci o Castellari me divierto más cuanto más italianizado aparece el modelo norteamericano de cine policiaco en que se miran.

 

El peligro no es ya que se instale definitivamente la creencia de que cuanto más nos parezcamos a un blockbuster norteamericano mejor, sino que por el camino se pierda la idea de que el genuino blockbuster español –o europeo- ni existe ahora ni ha existido jamás. Personalmente disfruto por igual con El señor de los anillos que con El laberinto del fauno, cada cual a su manera, pero tengo claro donde está uno y donde otro. Todo lo demás son prejuicios.

 

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