La inutilidad de un beso
La inutilidad de un beso. Javier Puebla. Algaida. Madrid. 232 páginas. 19 €.
Por Lorenzo Rodríguez Garrido.
Gregorio Samsa, viajante de comercio, se levanta una mañana convertido en lo que parece ser una horrible cucaracha. Al principio piensa que esa metamorfosis es producto de la imaginación, consecuencia de su intranquila caminata por las regiones más abstrusas del sueño, y hará todo lo posible por volver a dormir y así librarse de esa angustiosa pesadilla…
Todos conocemos esta historia incluso aunque nunca la hayamos leído, su planteamiento, nudo y desenlace. Ésa es la magia de los clásicos, de esas obras que están llamadas a estremecer el corazón de numerosas generaciones de lectores, sabemos lo que cuentan, sí, pero lo mejor de todo es que también sabemos que podemos acudir a ellos en cualquier momento para volver a enterarnos.
Tomar como referencia una obra o un autor clásico a la hora de abordar la creación de algo, constituye un rasgo muy característico de la posmodernidad. En los últimos años, con mayor o menor fortuna, han ido proliferando este tipo de obras en todos los ámbitos artísticos. Ateniéndonos sólo a lo literario, podemos mencionar El loro de Flaubert de Julian Barnes, Foe de J.M. Coetzee, El plantador de tabaco de John Barth o El nombre de la rosa de Umberto Eco.
La inutilidad de un beso (XVIII Premio Luis Berenguer), de Javier Puebla, toma como punto de partida La metamorfosis de Kafka para construir una surrealista e hilarante historia. Melquíades Bencinto, bondadoso ordenanza, uno de los personajes más entrañables que recuerda mi memoria lectora, logra con un simple beso transformar a una cucaracha en una mujer, a la que bautiza con el nombre de Herendira. Todo este acto mágico, y su posterior desarrollo entretejido de amor y odio, es fabulado por la imaginación del periodista Arturo Briz, Tigre Manjatan, en el momento que escucha de la propia Herendira una frase maldiciente con la que se abre la novela.
Jugoso y original planteamiento, especie de contrametamorfosis trazada con precisión y eficacia, elegante ternura y muchísimo humor, sin perder en ningún momento un ápice de su vertiginoso ritmo. A lo largo de doscientas páginas desfilan personajes –Doña Carmen, Don Benito, Mala, Paquita– y situaciones, de esas que tardan mucho tiempo en dejar de acompañarnos, y ahí es donde reside uno de sus principales valores.